sábado, 16 de enero de 2010

VOLVER A SER NIÑOS

Cuando nuestros primeros padres tuvieron que abandonar el Jardín del Edén, podemos estimar que ya estaban propicios para emprender una aventura como la que les fue encomendada, eran niños en un sentido simbólico, porque no tenían experiencia, tenían una virginidad psíquica, y así, muy decidida a caminar, Eva le dijo a Adán: "vamos, tira pa´llá", como dice Antonio Alcántara, el de Sagrillas.

Hoy tenemos las enigmáticas palabras de Jesús, cuando nos advierte que sólo siendo niños podremos entrar al Reino de los Cielos, pero resulta que esto es una metáfora, Jesús nunca se expresó en forma directa, sólo nos dio pistas, lo cual ha sido el gran problema humano, porque no sabemos leer entre líneas, y si lo hacemos tenemos mucho riesgo de equivocarnos.

¿Qué es ser un niño? a los ojos humanos un niño es un ser vulnerable, inocente, puro, desinteresado...Bueno, depende, he visto bebes de un año arrebatándole un objeto a otro o llorando porque quiere algo que tiene otro, y niños más grandecitos manifestando discriminación, manipulación, y hasta un egoismo notable, aunque no lo hayan visto y aprendido en su casa.

Mi explicación es que los niños son simplemente seres humanos pequeños, con pulsiones internas de mayor o menor intensidad, que luego manifestarán como comportamientos del bien y del mal. Es por ello que hay un proverbio no sé de quién, que dice: "Educa al niño y no tendrás que castigar al adulto".

No creo que Jesús se refería a este tipo de niño, al que fuímos antes de los 7 años, porque si eso fuese así lograríamos ese estado de niñez, asumiendo la vida como adolescentes y luego asumiendo actitudes infantiles, con poses risueñas y superficiales, que parece no importarle nada, inmadurez que ya hemos visto bastante. Creo que la niñez a la cual alude Jesús es un estado que está por llegar, y para ello tendremos que alcanzar un estatus logrado a través del trabajo interno.

Recuerdo que una vez ocurrió un evento muy desagradable en la oficina, y una amiga con mucha más experiencia que yo, me dijo algo más o menos así: en la vida no es indispensable o valioso ser bueno, lo más importante es ser justo.

Nunca olvidé esa verdad, porque lo bueno puede aparentarse y suavizarse con gestos y palabras dulces, lo cual es hipocresía y deshonestidad; además, lo bueno depende de una atribución social y personal, podemos hacer una gran lista de cosas buenas para nosotros que seguramente serían consideradas muy malas para otros; en cambio lo justo no tiene equívoco, a cada quién lo que le corresponde, ese día pensé que de buenos estaría lleno el infierno, pero de justos se llena el cielo.

martes, 12 de enero de 2010

MI AMIGA HISTRIÓNICA


Mis tiempos estudiantiles fueron maravillosos, aprendí, disfruté, me trasnochaba para prepararme para los exámenes; los días de semana, sábados y domingos me resultaban iguales, porque siempre tenía que estudiar o preparar trabajos.


Pero la vida en residencia fue lo máximo, asumiendo la libertad o la autonomía por primera vez, lejos de la familia, para encontrar en aquellos recintos otras familiaridades que me eran desconocidas. Lejos del Jardín del Edén, pero siempre con Dios Padre al lado.


Tenía una amiga que además de compartir la residencia, estudiaba conmigo, tenía, y debe tener todavía, un carácter alegre, de esas personas que siempre tienen un comentario divertido, me enseñó un juego con cartas de póquer, y hacer solitarios, tocaba cuatro y cantaba "...Alma, corazón y vida y nada más...".


Mi amiga tenía muy buen humor y un histrionismo que asombraba (espero que todavía sea así, tengo muchísimos años que no la veo, ¡ojalá lea esto! si fuese así, sabrá que me refiero ella), nunca la ví enojada. Inventaba cuentos para excusarse ante cualquier olvido, un día se le olvidó devolverle un libro a una compañera y de pronto comenzó a contarle que no había podido llevárselo porque había ido a una discoteca y bailando kasachok, (una canción rusa que causó furor en Caracas), se había caído y estaba en reposo, y no sé cuantas cosas más.


Era un show, delante de nosotras inventaba cada cuento y teníamos que oirla, callar y reirnos de sus ocurrencias, un día nos contó que cuando era niña hacía muchas travesuras, formaba parte de una familia numerosa, y que cuando su padre le iba a pegar -porque esa era la costumbre- cuando veía venir aquella humanidad sobre ella se desmayaba, es decir, ¡se hacía la desmayada!, de inmediato la mamá salía en su auxilio y reprendía al papá por su brutalidad.


Se quedaba desmantelada en el piso y por más que la madre la movía y le daba masajes ella no respondía. Sales, alcoholados y al fin, la niña iba despertando, poco a poco abría los ojos y de inmediato los cerraba de nuevo y quedaba en otro letargo, (esto lo hacía cuando el daño que había causado era muy grande y suponía que el castigo sería severo también).


Gritos van, gritos vienen, agua de azúcar y al fin se recuperaba, de inmediato la madre le preguntaba cómo se sentía, y ella le contestaba con un susurro: "maal", a lo que su madre le preguntaba ¿qué quieres? y la actriz más notable de aquella localidad, contestaba:"una coliiiita". Es que los médicos aconsejaban, que a los niños enfermos le dieran líquidos y como éstos se resistían, transigían en que les dieran esa gaseosa llamada colita.


Cómo me hubiera gustado tener esa cualidad teatral, me hubiera salvado de unos cuantos castigos innecesarios, y encima, hubiera degustado ese líquido prohibido en mi casa, sólo permitido en fiestas y en convalescencia, pero es que con el arte escénico se nace y yo no era histriónica como mi amiga.

domingo, 10 de enero de 2010

ES HORA DE DORMIR, LLORO DESPUÉS


La megadiversa condición humana, no deja de sorprenderme, a la vez que me enseña; las respuestas de las personas ante las mismas situaciones nos hablan de la maravillosa pluralidad de opciones que tenemos en la vida. Y somos una humanidad predominantemente guiados por las pulsiones inconcientes, aunque parezcamos muy fríos o calculadores.


El afecto es un componente crucial, y así lo apreciamos en lo más íntimo, podemos hasta disimular nuestras deficiencias afectivas, pero cuando llega el momento de tener una relación de pareja, nos llega el momento de bregar con nuestros fantasmas más profundos; quizás sea la dimensión donde se nos exije mayores desafíos, a partir de la osadía de Eva de probar la manzana prohibida del Jardín del Edén.


En la residencia estudiantil donde viví los últimos años de mi carrera, conformábamos una población femenina de diversas edades, las más jóvenes, recién llegadas, las medianas y las maduras, a punto de graduarse. Estas últimas se sentían en la responsabilidad de aconsejarnos y prevenirnos de los peligros que significaba las salidas a discotecas con amigos y recién conocidos, por eso siempre lo hacíamos en grupo y con dinero en la cartera.


Sin embargo, había una que otra con una vida más privada, con novios formales que eran un modelo para muchas, porque se las veía muy felices y seguras de sí mismas.


Pero como no todo lo que brilla es oro, en algún momento ocurría que aquellos príncipes azules causaban la peor de las impresiones por haber sido infieles y descubiertos, lo cual causaba ríos de lágrimas en las afectadas, entonces rodeábamos a la chica, le proporcionábamos infusiones, incluso hasta la dueña de la residencia participaba con una palabra de aliento y yo me conmovía ante los estados depresivos que puede causar una separación inesperada.


Pensaba que a mí no me pasaría lo mismo, que llegaría a mí un hombre con todas las virtudes y lo imaginaba impecable.


Un día, este desagradable evento le ocurrió a una compañera que era muy alegre, muy divertida, nos contó su tragedia y lloraba a mares, eran momentos de solidaridad y todas estábamos conmovidas y enojadas con "ese bicho", callábamos y sólo le tomábamos las manos como si con ello le aliviáramos su dolor.


Nos contó todo, cómo descubrió la infidelidad, cómo lo confrontó y la respuesta que le había dado, "es que quiero a otra". Estando en este episodio, y después de mucho llorar, miró el reloj y se levantó de la cama de un salto, se sacudió el vestido, se secó las lágrimas, a la vez que decía: "¡son las 10, es hora de dormir, lloro después!", y se fue en medio de nuestra sorpresa, a entregarse a los brazos de Morfeo, para tomar aliento para seguir llorando el día siguiente.


Nunca pude seguir su ejemplo, para ello era preciso convertir mi alma en una tienda por departamentos, y yo, menos, que siempre viví mis experiencias como un todo.

LAS MATEMÁTICAS


Por extraño que parezca, el aprendizaje de las matemáticas ha sido uno de los sufrimientos más padecidos en la escuela venezolana, tal vez donde se afincó más el pase de factura por haber desobedecido en el Jardín del Edén. Salvo los preclaros estudiantes que entendían hasta una deficiente explicación, los números han sido la causa de mucha angustia, y digo que parece extraño, porque desde que nacemos estamos en contacto con lo poco, lo regular o lo mucho que tenemos, que nos dan o que se exhibe por todas partes.


Antes de entrar al primer grado de primaria, a los 5 años, mi mamá ya me había enseñado las letras, a escribir mi nombre -¡inocente, aquel controversial nombre, Eva!-, y a contar; eso me abrió un mundo maravilloso, contaba todo lo que veía, hay 3 señoras con 10 niños, hay 4 bicicletas, 2 de adultos y 2 de niños, compramos 1 pan para la cena, hay 8 manzanas verdes, 8 manzanas rojas...


Todo era objeto de mis cuentas, y lo más interesante de esto era que también estaba aprendiendo a discernir entre los objetos, a agruparlos según su naturaleza por categorías, lo cual haría muchos años después como socióloga, con las estadísticas de mis investigaciones.


La suma, la resta y la multiplicación fueron para mí pan comido, pero cuando llegué a la división comenzaron mis padecimientos, tal vez en lo más profundo de mi ser, dividir no combinaba con mi naturaleza.


Estando en ese pugilato mental, me ocurrió algo muy extraño, que hasta podría haber merecido un Guines, por más que la maestra me explicaba, yo no lograba entender aquello de: "8 entre 4 a 2, 2 por 4 son 8, al 8 pago", pero ¿qué cosa era esa? ¡parecía una invocación, un acertijo! la maestra se cansaba de explicarme pero repitiendo la misma cantaleta y yo no veía lo que veían y entendían los demás, hasta me parecían de otro planeta, sólo yo era terrícola, por más que atendía no entendía.


Agotada y desconcertada, consciente de que no sabía aplicar aquel atormentador mantra, entré al examen dispuesta a recibir un soberano cero en aquella ristra de divisiones que me pusieron, pero, en un arranque de no dejarme vencer, no entregué la prueba en blanco, sino que me puse a rellenar todos los espacios de las divisiones sin orden ni concierto, y ¡las acerté!, había colocado en cada lugar el número correcto, aunque lo había hecho al azar, tirando números aquí y allá, tal vez en una manifiesta actitud de protesta, porque recuerdo lo molesta que me sentía.


Fuí la primera sorprendida, había logrado algo más extraordinario que los demás, y la maestra me felicitó porque había entendido las divisiones AL FIN.