¡Cuantas veces hemos oído esta expresión!, y vemos realmente que la persona tiene ciertas condiciones que la definen como una persona dulce, retraída, que le gustan los boleros, las flores, lo cual sería la imagen estereotipada que nos hacemos de lo romántico. Sin embargo, el romanticismo forma parte de la vida, especialmente cuando pasamos por la primeras fases de las relaciones de pareja.
Aunque se trate de personas muy prácticas, no escapan a que en esos primeros momentos, tiendan a comportarse como románticos, adaptando de alguna manera la personalidad al ese momento, el más agradable del proceso.
Después, la pareja va transitando hacia otras etapas de la relación, en la cual van apareciendo nuevos episodios que la van a poner a prueba. Es cuando aparecen los problemas, los malos entendidos, cuando se va la magia inicial, aparecen las expresiones reprimidas, las que ocultamos en nuestra sombra, en el inconciente. La pareja se expresa tal como es.
Si esas etapas conflictivas son atendidas adecuadamente, con ayuda profesional de calidad, esos momentos pueden convertirse en buenas oportunidades de llegar a establecer una relación sustentada en bases sólidas, aunque la pareja decida separarse. Las estadísticas muestran que la mitad de los matrimonios terminan en divorcio, y podríamos suponer que no precisamente después de haber saldado cuentas emocionales y superado limitaciones personales.
La búsqueda de opciones terapéuticas vienen a ser en los actuales momentos una decisión bastante buena, gracias al desarrollo de la psicología aplicada al desarrollo personal.
Es muy agradable la expresión romántica, pero no olvidemos que detrás de esa manifestación también se esconden oscuridades, que nos pertenecen, y que somos nosotros los únicos responsables de superar. Atribuir las culpas al otro en nada ayuda, lo importante es revisar a la luz de los acontecimientos, cómo estamos nosotros en ese fenómeno. No es fácil, por eso es preciso ayuda profesional.