Es
frecuente escuchar expresiones como: “Mi princesita”, “Qué princesita
más linda eres”, y me llama la atención, que en estos tiempos de la
comunicación digital, haya surgido una especie monarca, independientemente del
linaje.
Es un fenómeno social, en todas partes
hay princesas y príncipes, y muchos ya
van llegando a la edad adulta, que seguirán reinando en una corte familiar de
muy diversas condiciones. Este fenómeno no es sólo una expresión verbal, contiene
comportamientos específicos, se asume desde una postura física, muy sexy por
cierto, con actitudes de superioridad que no había visto en gente tan joven.
Es muy frecuente ver en El Metro, como
las madres jóvenes, -y abuelas inclusive-, que van con niños, les conceden el
asiento y ellas van de pie. Una manera de decirles, "ustedes son los príncipes y
yo soy la nana", por no usar el popular término de cachifa. El asunto es tan
grave que estos niños, asumen un total merecimiento de ser tratados como la
realeza, y se constata como en todas las edades, ocupan asientos cuando hay
ancianos que van de pie.
Las madres no están educando a sus
hijos para que sean seres humanos conscientes, sino como reyezuelos, en quienes
la nobleza brilla por su ausencia, porque sé de historias de reyes que les han
exigido mucho a su hijos, precisamente porque son los herederos del reino, y
deben ser sabios para poder gobernar de manera justa.
Se ha producido un fenómeno social de
lo más extraño, porque los cuentos de hadas están en decadencia, al menos como
eran percibidos en mi infancia, cuando las niñas creíamos que un príncipe azul
estaría en nuestro futuro, para amarnos para siempre, una especie de rescate
heroico que convertía a las cenicientas en princesas. Ahora las hijas son
princesas per se, sin que medie una reina progenitora, las madres de
estas princesas no son Reinas, son personajes anónimos que sólo son la fuente
de provisión para estas hijas, que se creen que se lo merecen todo, y en
consecuencia, ni siquiera saben dar las gracias cuando alguien les otorga un
beneficio.
Lo paradójico y llamativo del fenómeno
es que no por ser madres de princesas, las progenitoras son apreciadas como reinas,
no: las progenitoras son complacientes niñeras. Esto me recuerda un relato que me contó de manera
muy divertida una amiga, resulta que mi amiga, que tenía una apariencia común y
es morena, tenía una bebita muy blanca, como su padre, y le ocurría con
frecuencia que las personas la confundieran creyendo que era la niñera,
incluso, en una consulta con el pediatra, la secretaria le dice: "Por
favor que pase la madre", ella se queda sin responder y la secretaria
insiste: "Que pase la madre de la bebita", ella creía que mi amiga
era la nana, lo cual es usual en estas consultas.
Esta es una anécdota perfecta
para expresar la manera como percibo este proceso que hace de los hijos unos
personajes de la realeza y sus madres, unas niñeras serviles. Por
cierto, estoy haciendo referencia a niños venezolanos, hijos sin padre en casa,
y madres que se revientan como chicharras para complacer sin medida a sus
retoños.
¿Qué oculta este comportamiento
materno?, ¿son madres que se proyectan en sus hijas porque no fueron princesas
en su infancia?, ¿tienen alguna culpa escondida por traer al mundo hijos sin
padres estables?, ¿es un alarde de heroísmo maternal?, o simplemente ¿una moda
asumida como animalitos entrenados en un laboratorio?. Creo que es todo esto y
mucho más.
Aún cuando tenemos buenos logros en las
leyes que regulan la familia, la dinámica familiar aún tiene carencias de
sustento ético.
Cuando era niña me dijeron que no
aceptara nada de los extraños, -buena medida, los extraños pueden ser
peligrosos-; pero cuando alguien amigo me daba algo, mi madre me decía: “¿Cómo
se dice?”, GRACIAS, ¡palabra mágica!, no sólo para los oídos del otro, sino
porque enriquece la conciencia propia, y nos ubica en el lugar al que
pertenecemos, no somos nada y somos todo, la humildad crea un estado de riqueza
interna invaluable.
La verdad es que no sé cómo una
sociedad podrá dirigir su destino, con niños, jóvenes y ya algunos entrados en
la edad adulta, llenos de ínfulas, de creer que se lo merecen todo, sin
reconocer la dignidad de los demás. Es obra de los adultos de hoy, quienes han
perdido el criterio de la educación y la formación de las nuevas generaciones
para la buena convivencia, y básicamente para su desarrollo personal y
espiritual.
Me atrevo a afirmar que esta generación
de princesas no hacen referencia a la monarquía ni a los cuentos de hadas, como
supuse inicialmente, aunque esto es un maravilloso telón de fondo. Esta
profusión de princesas hace referencia al deseo inconsciente de convertirse en
Reinas de Belleza. Basta observar las fotos que estas niñas publican,
invariablemente está presente el artificio de la pose, donde proyectan imágenes
sugerentes, muy estudiadas, como si se tratara de un casting publicitario. El
sex-appeal, que debería ser un aditivo natural, y un asunto de apreciación
subjetiva, se ha convertido en una cualidad sine qua non para las jóvenes
de hoy, cuya plasticidad las muestra muchas veces, de manera patética.
Estas princesas no saben agradecer, y
menos pedir disculpas, sus prioridades están por encima de todo lo demás, creen
que el mundo está a sus pies, por lo tanto, el otro es un súbdito; valdría la pena
estudiar el fenómeno pues no me cabe duda de que los problemas que esto
engendra no serán pocos, no sólo por la incapacidad para relacionarse con los
demás, sino por lo que implica la exacerbación de los atributos sexuales a tan
prematura edad.
Con esta distorsión, atropellan
la oportunidad de convertirse en personas. Son princesas no porque en sus
hogares reine un ambiente de nobleza (Léase el cuento de hadas: "El espinazo
mágico", el cual trata de un rey venido a menos, que mantiene una hermosa
familia llenas de niñas tocadas con hermosas coronas doradas y un trato amoroso
y noble), sino porque se proyectan como reinas de belleza, un arquetipo de
estirpe venezolana, que está minando la mente de viejos y jóvenes. Aún cuando
esta apreciación no significa que yo esté en contra de estos certámenes, los
cuales disfruto sin prejuicio, considero que es muy negativa la colectivización
del deseo narcisista y la imposición en la familia de especímenes a quienes hay que
rendirles pleitesía.
En contraposición a este anhelo, la belleza física se ha convertido en una fuente de cuestionamiento y rebeldía, y es frecuente que en las redes sociales aparezcan fotos de niños con
minusvalías notables, o niños de piel negra, con textos desafiantes que exigen
un Me Gusta, o de lo contrario somos discriminadores. Qué falta de respeto para
estos niños, que no tienen nada que ver con las patrañas de gente acomplejada,
que insiste en reconocerse como bellos de una manera enfermiza. Pero, la locura
es libre.