lunes, 7 de marzo de 2011

MI PRIMA XIOMARA Y NUESTRO ARAGUANEY


En estos días hay un gran esplendor en  Venezuela, está floreciendo El Araguaney, nuestro hermoso árbol nacional.  Tiene una condición espectacular: puede ser muy alto, mediano o pequeñito, bota todas sus hojas para dedicar todas sus ramas al esplendor de sus flores amarillas, se tupe de tal manera en capullos luminosos y va soltando una a una sus florecitas, que en complicidad con los suaves y sinuosos vaivenes del viento, van depositándose en el suelo para revelar como un espejo el sol de su creación.
Basta una persona sensible ante tal belleza, para que otros desapercibidos se fijen, se detengan y saquen sus cámaras y teléfonos para llevarse una estampa de ese bendecido amarillo que nos atrae y nos llena el corazón.

Es que el amarillo es mi color preferido, me gusta el brillo del sol, del oro, de la luz del bombillo de mi lámpara, de mis vestidos, de la alegría... de la risa, ... porque la risa es amarilla, dorada, el sonido agudo de las campanas, el  sonido del choque de unas copas de champán, y con esto les estoy hablando de kinestesia, tema del cual les hablé hace unos cuantos post.

Mi prima Xiomara, quien es  una persona fuera de serie, sensitiva, humanitaria, con un sex appeal envidiable, tiene una relación profunda con la naturaleza y un vínculo natural con los árboles, especialmente con el Araguaney y con el Indio Desnudo; no pocas veces se detiene en las avenidas de Maracay a admirar, tomar fotos, defender y hacer tributo a esos testigos de tantas generaciones de maracayeros.

Ayer mismo, en la avenida Las Delicias un hermoso Araguaney nos bañó de flores con una ternura de manos maternas, a media tarde cuando la temperatura arrecia en esos lares, una señora con su niña se había regresado a ver aquel espectáculo amarillo, luego llegaron dos jóvenes en bicicleta y después un niño de diez años tomando fotos a las florecitas que hacían una alfombra bajo la majestad de aquel regalo de Dios.



La naturaleza está allí, sólo que no la vemos, tenemos una ceguera cultural, pero sólo con detenernos a observar, podemos oir, sentir, oler y percibir con la piel erizasada ese mensaje de amor que las criaturas de Dios nos regalan. 

En una ocasión leí en un libro escrito por una psicóloga, que una persona había hecho contacto con el alma de la lenteja; al parecer la mujer era tan sensible como para captar el mensaje de la planta, y con gran claridad ella oía lo que la lenteja le decía. Esto no fue lo único que supe de este don, hay personas que captan mensajes de los animales,  y de esto hay mucha y muy buena literatura.  ¡Qué buenas noticias!

En otra ocasión leí de la mano de una científica estadounidence que una persona soñaba en repetidas ocasiones, que un gran pino le gritaba: ¡sálvame, sálvame!, y a los días pasó por una calle donde estaban cortando un pino.

Independientemente de lo que cada quien crea, lo cual es muy variado, no me cabe la menor duda de que estos no son fenómenos extraños, sólo son desconocidos y por ello increíbles; la soberbia humana, que se ha caracterizado por catalogar lo cierto y lo falso, especialmente guiados por sus escasos cinco sentidos, ha hecho que la sociedad occidental sea ciega a muchas realidades.

 Qué maravilloso sería que no cortásemos las flores para poner en jarrones que se convierten de inmediato en sarcófagos de la belleza  natural; si amáramos la naturaleza tendríamos jardines sin necesidad de floristerías que usan las flores como producto de un comercio de muerte.

¿Sabían ustedes que  se han observado cambios vibratorios o energéticos, captados por aparatos como  los registros de un electro, cuando se acerca una tijera a una planta, pero cuando se les habla con dulzura su comportamiento se suavisa? ¿No saben lo que siente una planta en presencia del fuego?, es realmente angustioso.

No menos podemos decir de la técnica de los bonsai, es un proceso que mutila el crecimiento de la planta, lo cual a mi saber y entender les debe molestar; pero bueno, nosotros también nos sometemos a muchos dolores por la belleza, la diferencia está en que no tenemos derecho a hacerlo con las plantas, porque no nos han dado su permiso. 

Este es el único bonsai que acepto, porque está hecho con mostacillas y piedritas.

Es por eso que no me gustan los jardines cortaditos, con formas, afeitaditos, con figuras, lucen tan sometidos, como atrapados bajo el poder de una guadaña; porque es someter a la naturaleza a una forma caprichosa sin dejar que su forma fluya,  aún con nuestros cuidados; pero así somos los humanos, hasta que la naturaleza se manifesta en desequilibrio.  
 
El amor por la naturaleza es amor a nosotros mismos, es amor a la unión indestructible que tenemos con nuestra Madre Tierra, sólo que somos hijos móviles, pero sus hijos al fin.