Es mi tendencia escribir sobre temas reales y no de ficción, pero esta vez quiero enmarcar en la categoría ficción, lo que les voy a relatar:
Había estado muy preocupada por mi amiga Mariana quien ya había abandonado este mundo, y digo abandonado porque fue literal, lo abandonó, decidió irse por su propia voluntad; al menos eso fue lo que declaraba finalmente su acta de defunción.
Creo que a todos preocupa el destino espiritual de quienes se quitan la vida, más en este caso, cuando hubo muchas señales de lo mal que se sintió en sus últimos meses; tenía mucho tiempo sin verla, nos habíamos alejado desde hacía muchos años, cuando supe de sus malestares quise visitarla pero ella misma desvió el asunto, y no fue posible. Yo respeté su decisión, pero por las informaciones que tuve sobre sus padecimientos, supe que mi amiga necesitaba urgentemente de atención psiquiátrica y de protección familiar.
La situación se tornaba delicada, a todas luces mi amiga requería una intervención rápida, un rescate de su estado emocional y un cerco protector de sus allegados, sin duda, sus más inconvenientes acompañantes.
Sin embargo, lejos estábamos de poder ayudar, porque teníamos en ella misma un obstáculo, un impedimento, tal parece que todo se confabuló para que ocurriera lo inevitable; un triste día, mi amiga se quitó la vida, dejándonos un sabor de impotencia, que aún no logro quitarme del todo.
Con los cercos naturales que estos acontecimientos hacen generar en la familia, y al no tener nada que decir que pudiera dar consuelo a sus seres queridos, dejé pasar un tiempo.
Recientemente viajé a la ciudad donde ocurrieron los dolorosos acontecimientos, -un viaje que hice con otros propósitos-, y conversando con mi amiga anfitriona, nos propusimos ofrecerle siete Rosarios con su camino de luz, con lo cual pretendimos ayudar al alma de quien, según nuestras convicciones, seguramente necesitaría unas buenas oraciones.
Culminada la última sesión, y pensando con optimismo que nuestros ruegos le habían dado ayuda, me dispuse a regresar a mi ciudad; llego al terminal, entro en la sala de espera, y en el momento que me siento, me pongo a pensar en mi amiga Mariana y con el pensamiento le envío un mensaje pidiéndole que me dé una señal de si había recibido la luz que pedimos en nuestras oraciones.
En ese preciso instante se me abalanza una hermosa niña de unos 5 años, se apoya en mi brazo izquierdo y busca en mi regazo algo, me dice: "yo te lancé una estella fugaz", yo le sigo la corriente y busco con ella, pero no encontramos nada. La niña sigue buscando y de pronto me da un beso en el antebrazo, la miro y ella me sonríe, la siento tan cálida y es tan risueña.
Con esa luminosa energía infantil se baja del asiento de mi izquierda y se monta en el asiento de mi derecha y sigue buscando su estrella fugaz, le digo que me voy a levantar para ver si su estrella se cayó al piso, revisamos bien, pero no hay nada.
Me vuelvo a sentar y en un pliegue de mi abrigo, la niña ve a su estrella fugaz y la toma muy alegre: es simplemente un anillo de plástico con un hilo elástico atado, de esos que al final del hilo tienen una pelotica de goma que se lanza al piso y se atrapa de nuevo a través del hilo.
En ese instante, se acerca una señora y le dice: "deja a la señora", me pide disculpas, me informa que la niña es especial; sin embargo, no le noto ningún signo físico de algún síndrome, y le digo que esa niña es Súper Especial, la señora me sonríe y se va diciéndole: "vamos Mariana, ya nos tenemos que ir".