Esa es la vida, alimentarnos
de pescado con espinas, y ¡cuántas veces nos atragantamos!, y con ello fácilmente
pasamos del dolor al sufrimiento.
Parece que el
dolor es inevitable, pues forma parte del crecimiento, hasta las piernas nos duelen
cuando crecemos, pero de eso al sufrimiento hay toda una manera de actuar ante
el dolor; quien haya entendido la diferencia entre estos dos estados ha logrado
penetrar en un secreto ocultado por siglos por nuestra cultura judeo-cristiana,
que de muy notable manera pondera el sacrificio como forma de vida y de
trascendencia.
El circuito del
pueblo elegido de Dios para alcanzar la tierra prometida, y la crucifixión de
Jesús, son dos emblemas religioso-culturales de lo que cuesta o significa la elevación espiritual en
occidente.
Hoy, los estudiosos del desarrollo personal nos están diciendo que podemos encontrar vías de resolución de problemas, comenzando por limpiar la casa mental en la cual guardamos sentencias debilitantes, porque el dolor es inevitable y el sufrimiento opcional. Al parecer
requiere poner atención, estar prestos a escuchar, ver y olfatear bien los obstáculos
que encierran los eventos a los cuales nos exponemos, para agudizar la
percepción y encontrar un camino correcto, antes de que se transforme en sufrimiento. Esto representaría entonces un
esfuerzo, y con ellos apreciaríamos el logro.
Cuando las cosas
nos llegan gratuitamente tal vez no entendamos el valor que tienen; no obstante
hemos de reconocer que en la vida también contamos con lo que en sánscrito
definen como dharma, o regalos que tenemos por merecimiento de vidas
anteriores, entonces hay temas en la vida que nos resultan fáciles y temas
difíciles, ante los primeros debemos agradecer y ante los segundos hacer la
tarea. En casos extremos, es fácil encontrar historias de hijos sobreprotegidos
cuya vida es un tedio.
Cuando los deseos
vienen precedidos de ciertas dificultades y éstas se superan, los logros tienen
un matiz y un brillo muy apreciado, de allí la sentencia de que debemos pagar
por todo lo que tenemos, para que lo valoremos y que el dinero que llega por vías non sanctas se esfuma, o nos complica la vida, y eso no es felicidad.
Podemos ver que
en todos los casos las dificultades de unos son las potencias de otro, sin
embargo, todos enfrentan dificultades, unos por exceso y otros por escasez,
pero quien no sabe administrar la pobreza no sabe administrar la riqueza, y eso
lo que quiere decir es que si tenemos poco, es preciso gastarlo con criterio de
rico, es decir, bien invertido, mi madre decía que prefería tener un sólo par
de zapatos, pero de buena calidad, que muchos zapatos baratos; eso nos reportó
a la familia un criterio de buena administración donde la calidad estaba por
encima de la cantidad.
Cuando se trata
de bienes materiales el asunto es muy gráfico, pero cuando se trata de afectos,
vínculos espirituales, sentimientos y complejos psicológicos, la cosa se
complica, puesto que muchos nacen en familias disfuncionales, cuyo nutriente
emocional es pobre o no existe, dejando así un vacío que luego dificulta las
relaciones con los demás. Entonces las dificultades se colocan en casi todos
los aspectos de la vida, porque hasta la manera de obtener el dinero deviene de
la energía amorosa o de su ausencia. En estos casos hay que buscar ayuda profesional.
La humanidad se
ha valido de muchas sentencias, que refuerzan el optimismo: “A nadie
le falta Dios”, “Cada niño viene con su pan debajo del brazo”, “La esperanza es
lo último que se pierde”, “A mal tiempo, buena cara”, “Dios sabe lo que hace”,
“Primero muerto que boca abajo”, todo formando una gran mixtura de cosas que
nos asisten y reconfortan a sacar las espinas de la garganta y que enriquecen
la actitud positiva ante las adversidades.