Cómo resuenan en mi memoria aquellos nombres de personajes y
lugares nefastos, Pedro Estrada, Vallenilla Lanz (hijo), el negro Sanz, Pérez Jiménez,
La Seguridad Nacional y Guasina, todo suena al horror de la década de los años 50s; recuerdo que cerca de mi
casa en San Ignacio, Maracay, teníamos a una vecina de nombre Panchita, era ancianita,
muy arrugadita, para mis ojos infantiles tendría unos 100 años, vivía sola,
porque su marido estaba preso en la Seguridad Nacional (SN), se contaba que lo
torturaban colocándolo sobre panelas de hielo, mientras su esposa sufría en
soledad y obligado silencio.
La señora Panchita vendía arepas, -diez por un
bolívar-, redonditas y muy pequeñas, pero la mayoría de las madres hacían sus
arepas en casa, hasta que se cansaron y de pronto la compra de arepas se hizo
un hábito nuevo, al menos cerca de casa teníamos a dos señoras que parecían
unas pasitas de lo arrugadas, que desde la madrugada se metían de lleno en la
candela para preparar las arepas del desayuno ajeno; recuerdo clarito cómo
sonaba el rayo hecho con una lata de sardinas que le habían hecho huequitos con
un clavo, cuando raspaba el carbón que se pegaba a la arepa recién sacada del
fogón de leña. El calor debió secar la piel de aquellas señoras, tan volcadas en su única manera de ganarse la vida.
Estas dos señoras eran la viva imagen de las abuelitas de
cuento, me encantaba ir con mi mamá a buscar las arepas, muy tempranito, para
ver como aquel fogón gigante que me pegaba en la cara su energía febril, exponía el chisporroteo de las brazas que
resonaban alegres delante de la cola de gente que llegaba con su cesta y un
pañito.
Nadie comentaba nada, en aquellos tiempos la censura y
autocensura no permitían comentar nada sobre el gobierno ni nada parecido,
bozales invisibles se tendían en cadena sobre todos los hogares venezolanos, aunque en casa yo oía más,
porque mi papá era enfermero en el Hospital Militar y de buena fuente sabía lo
que ocurría en los cuarteles.
Mi mamá nos contaba muchos cuentos a mi hermanita y a mí, de su
infancia y de su vida en Boconó, Trujillo, pero también nos hablaba del tiempo
que vivíamos, que teníamos a un presidente malo, un dictador, cosa que me
confundía porque había leído en un libro de Historia, sobre Bolívar Dictador.
Mi madre nos confiaba la importancia que tenía ser prudentes con
la palabra, que lo que se oía y vivía en casa no se comentaba afuera, la
intimidad era un valor exacerbado en mi hogar, por eso de mi boca no salía ni pío,
y en el colegio respondía exactamente lo que me preguntaban, nunca abundaba en
detalles ni comentarios de ningún tipo, eso me hizo muy reservada y callada.
Las fuentes de información de la SN llegaban hasta los salones de clase.
La vida transcurría tranquila, sólo perturbada por las peleas de
las madres que trataban de resolver desencuentros causados por una disputa por
metras o trompos que protagonizaran sus hijos; nada político, hasta que un día
cualquiera, mi madre al regresar de la pulpería, llegaba a casa pálida de saber la
detención de algún vecino, lo cual generalmente ocurría en la madrugada. Mi madre
era muy sensible a los ruidos, y muchas noches fue testigo del sonido que
producía el paso acelerado de carros, muy extraños en nuestro barrio, sin que
ello produjera una simple queja, un grito, un alerta, que luego se convertía en
el rumor bajito que daba noticia de las detenciones.
En aquellos tiempos cuasi rurales, pueblerinos, el control
social era un arma más de la dictadura, y al silencio impuesto por el sistema, se agregaba la sospecha vecinal, era preferible llevársela muy
bien con los vecinos, pues no sabíamos si a consecuencia de un malentendido,
una envidia compulsiva, o una venganza personal, inocentes pudieran parar a los
calabozos de la SN, debido a la acusación infundada de un enemigo gratuito o
bien ganado.
De allí la reserva de mis padres, la cual se incrementaba en su
condición de gochos bien plantados, andinos disciplinados que tenían el control
de hasta los pensamientos de sus hijas; de allí aprendí a contenerme, a
auto-regularme y a saber que la vida nos exige un gran esfuerzo.
Fueron muchos los momentos de tensión que teníamos hasta en
escenarios festivos, como fue la Navidad del 57, pero sabía que teníamos que
estar calladitos, mi padre compraba comida por si acaso, y sacaba su talismán,
una foto a color del presidente, montada en un marco dorado, -mi padre había
sido carpintero y montaba cuadros- en caso de que llegaran inspectores de su
trabajo, y que, en efecto llegaban, eran unos desconocidos que daban vueltas
por el barrio y que llegaban sin ser invitados a preguntar por el señor de la
casa. Gracias a Dios, nunca fuimos víctimas directas del régimen, aunque ese
manto de dictadura nos arropara a todos.
Eran tiempos de pan y circo, y esto es sólo una manera de decir,
porque el pan, pan, era escaso, teníamos vecinos de muy pocos ingresos, que
cenaban con un pan y medio litro de leche al que le agregaban agua para
rendirla, y el mejor plato se lo comía el papá, el que traía el sustento a
casa; los niños pasaban hambre y eran muy flaquitos, vi morir muchos niños
vecinos con marasmo nutricional.
El circo lo armaban con las fiestas de Carnaval y la Semana de
la Patria, eran momentos de catarsis, en los cuales permitían el juego con agua
y pinturas en la calle, era un verdadero desenfreno, que no pocas veces
conducía a accidentes y hechos de sangre. Estas expresiones de agresividad
excusadas como alegría carnavalesca se extendió hasta bien entrados los años
sesenta.
Pero, de pronto o poco a poco, de un estado de sumisión total por el dominio
absoluto del dictador, se le debilitó el apoyo de los sectores económico,
religioso y militar, sin contar con el estudiantil que siempre estuvo en
contra, y llegado diciembre del año 57, lo que debía ser una Elección Presidencial libre,
directa y secreta, se convirtió en Referendo, lo que trajo aún más descontento, y como todo Referendo dictatorial,
fue asaltado por las fuerzas del fraude, Marcos Pérez Jiménez se ratifica en el cargo, con
la cara tan lavada.
Fueron unas Navidades muy tensas, y llegado el 31 de diciembre en pleno saludo de feliz año, se comentaba por lo bajo, y yo presentía que el gobierno era el centro de los acontecimientos, el 1º de enero del 58 se produce un intento de golpe, no
exitoso, -simplemente por fallas comunicacionales entre las partes irrumpientes-, lo
cual le dio confianza al dictador, toque de queda, lo cual era muy frecuente; sin embargo, con un clima bastante
enrarecido y para disminuir la presión, Pérez Jimenez decide sacar del escenario y enviarlos fuera del país a Laureano
Vallenilla Lanz (hijo), Ministro del Interior y a Pedro Estrada, Director de la
SN, sus más fervientes servidores.
Fue un puntual acto de protección para estos dos, pues en los días sucesivos se da lugar a manifestaciones de calle, paros y protestas que obligaron al tirano a salir huyendo del país en la madrugada del 23 de enero, dando por terminada su actuación y un tránsito de represiones, persecuciones, torturas y corrupciones, aunque no constituyó la supresión de la participación militar en la política, si nos ponemos a ver, nuestro escenario político ha estado marcado por la activa participación de los militares, hemos tenido una larga historia de mandatos de uniformados; una tradición caudillista.
Fue un puntual acto de protección para estos dos, pues en los días sucesivos se da lugar a manifestaciones de calle, paros y protestas que obligaron al tirano a salir huyendo del país en la madrugada del 23 de enero, dando por terminada su actuación y un tránsito de represiones, persecuciones, torturas y corrupciones, aunque no constituyó la supresión de la participación militar en la política, si nos ponemos a ver, nuestro escenario político ha estado marcado por la activa participación de los militares, hemos tenido una larga historia de mandatos de uniformados; una tradición caudillista.
Días después, el esposo de la señora Panchita se paseaba por las
calles del barrio saludando a todos, llevaba liqui-liqui color crema, un
bastón y un sombrero, no estaba tan viejo como su esposa, pero tenía un tic nervioso, o un movimiento involuntario que hablaba a gritos de las torturas recibidas, era un hombre alegre, exaltado, se
aproximaba a las jóvenes como si tuviera permiso para piropearlas, y las
muchachas condescendientes les respondían sus saludos. Me lo había imaginado un
cadáver ambulante debido al sufrimiento que padeció, pero tenía que sacarle a la vida sus
últimas energías y luces, ocho años en prisión no lo anularon, eso le pegó más
a la triste y dulce Panchita, quien luego lo vio morir, agotado por el maltrato de
sus últimos años de vida.
La historia la realizan héroes visibles o destacados, y mucha gente
que da su vida sin que ello contribuya en lo absoluto en recibir alguna retribución,
sólo la grandeza de haber dado les llena el alma y es lo que se llevan de esta
existencia.
Hoy me acuerdo de usted, Señor Maracara, cuando han pasado más
de cincuenta años que Dios lo llamó a formar las filas de sus legiones
luminosas. A usted y a tantos venezolanos que cada día dan su aporte anónimo
por una Venezuela libre, próspera y honesta.
Dios los bendiga