La querida y luminosa Violeta
Parra, inspirada poetisa chilena, escribió y escribió sus contradictorias reflexiones
y nos dejó la misma incertidumbre, sin poder dejar de
lado la inquietud que un tema tan actual y tan antiguo nos produce: la vida y
la muerte.
En El rin del angelito, nos dibuja un paisaje donde el alma se
traslada alegre a la inmensidad del cosmos:
“Cuando
se muere la carne, el alma va derechito a saludar a la luna y de paso al
lucerito…”
En “Ayúdame Valentina”, nos presenta su dura convicción sobre la
inexistencia de un mundo más allá de éste:
“Ayúdame
Valentina, ya que tu volaste lejos, dime de una vez por todas que arriba no hay
tal mansión…”
Bella Violeta, que nos expones con
tanta honestidad la polaridad que al igual que a ti nos aturde, y que por más que
busquemos respuesta, nos quedamos perplejos ante un fenómeno tan trascendental
como la existencia.
Para cualquiera resultaría
inadmisible la inexistencia del alma, porque al menos, hasta como concepto
dinámico del lenguaje, es aceptado por los ateos; sin embargo, creer que al
morir todo acaba, no es más que ratificar que el cuerpo humano es sólo una
expresión rasa de la energía biológica, un ser sin conexión espiritual, y de
eso hay bastante.
Aún cuando la iglesia se erigió como
autoridad espiritual en occidente, y con ello ejecutó brutalmente la tarea de
contener el comportamiento social con sus versiones de cielo e infierno, la
vida es un escenario donde para bien o para mal, estamos a diario escogiendo
entre esos dos polos. La versión laica lo expresa como ética ciudadana, lo cual
sigue planteando el conflicto entre el bien y el mal.
Fue notable la fiereza de la
iglesia católica del siglo XXVI y siguientes, al concebir a los africanos como
seres carentes de alma, lo cual excusaba su tráfico y trato similar a las bestias,
incluso, ya venían manejando este criterio milenario, de tildar a la mujer de tener tal condición. Al
parecer el hombre en todos los tiempos se ve atrapado en su escasa visión y
tiende siempre a escoger la “verdad” que más le conviene, sólo que hoy con métodos más sutiles.
Creer que hay un mundo después de la
muerte le da un sentido a la vida, lo cual es esencial para muchos, pero creer
que no la hay, es un aliciente para la guerra, la depredación y sus
consecuencias.
Violeta pide a Valentina (Tereshkova),
que le ayude a esclarecer este dilema, nadie mejor que ella que había viajado al espacio
exterior; hoy es la propia Violeta, la más apropiada para aclararnos el asunto,
pero el otro mundo es el otro mundo, sin desconocer que hay bastante que
debatir al respecto.