"Sé tu misma". Cuando oí esta expresión por primera vez, no entendí nada, y aunque sabía que podíamos tener la tendencia de aparentar lo que no somos, -en cuyo caso debió decir: no seas hipócrita-, realmente no tenía la menor idea del contenido sanador de estas tres palabritas.
Su uso cotidiano quedaba en especulaciones, o cuando más, en debates filosóficos aburridos, y principalmente, en discursos feministas que trataban de animar a la mujer en sus pretendidas luchas reivindicativas.
Cuando estudiaba en la UCV, teníamos una compañera que de pronto nos preguntaba: "llavecita, ¿usted ya se encontró a sí misma?", la respuesta era una actitud de silenciosa condescendencia, y un deseo de salir corriendo en sentido contrario; yo me sentía más o menos con los pies sobre la tierra, y nadie iba a hacerme tambalear.
Lejos estaba yo de sospechar, que esas expresiones eran claves para enfrentar las dolorosas experiencias personales, que como estallidos sorpresivos se convierten en verdaderos rituales de iniciación, cuando dejamos la adolescencia. Al menos fue lo que a mí me ocurrió.
Después de tanto oir expresiones similares, que no terminaban de redondear la idea, este conversar se fue convirtiendo en una suerte de clichés sin sentido, discursos llenos de nada, tal vez porque el tema requería de nuevos conceptos para su adecuada comprensión.
Con ello proliferaron otras expresiones como:
"Aceptame tal como soy", ¡vaya imprecisión! con la cual se acentuaba la irresponsabilidad hacia los demás;
"No eres tu, soy yo", y con ello quedaba terminada la discusión;
y otras más hirientes:
"Nunca te dije que te amaba", "No te puse una pistola en el pecho, fue decisión tuya", y dichas estas palabras cualquiera se desentendía de una relación, después de haber tomado a diestra y siniestra del corazón del otro, por no decir el cuerpo entero. Era una práctica muy usada por galanes entrenados, verdaderos depredadores de la moral femenina más profunda.
Las relaciones interpersonales, especialmente de pareja y familia, eran temas tabú, y los sufrimientos causados por las pérdidas y separaciones se asumían en solitario, debido a la mala imagen que significaba un abandono. Era un mundo signado por el éxito, y el logro, por lo externo, las emociones eran asunto íntimo y molesto, y mientras más se ocultaban mejor.
Esta manera de establecer esta escala de valores dio al traste con la salud, se manifestaron altas incidencias de enfermedades como el cáncer, por la incapacidad del sistema inmune para procesar tanta toxina emocional; diabetes, por una carencia insalvable de dulzura; constipación, de tanto acumular y contener basura emocional; y en lo mental, un pragmatismo extremo, de tanto sufrir y ver sufrir, o un sentimiento de víctima del tamaño de un templo.
A partir del año 1990, por fortuna se inició una ola benéfica para el alma, se expusieron públicamente temas sobre las problemáticas relaciones interpersonales, las cuales habían estado represadas por la sensura social e individual.
Hoy, después de un nutrido aporte de los psicólogos y terapeutas, y otros especialistas en relaciones humanas, a la publicidad en los medios sobre el desarrollo personal y espiritual, la edición de libros, talleres y demás eventos de autoayuda, tenemos muchos más recursos, y basicamente una valoración distinta sobre las emociones, y ya podemos comprender mejor aquella enigmática invitación de: SÉ TU MISMA.
Ser uno mismo es retomar lo que sabemos inconscientemente, la certeza de que somos una entidad única, completa y perfecta, que estamos en esta vida asumiendo una personalidad específica, pero que no somos el cuerpo ni sus experiencias, que cada una de las cosas vividas, aprendidas y creídas son un bagaje de conocimientos que podemos soltar para seguir con la fuerza de lo que somos verdaderamente.
Cuando reconocemos que la tristeza del adulto, es un replique de los momentos tristes de la infancia, y que habiendo pasado ya, podemos hacerlos a un lado, valorándolo como vivencia y no como esencia propia, porque seguimos siendo puros y completos, logramos hacer lo que aquella compañera de estudios nos decía: "encontrarnos a nosotras mismas".
Imagínense que ustedes son un ser dentro de un cuerpo y que cada experiencia dolorosa, se convierte en etiquetas con una leyenda que se prenden a su cuerpo como capas de cebolla; al cabo de los años, están llenos de etiquetas y ustedes creen que ustedes son esas etiquetas; olvidaron que debajo de las etiquetas están ustedes inmutables. Las etiquetas los han forrado de tal manera que no saben quiénes son.
Cada una de esas etiquetas tiene una leyenda: no vales nada, eres irresponsable, estás triste, eres débil, te abandonan, estás solo, eres pobre, eres incapaz, estás manchado, te rechazan, eres culpable, eres impotente, eres tímido, eres víctima, pobrecito, y cualquier cantidad de sentencias que indican descalificación.
Cuando llegas a la madurez estas sentencias se han consolidado en tu mente de tal manera que no puedes encontrar otra forma de calificarte, ya has consolidado una imagen de tí mismo muy deteriorada porque esa imagen superpuesta perpetuada desde el nacimiento, se va configurando en la mente, sin que nadie ni nada la cuestione.
Al cabo de los años, se instala un modelo de comportamiento dado por esas etiquetas y por las experiencias nuevas que casi siempre van a ir coincidiendo con sus contenidos. ¿Por qué? porque el comportamiento asumido de baja autoestima atrae, o se sincroniza con nuevas experiencias similares. Allí vienen las quejas, los sentimientos de soledad, que en estos momentos están agobiando a tantas personas. Vivimos en una sociedad de solitarios.
Al tener conciencia de que si seguimos haciéndole caso a las etiquetas seguiremos manteniendo una imagen falsa de lo que somos, no tiene sentido postergar un proceso de limpieza, de cambio; podemos ir arrancando cada etiqueta con lo cual ir descubriendo lo que somos en esencia: seres completos, autónomos.
Con ello podremos alcanzar un estado de sociego capaz de superar el miedo a la soledad, la tristeza por rechazo, el resentimiento del abandono.
César Landaeta, en su esclarecedor libro: "La buena nota de estar SOLA", nos proporciona un camino para transformar el estado de melancolía y depresión que supone la soledad impuesta desde afuera.
"La soledad elegida", es un estado de confort, sustentado en la conciencia de haber asumido que somos entidades solas, únicas e individuales, después de liberarnos de la creencia de que somos nuestras experiencias, y disolver el vínculo con los prejuicios de la sociedad, plasmados en las etiquetas.
Ya no tengo duda de lo que no soy, porque es precisamente lo que siempre creí que era, aunque los demás digan lo que digan; lo importante es lo que digo yo desde mi esencia pura. Esta búsqueda no acaba, hay mucho por descubrir, cosas que habían quedado eclipsadas al colocarme las consabidas etiquetas que usé como ilustración.