martes, 2 de abril de 2013

LA SOCIEDAD HERIDA


Para la mentalidad occidental y especialmente latinoamericana, la ausencia de padre en la familia no es percibida como grave, tal vez se deba a que lo cotidiano desdibuja lo importante. La familia de estas latitudes tiene una herida profunda y no lo sabe, y en algunos sectores sociales el asunto es tan intenso que científicamente la familia no existe, debido a la descomposición social que padecen. 

En medio de una diversidad de factores, la mujer ha tenido que cubrir las faltas paternas, incluso en ciertos niveles sociales con una notable soberbia; la mujer asume todas las responsabilidades sola, al negarse a demandar el cumplimiento de los deberes del padre de sus hijos, una vez separados. Un falso orgullo que contribuye a la irresponsabilidad paterna.

Por ignorancia y como respuesta a sus propios complejos psicológicos, confunde la relación de ella y su ex pareja, con la relación del padre con su hijo; un innegable vínculo con el trastorno propio, a su vez por falta padre, con quien se desenvuelve la imagen masculina de la niña en los primeros años.

Si nos remontamos en la historia, el Padre de familia ha sido una figura representativa de sociedades muy vinculadas a tradiciones religiosas, y con sólo mencionarlo vienen a mi pensamiento los patriarcas hebreos, organizadores y custodios de la unión familiar, como centro de los acontecimientos vitales y trascendentales.

A esto se llama Patriarcado, al sistema de organización que parte de la familia y se extiende a la administración de bienes y actividades económicas, donde participan personas ajenas a la relación consanguínea; el padre es el guía, el proveedor, el que deja la herencia, el que distribuye y ordena la manera de relacionarse en lo sucesivo. De esa tradición judía deviene la moral cristiana, la cual centra en el sacramento del Matrimonio, los deberes y derechos de la pareja y los descendientes.

En Latinoamérica el jefe de familia asumido por el padre, se cimentó básicamente sobre el carácter machista de la función proveedora. Quien trae el sustento a casa es el que manda; al menos hasta la primera mitad del siglo pasado, la familia estaba gobernada por el padre, una manera de organización atada a las condiciones aún agrícolas de aquellos tiempos, aunque ya despojados del antiguo carácter patriarcal debido a la aparición del Estado. 
    
Los aires urbanísticos introdujeron cambios notables para las condiciones de la mujer, y las oportunidades de trabajo remunerado fuera de casa no se hicieron esperar. Para bien y para mal, la familia quedó herida, fracturada, el hombre fue desdibujando la responsabilidad de su papel, la mujer imitó el modelo masculino, el único que conoce como modelo exitoso, y se empieza a desencadenar un proceso multifactorial que ha hecho decir a muchos hoy, que tenemos una sociedad en crisis, la familia, la célula de la sociedad se nos quebró. 

Lo positivo del asunto es que gracias a estos cambios también tuvimos acceso a estudios de alto nivel y hoy contamos con notables expertos que pulsan la realidad psicosocial. Sabemos la relevancia que tiene promover la salud emocional de los hijos, y esto está ligado a la presencia nutritiva del padre y la madre. 

En la cultura latinoamericana, específicamente en Venezuela, el asunto es realmente dramático, debido a la ausencia o mórbida presencia del hombre en las relaciones de familia. El drama a que hago referencia se debe a la baja calidad de la formación y equilibrio del hombre latinoamericano para dirigir una familia. Varios factores han creado un síndrome personal que se hace social por su incidencia: La falta de padre, aunque yo sería más específica: LA FALTA DE BUEN PADRE.

Aún evitando lugares comunes, debo señalar que nuestro origen cultural es el factor fundamental de nuestra realidad actual, múltiples factores asociados al choque de tres culturas: desarraigadas la europea y la africana, y destruida la autóctona, no se podría esperar una organización familiar sólida y estable. No tenemos una tradición ancestral, carecemos de una referencia constructiva que nos identifique, tal vez por eso somos tan olvidadizos, no tenemos qué recordar, ni queremos hacerlo. 

Alguien dijo que nos mueve una motivación presentista o pragmática, nos es difícil planear al largo plazo; otro dijo: “sufrimos del Complejo de Adán”, siempre arrancando desde cero, creyéndonos los primeros, los pioneros, por eso no consolidamos proyectos iniciados por otros. Vamos en un continuo derrumbar y empezar, como ha sido nuestra intermitente o interrumpida historia política.    

Hoy sorprende como la fuerza del machismo, expresada en todos los ámbitos de la vida nacional, el abandono voluntario, el alcoholismo y la violencia doméstica, la desdibujada referencia religiosa, la deficiente responsabilidad civil, la escasa formación profesional y especialmente la ausencia de una ética personal, son los efectos de la falta de un buen padre: de un orientador calificado.

Un día, cuando estudiaba en la UCV, me sorprendió una afirmación que hacían unas líderes feministas, cuando acusaban a la madre del machismo de sus hijos, ya que era ella y sólo ella la que los criaba. Yo me resistí a creer eso, un argumento por demás machista, buscaba a alguien a quien llevar a la horca, y allí estaba la mujer para oír los desplantes de otras mujeres que las acusaban de mantenedoras del status quo, sobraban razones para percibir un discurso ideológico en aquellas agresiones. 

No obstante, la vida y el destino de la mujer están unidos al hombre, y la cultura los envuelve de la misma manera, por ello el origen de la irresponsabilidad paterna la veía, más relacionada con la falta de identidad del varón con un proyecto grupal y nacional vinculado a un valor sobre su descendencia, el valor de su linaje; cosa que poco trajeron, muchos de los españoles en el siglo XVI, cuando llegaron solos, aventurando, masacrando, violando mujeres indígenas, africanas y hasta españolas, carentes de una filosofía de vida, de una referencia trascendente, y teniendo en sus manos el poder político y económico, o la libertad que tiene un hombre sin tener a quien cuidar.

En la actualidad, la ausencia de un buen padre de familia, ha conducido a que los hijos sean criados por la madre, quien asume equivocadamente que ella es padre y madre, cuando no es lo uno ni lo otro. Que la madre asuma la paternidad es imposible, a lo sumo llega a concretarse en el papel de proveedora, y asumir la maternidad reducida a escasos momentos del día, lo cual deja mal parada su efectividad. Argumentar que su función tiene calidad y no cantidad, es autoengaño, un invento para acallar la culpa, aunque reconozco que hay heroínas que lo logran, especialmente cuando tienen la sensibilidad y la humildad de informarse adecuadamente, para ejercer su desempeño. La salida de la mujer al campo laboral fuera de casa contribuyó a dejar la formación de los hijos en manos de niñeras no calificadas, y ahora en manos de empleadas de guarderías.

Esta prevalencia del papel “padre-madre” de la mujer, ha hecho concebir una garrafalada cuando afirma que la sociedad venezolana es matriarcal. El matriarcado sería el dominio de la figura femenina en la conducción familiar y social, incluyendo al hombre, pero tomar las riendas de la familia en ausencia del hombre no es matriarcado, es desorden familiar. Recuerdo una ocasión cuando una amiga divorciada, argumentaba muy enojada, que su hijo no tenía ninguna influencia de su padre porque se divorció cuando éste tenía un año, yo le repliqué que precisamente por no haber estado presente, el padre había dejado una gran influencia, en este caso, un gran vacío. 

El tema laboral de la mujer, a lo cual tiene derecho, no hubiese sido tan problemático para los hijos, de contar con una pareja comprometida con la familia que estaban formando, como se observa hoy en las parejas divorciadas que asumen con responsabilidad la formación integral de sus descendientes.  

Los fenómenos psicosociales en general, que se producen en la cultura latinoamericana están atados a esta historia, y son terriblemente manifiestos cuando se trata de manipulaciones populistas, donde se ponen de relieve las carencias afectivas y por ende el mesianismo, la reivindicación social, la referencia de una figura masculina protectora, de la cual se ha carecido por cinco siglos; muy poco tiempo para haberlo superado, sin contar con los sucesivos desajustes sociales que han impedido una adecuada formación social.

La necesidad de padre, es para el venezolano una actitud natural, aunque hay sus excepciones; la figura masculina que representa esta autoridad, es deseada o soñada como protectora, heroica, dulce, solidaria, comprensiva, confiable, simpática, accesible, cualidades que han brillado por su ausencia en la vida de los niños que hemos sido. 

Tener un “Padre de la patria” y un “Padre de la democracia”, no revela la cuantía de la carencia paternal venezolana, porque éstas son expresiones universales; donde se manifiesta realmente este síndrome, es en la identificación fanática, casi posesa, con figuras políticas que emergen con un discurso reivindicador de derechos, y el más sensible de los temas colectivos: la pobreza. Porque hay una pobreza afectiva alargada por generaciones, una carencia de continuidad, un sentimiento de víctima, que sustentan estos fanatismos.

Una buena idea sería estructurar caminos para la instauración de un sistema de valores en apoyo a la familia, la pareja y los hijos, basado en un análisis crítico de la historia familiar venezolana; eso contribuiría a generar una liberación de las ataduras y chantajes emocionales que nos hacemos nosotros mismos. Abundan los estudios científicos con sustanciales hallazgos sobre los efectos de la falta de Padre, con mayúsculas, individuos carentes, desajustados y casi desahuciados para la vida. 

Es inquietante ver como ahora el conocimiento médico se presta al negocio de la producción en serie de hijos sin padre, que hoy están promoviendo las mujeres que desean hijos, y desean sólo una gota de semen de un donador; una manera segura de negarle de antemano el derecho del hijo a conocer a su progenitor. Nadie piensa en el ser que va a resultar de esta negociación, el embrión es cosificado en el formato de un proyecto médico y personal, muy de moda en el ámbito de mujeres que no quieren una pareja sino un hijo, entre ellas, ejecutivas, artistas o cualquiera otra que lo pueda financiar.

Está suficientemente registrado, la cantidad de embriones abandonados que resultan de proyectos de parejas con problemas de fertilidad, una vez que éstas decidieron separarse antes de la implantación de los embriones; lo mismo sucede con negociaciones de mujeres que alquilan sus vientres a parejas que desean hijos, si sólo ocurre alguna desavenencia o la pareja se divorcia, aquel no nato queda huérfano por cambio de planes. La procreación parece un juego de gustos y disgustos. 

Ante estas condiciones, que han transformado lo que entendíamos como familia, podemos tener la tentación de afirmar que esta institución está pasando por procesos irreversibles y augurar una nueva manera de relacionarnos en el futuro. La verdad es que no siento que los humanos estemos en condiciones de estructurar nuevas maneras que satisfagan el orden emocional como lo hace un grupo tan vital como la familia, dirigida por una pareja responsable, incluso ya existen experiencias en diversidad de formas de relacionarse en pareja que han conducido al fracaso; matrimonios libres, comunas, convivencias colectivas, el poliamor, las cuales desdibujan el línea paterna y materna y confunde inevitablemente al niño.  

Es paradójico que siendo la sociedad tan sobrada y notoriamente masculina, sea precisamente la figura masculina la que está ausente en la familia, el centro generador del fenómeno social. Hoy vemos con estupor la manifestaciones más extremas de la insanía emocional de quienes ejercen funciones públicas, atrapados en delirios insospechados y aplaudidos sin remedio, por masas posesas del mismo mal.

Negar el análisis histórico por pertenecer al pasado es un error, desconocer el origen del problema desubica el presente, y aunque la madurez de una persona no se mide por la historia de una cultura, no podemos desconocer que ésta, arrastra la causa de una sociedad de huérfanos con padres vivos.  Hace tiempo que fue la hora, de que el hombre planifique y se ocupe de sus hijos, y deje de ser sólo padrote, y que las mujeres despierten, antes de que la regla les falte.