Para la mentalidad
occidental y especialmente latinoamericana, la ausencia de padre en la familia
no es percibida como grave, tal vez se deba a que lo cotidiano desdibuja lo
importante. La familia de estas latitudes tiene una herida profunda y no lo
sabe, y en algunos sectores sociales el asunto es tan intenso que
científicamente la familia no existe, debido a la descomposición social que
padecen.
En medio de una
diversidad de factores, la mujer ha tenido que cubrir las faltas paternas,
incluso en ciertos niveles sociales con una notable soberbia; la mujer asume
todas las responsabilidades sola, al negarse a demandar el cumplimiento de los
deberes del padre de sus hijos, una vez separados. Un falso orgullo que
contribuye a la irresponsabilidad paterna.
Por ignorancia y como
respuesta a sus propios complejos psicológicos, confunde la relación de ella y
su ex pareja, con la relación del padre con su hijo; un innegable vínculo con
el trastorno propio, a su vez por falta padre, con quien se desenvuelve la
imagen masculina de la niña en los primeros años.
Si nos remontamos en
la historia, el Padre de familia ha sido una figura representativa de sociedades
muy vinculadas a tradiciones religiosas, y con sólo mencionarlo vienen a mi
pensamiento los patriarcas hebreos, organizadores y custodios de la unión
familiar, como centro de los acontecimientos vitales y trascendentales.
A esto se llama
Patriarcado, al sistema de organización que parte de la familia y se extiende a
la administración de bienes y actividades económicas, donde participan personas
ajenas a la relación consanguínea; el padre es el guía, el proveedor, el que
deja la herencia, el que distribuye y ordena la manera de relacionarse en lo
sucesivo. De esa tradición judía deviene la moral cristiana, la cual centra en
el sacramento del Matrimonio, los deberes y derechos de la pareja y los
descendientes.
En Latinoamérica el jefe de familia asumido por el padre, se cimentó
básicamente sobre el carácter machista de la función proveedora. Quien trae el
sustento a casa es el que manda; al menos hasta la primera mitad del siglo
pasado, la familia estaba gobernada por el padre, una manera de organización
atada a las condiciones aún agrícolas de aquellos tiempos, aunque ya despojados
del antiguo carácter patriarcal debido a la aparición del Estado.
Los aires
urbanísticos introdujeron cambios notables para las condiciones de la mujer, y
las oportunidades de trabajo remunerado fuera de casa no se hicieron esperar.
Para bien y para mal, la familia quedó herida, fracturada, el hombre fue
desdibujando la responsabilidad de su papel, la mujer imitó el modelo
masculino, el único que conoce como modelo exitoso, y se empieza a desencadenar
un proceso multifactorial que ha hecho decir a muchos hoy, que tenemos una
sociedad en crisis, la familia, la célula de la sociedad se nos quebró.
Lo positivo del
asunto es que gracias a estos cambios también tuvimos acceso a estudios de alto
nivel y hoy contamos con notables expertos que pulsan la realidad psicosocial.
Sabemos la relevancia que tiene promover la salud emocional de los hijos, y
esto está ligado a la presencia nutritiva del padre y la madre.
En la cultura
latinoamericana, específicamente en Venezuela, el asunto es realmente
dramático, debido a la ausencia o mórbida presencia del hombre en las
relaciones de familia. El drama a que hago referencia se debe a la baja calidad
de la formación y equilibrio del hombre latinoamericano para dirigir una
familia. Varios factores han creado un síndrome personal que se hace social por
su incidencia: La falta de padre, aunque yo sería más específica: LA FALTA DE
BUEN PADRE.
Aún evitando lugares
comunes, debo señalar que nuestro origen cultural es el factor fundamental de
nuestra realidad actual, múltiples factores asociados al choque de tres
culturas: desarraigadas la europea y la africana, y destruida la autóctona, no
se podría esperar una organización familiar sólida y estable. No tenemos una
tradición ancestral, carecemos de una referencia constructiva que nos
identifique, tal vez por eso somos tan olvidadizos, no tenemos qué recordar, ni
queremos hacerlo.
Alguien dijo que nos
mueve una motivación presentista o pragmática, nos es difícil planear al largo
plazo; otro dijo: “sufrimos del Complejo de Adán”, siempre arrancando desde
cero, creyéndonos los primeros, los pioneros, por eso no consolidamos proyectos
iniciados por otros. Vamos en un continuo derrumbar y empezar, como ha sido
nuestra intermitente o interrumpida historia política.
Hoy sorprende como la
fuerza del machismo, expresada en todos los ámbitos de la vida nacional, el
abandono voluntario, el alcoholismo y la violencia doméstica, la desdibujada
referencia religiosa, la deficiente responsabilidad civil, la escasa formación
profesional y especialmente la ausencia de una ética personal, son los efectos
de la falta de un buen padre: de un orientador calificado.
Un día, cuando
estudiaba en la UCV, me sorprendió una afirmación que hacían unas líderes
feministas, cuando acusaban a la madre del machismo de sus hijos, ya que era
ella y sólo ella la que los criaba. Yo me resistí a creer eso, un argumento por
demás machista, buscaba a alguien a quien llevar a la horca, y allí estaba la
mujer para oír los desplantes de otras mujeres que las acusaban de mantenedoras
del status quo, sobraban razones para percibir un discurso ideológico en
aquellas agresiones.
No obstante, la vida
y el destino de la mujer están unidos al hombre, y la cultura los envuelve de
la misma manera, por ello el origen de la irresponsabilidad paterna la veía,
más relacionada con la falta de identidad del varón con un proyecto grupal y
nacional vinculado a un valor sobre su descendencia, el valor de su linaje;
cosa que poco trajeron, muchos de los españoles en el siglo XVI, cuando
llegaron solos, aventurando, masacrando, violando mujeres indígenas, africanas
y hasta españolas, carentes de una filosofía de vida, de una referencia
trascendente, y teniendo en sus manos el poder político y económico, o la
libertad que tiene un hombre sin tener a quien cuidar.
En la actualidad, la
ausencia de un buen padre de familia, ha conducido a que los hijos sean criados
por la madre, quien asume equivocadamente que ella es padre y madre, cuando no
es lo uno ni lo otro. Que la madre asuma la paternidad es imposible, a lo sumo
llega a concretarse en el papel de proveedora, y asumir la maternidad reducida
a escasos momentos del día, lo cual deja mal parada su efectividad. Argumentar
que su función tiene calidad y no cantidad, es autoengaño, un invento para
acallar la culpa, aunque reconozco que hay heroínas que lo logran,
especialmente cuando tienen la sensibilidad y la humildad de informarse adecuadamente,
para ejercer su desempeño. La salida de la mujer al campo laboral fuera de casa
contribuyó a dejar la formación de los hijos en manos de niñeras no
calificadas, y ahora en manos de empleadas de guarderías.
Esta prevalencia del
papel “padre-madre” de la mujer, ha hecho concebir una garrafalada cuando
afirma que la sociedad venezolana es matriarcal. El matriarcado sería el
dominio de la figura femenina en la conducción familiar y social, incluyendo al
hombre, pero tomar las riendas de la familia en ausencia del hombre no es
matriarcado, es desorden familiar. Recuerdo una ocasión cuando una amiga
divorciada, argumentaba muy enojada, que su hijo no tenía ninguna influencia de
su padre porque se divorció cuando éste tenía un año, yo le repliqué que
precisamente por no haber estado presente, el padre había dejado una gran
influencia, en este caso, un gran vacío.
El tema laboral de la
mujer, a lo cual tiene derecho, no hubiese sido tan problemático para los
hijos, de contar con una pareja comprometida con la familia que estaban
formando, como se observa hoy en las parejas divorciadas que asumen con
responsabilidad la formación integral de sus descendientes.
Los fenómenos
psicosociales en general, que se producen en la cultura latinoamericana están
atados a esta historia, y son terriblemente manifiestos cuando se trata de
manipulaciones populistas, donde se ponen de relieve las carencias afectivas y
por ende el mesianismo, la reivindicación social, la referencia de una figura
masculina protectora, de la cual se ha carecido por cinco siglos; muy poco
tiempo para haberlo superado, sin contar con los sucesivos desajustes sociales
que han impedido una adecuada formación social.
La necesidad de
padre, es para el venezolano una actitud natural, aunque hay sus excepciones;
la figura masculina que representa esta autoridad, es deseada o soñada como
protectora, heroica, dulce, solidaria, comprensiva, confiable, simpática,
accesible, cualidades que han brillado por su ausencia en la vida de los niños
que hemos sido.
Tener un “Padre de la
patria” y un “Padre de la democracia”, no revela la cuantía de la carencia
paternal venezolana, porque éstas son expresiones universales; donde se
manifiesta realmente este síndrome, es en la identificación fanática, casi
posesa, con figuras políticas que emergen con un discurso reivindicador de
derechos, y el más sensible de los temas colectivos: la pobreza. Porque hay una
pobreza afectiva alargada por generaciones, una carencia de continuidad, un
sentimiento de víctima, que sustentan estos fanatismos.
Una buena idea sería
estructurar caminos para la instauración de un sistema de valores en apoyo a la
familia, la pareja y los hijos, basado en un análisis crítico de la historia
familiar venezolana; eso contribuiría a generar una liberación de las ataduras
y chantajes emocionales que nos hacemos nosotros mismos. Abundan los estudios
científicos con sustanciales hallazgos sobre los efectos de la falta de Padre,
con mayúsculas, individuos carentes, desajustados y casi desahuciados para la
vida.
Es inquietante ver como
ahora el conocimiento médico se presta al negocio de la producción en serie de
hijos sin padre, que hoy están promoviendo las mujeres que desean hijos, y
desean sólo una gota de semen de un donador; una manera segura de negarle de
antemano el derecho del hijo a conocer a su progenitor. Nadie piensa en el ser
que va a resultar de esta negociación, el embrión es cosificado en el formato
de un proyecto médico y personal, muy de moda en el ámbito de mujeres que no
quieren una pareja sino un hijo, entre ellas, ejecutivas, artistas o cualquiera
otra que lo pueda financiar.
Está suficientemente
registrado, la cantidad de embriones abandonados que resultan de proyectos de
parejas con problemas de fertilidad, una vez que éstas decidieron separarse
antes de la implantación de los embriones; lo mismo sucede con negociaciones de
mujeres que alquilan sus vientres a parejas que desean hijos, si sólo ocurre
alguna desavenencia o la pareja se divorcia, aquel no nato queda huérfano por
cambio de planes. La procreación parece un juego de gustos y
disgustos.
Ante estas
condiciones, que han transformado lo que entendíamos como familia, podemos
tener la tentación de afirmar que esta institución está pasando por procesos
irreversibles y augurar una nueva manera de relacionarnos en el futuro. La
verdad es que no siento que los humanos estemos en condiciones de estructurar
nuevas maneras que satisfagan el orden emocional como lo hace un grupo tan
vital como la familia, dirigida por una pareja responsable, incluso ya existen
experiencias en diversidad de formas de relacionarse en pareja que han
conducido al fracaso; matrimonios libres, comunas, convivencias colectivas, el
poliamor, las cuales desdibujan el línea paterna y materna y confunde
inevitablemente al niño.
Es paradójico que
siendo la sociedad tan sobrada y notoriamente masculina, sea precisamente la
figura masculina la que está ausente en la familia, el centro generador del
fenómeno social. Hoy vemos con estupor la manifestaciones más extremas de la insanía emocional de quienes ejercen funciones públicas, atrapados en delirios insospechados y aplaudidos sin remedio, por masas posesas del mismo mal.
Negar el análisis
histórico por pertenecer al pasado es un error, desconocer el origen del
problema desubica el presente, y aunque la madurez de una persona no se mide
por la historia de una cultura, no podemos desconocer que ésta, arrastra la
causa de una sociedad de huérfanos con padres vivos. Hace tiempo que fue
la hora, de que el hombre planifique y se ocupe de sus hijos, y deje de ser
sólo padrote, y que las mujeres despierten, antes de que la regla les falte.