Las noticias sobre muerte de mujeres en manos de sus cónyuges, que cobran más espacio en la prensa cuando se trata de personajes públicos, pero que a diario se están produciendo altos niveles de mortalidad por esta causa, deja consternada a la sociedad sensible y justa que ve con inconformidad el deterioro social de la familia venezolana.
Los hechos hablan por sí solos, una joven es acorralada por un depredador, su esposo, dormía con su verdugo, pero, es un matrimonio, nadie sabe nada, su voluntad se respeta y casi nadie puede hacer nada hasta que el hecho ocurre.
Estos casos requieren una visión más integral, la violencia deviene de una ruptura del equilibrio emocional requerido en los primeros años de vida. Tanto el depredador como la víctima se originan en la infancia, luego si las condiciones sociales se mantienen, estos personajes consolidan sus exaltaciones, se encuentran, se atraen por un mecanismo inconciente de vinculación patológica, pero nadie lo percibe.
En unos casos, porque cuando se producen los primeros síntomas la víctima está bajo el dominio del depredador, calla y miente, y, en otros casos, porque aunque la víctima lo diga nadie le hace caso, la misma familia a veces se convierte en cómplices ciegos, no quieren ver el drama y lo niegan, forma parte del sistema patológico familiar. Nadie quiere reconocer problemas en los hijos, y los más conscientes se preguntan silenciosamente ¿en qué fallé?, siempre dejando el caso al destino. Creo que son las personas ajenas a la familia las que en un momento dado pueden ayudar más efectivamente a una víctima de violencia doméstica.
Si las personas tuvieran conocimiento de lo delicado que es la conformación mental y emocional de un niño, asumirían la responsabilidad ante el cuidado de la maternidad y la paternidad, lo cual es valorado hoy sólo a la luz de lo que entienden por amor, generalmente un mundo de distorciones, y no a la luz de la responsabilidad. Desde el vientre materno se construye el mundo psíquico y de ello depende el equilibrio y el futuro del nuevo ser.
Una mujer que se deje atrapar en un chantaje, en una dominación, en acoso mental y sexual, está expresando que tiene una semilla de acoso en su infancia; una mujer con fortaleza psíquica, sabe defenderse de una situación de acoso y de violencia a las primeras de cambio, y resuelve su situación. Es una asertividad que todos estaríamos en condición de obtener si hiciéramos los trabajos correspondientes para superar traumas y dolores infantiles.