martes, 4 de septiembre de 2012

EL MIEDO AL AMOR


 Parece un contrasentido, pero es verdad, así como le tememos a la libertad, a la prosperidad, a la felicidad, y a muchas otras cosas buenas, le tememos al amor, diríamos que simplemente le tememos a lo desconocido; ya entrenados para bregar con los pesares, las cosas buenas nos atemorizan y preferimos seguir viviendo en el mal que ya conocemos. Digamos que es preciso profundizar algo, para poder tener una idea de lo que puede estar ocurriendo.

¿Qué es el amor?, la percepción que tenemos de esta palabra, concepto, o sensación, va a depender de las vivencias que hemos tenido en relación con ella; lo que hemos vivido nos condiciona para tener una visión de lo que ha significado y significa para cada quien.

En términos generales el amor es percibido de manera distinta por las mujeres y los hombres, y en este punto me atrevo a utilizar un enfoque muy simplista: las primeras más inclinadas al romance, a la imaginación y el suspirar, y los segundos más inclinados a lo concreto, lo pragmático, lo corporal.

Para la mujer de la cultura tradicional, nuestras abuelas, el amor era algo inalcanzable, "una Lotería", como decía mi madre, los maridos que tenían, estaban lejos de proporcionarles el estado de placidez deseado, bien porque no se habían casado con la pareja elegida por ellas, sino por la familia, o, por el comportamiento machista e insoportable del elegido. En ambos casos, experiencias dolorosas. A la mujer no le quedó otro camino que sublimar su amor a través de la maternidad, el amor por los hijos, lo cual se concebía como un amor incondicional.

Hoy, la mujer ha cambiado su percepción, y tal y como el hombre moderno y desprendido, asume que el amor es un momento específico, un rato de disfrute sexual, más bien percibe el amor como un concepto recreativo. Las expectativas de las abuelas ya no tienen espacio hoy, el amor para toda la vida, no es una realidad.

Sin embargo, hay un despunte de un nuevo enfoque en la mujer: la profundidad, que podría devenir de la romántica, pero que incluye un elevado sentido de entrega que va más allá de lo que se comparte, porque se ha incorporado un concepto más elevado del ser.

Para esta mujer, el amor es un estado sagrado, que embellece a quien ama; no queda más que concluir que resulta bastante difícil que una pareja sienta equivalentes sentimientos, ya que cada persona trae consigo un mundo de condiciones, que ni ellas mismas conocen. Sólo con pensar en la Sombra que traemos en el inconciente, nos podemos imaginar los complicados procesos que se dan entre los hombres y las mujeres cuando se acercan y comparten al menos, unos momentos en la cama.

Son muchas las heridas que llevamos en el corazón, esto nos hace desleales, es tal el miedo a amar y a que nos amen, que si vemos un signo de tales sentimientos salimos corriendo; esto no se debe a que seamos precavidos e incrédulos, esto se debe a que nos invade un miedo paralizador: miedo a cambiar, miedo a perder lo que hemos acumulado en la vida, miedo a sentir, miedo a tener que responder a un sentimiento nuevo; se activan las alarmas y la persona escapa.

Lo triste de esto es que esa reacción es sólo eso, una reacción ante situaciones nuevas, pero con referencias viejas. Hay quien dice que aún cargamos a cuestas el miedo por los peligros que significaban en el pasado remoto, el enfrentamiento con las fieras salvajes, nuestra memoria celular nos advierte de peligros aterrorizantes, asociados a la oscuridad, la soledad y el desamparo.

En un mundo complicado como el que vivimos, hemos creado una fuerte incapacidad de relacionarnos cara a cara, y hasta de comunicarnos, debido a muchos miedos, entre ellos al contagio de enfermedades, por decir uno; se está manifestando un fenómeno nuevo, el sexo digital, la autosatisfacción a través de estímulos audiovisuales, lo cual dará como consecuencia una soledad abrumadora. Una sociedad con corazones apagados.

¿Cómo podemos vislumbrar a la sociedad del futuro? Como socióloga no me atrevo a proyectar una sociedad mecánica, descorazonada, pragmática y fría. Esperemos que las nuevas generaciones aporten al mundo, la calidez del amor en su mejor expresión y que los seres humanos desarrollen la capacidad amatoria que nunca, -o sólo en casos raros- conocimos, como humanidad. Ello implicaría una visión del otro, no como un contrario, como un opuesto, como se percibe hoy, sino como una entidad análoga. Como las alas de las aves, que son distintas por la posición que le toca a cada una, pero análogas en su función.

Hoy y siempre hemos sido una sociedad enferma, porque ese estado de desconfianza hacia los demás, y la falta de capacidad amatoria de los otros, no es más que una patología que nos convierte en animales en la jungla; depredadores y presas, pero sin orden ni concierto.