Cuando vivimos decepciones, dolores, malos ratos asociados a sepaciones de pareja, tenemos al menos dos opciones: echar las culpas al otro, lo que siempre hacemos, o, asumir con responsabilidad la situación buscando ayuda profesional.
Quedarse en lo primero es una pérdida de tiempo, porque no permite llegar al fondo del problema, sin embargo, si se opta por resolver realmente el caso, pudiera considerarse ésta, una etapa de desahogo, de catarsis, que siempre ayuda en algo. La manifestación del dolor, la queja inmediata, el duelo, son imprescindibles cuando de sentimientos heridos se trata. Pero si sólo nos quedamos aqui, nos arriesgamos a volver a vivir la experiencia, sólo que más heridos.
¿Por qué hay riesgo de vivir de nuevo la experiencia?
Porque el trauma emocional hay que sanarlo, es una dolencia como cualquiera otra, es como una herida que al menor toque sangra.
Cuando se opta por resolver profundamente con ayuda profesional, el proceso siempre lleva a establecer en la persona, la toma de conciencia sobre las condiciones particulares que lo llevaron a la experiencia. El darse cuenta de esto es un alivio supremo.
El paciente y el terapeuta deben observar el proceso de sanación y determinar el momento en el cual ha sido alcanzado el objetivo, a fin de dar por cerrada la consulta.
Darnos de alta de la terapia es un momento significativo, hemos revisado hondo, hemos abierto los ojos, estamos tranquilos y ahora dispuestos a seguir viviendo, tal vez estemos un tanto cautelosos, poco a poco recuperamos la confianza y tal vez volvamos a relacionarnos con otra persona. Hay quienes lo logran de una vez, pero si persiste alguna sensación de desconfianza, es preciso volver sobre sí mismo.
Esta es una consecuencia positiva de hacer terapia, que obtenemos una herramienta para autoobservarnos, lo cual es una buena actitud para el resto de la vida.
He conocido casos, en los cuales se ha perdido totalmente la capacidad de darse oportunidad de tener otra relación, por miedo a sufrir de nuevo, aunque la persona se sienta tranquila aparentemente, incluso pueden llegar a establecer una nueva relación, pero llena de condiciones, como si la nueva pareja tuviera que pagar los dolores que la anterior causó.
Está claro, aún falta sanar, son alarmas que atender, resagos, energías residuales del pasado, se atrae inevitablemente lo que nuestro inconciente selecciona, por eso mismo es mejor sanarse de verdad para atraer la mejor relación.
Llevar una lista de pruebas para colocar conchas de mango en el camino de una nueva pareja, es indicativo de que aún hay inseguridad, recelo. Provocar situaciones para medir la celopatía del otro, es una trampa para nosotros mismos, porque estamos reflejando en el otro lo que llevamos dentro, la molestia de haber sido acosados por los celos de la pareja anterior.
Además, siempre hemos de encontrar similitud entre las diversas parejas, simplemente porque pertenemos a la misma cultura y a la misma especie y porque también hay heridas en los demás. Cuando hemos sanado, los parecidos no nos asustan ni nos perturban, porque ya no nos alcanzan, llegar a esto es un reto y una necesidad.
Recuerdo a un matrimonio amigo, cuya esposa tenía una fuerte compulsión sobre el tema erótico; solía conversar sobre eventos -que yo suponía fantasías, porque eran increíbles-, en los cuales ella era objeto de la lascivia explícita de extraños, esto me llamaba mucho la atención, porque la chica realmente no tenía una figura despampanante, muy al contrario, era bajita, extremadamente delgada, no era atractiva, ni bonita, y su apariencia era muy sobria y delicada.
Esta amiga no se quedaba sólo en estas fantasías, también inventaba sucesos para causarle celos al esposo, lo divertido era que él ni se enteraba, la oía y no reaccionaba como ella deseaba, lo que ella le decía le resbalaba, yo estaba asombrada y pensaba que allí pasaba algo y que ella se equivocaba de estrategia, porque él no tenía ni un pelo de Otelo.
Tal vez en el caso de mi amiga, lo que se estaba operando, era que estaba pegada a la energía de un novio celoso del pasado, y era a él a quien le estaba haciendo pantomimas en el escenario de su psiquis noltálgica.
El asunto es que mantener las heridas del pasado siempre duele porque son atemporales, técnicamente pertenecen al pasado, pero en realidad están siempre presentes. Asumir la vida sin cambiar lo dañado es una equivocación, un desacierto, porque siempre tropezaremos con la misma piedra, porque ésta no está afuera, está dentro.