miércoles, 20 de abril de 2011

LA VERDAD DE DIOS

El ser humano es un ser espiritual, toda cultura posee una manifestación religiosa,  y la manera cómo se expresa es tan variada como variada es la cultura; sin embargo, podemos establecer dos formas de expresar la visión divina, politeísta y monoteísta, lo cual sólo es una concepción y no un referente para descalificar a alguna de ellas.

Los pueblos politeístas, vale decir, por ejemplo, los antiguos griegos, romanos y egipcios, desarrollaron una rica mitología que posteriormente fue interpretada por Carl Gustav Jung, como representaciones o componentes de la psiquis,  que definió como arquetipos, lo cual le dió un aporte trascendental al psicoanálisis. 

El monoteísmo introducido por los israelitas, también está expresado en relatos, que forman parte de la historia judía y puede que también estén ligados a expresiones de la cosmovisión particular de aquellos pueblos. El monoteísmo le dió una visión unitaria al mundo espiritual, centrada y todopoderosa.

En las culturas orientales, la espiritualdad es distinta, a pesar de que refieren identidades sagradas, su visión divina está más relacionada con la luz interna, la cual debe ser elevada a través de ejercicios, prácticas y concepciones donde lo que más rasalta es la humildad.

Plenos de libros sagrados, la humanidad ha ido avanzando, interpretando lo que ha considerado verdades, que luego se convierten en mentiras, tal cual como ocurre en el proceso científico.

Hemos de reconocer que esas mentiras están vinculadas con quienes se adueñan de las escrituras, porque la equivocación, el error, en estos casos, no está en la escritura, sino de su interpretación. Por eso he concluido que los libros sagrados son textos crípticos, que deben ser leídos, releídos y reinterpretados a la luz de nuevos criterios, que se van revelando en el devenir de la evolución.

En cuestiones humanas, no hay absoluto, un mismo texto puede ser usado con intenciones opuestas, en la película El libro de Eli, interpretada por Denzel Washington, se puede apreciar el drama de esta condición humana.

Por eso he concluido que la verdad de Dios, depende del criterio de  quién la transmita y de quién la interprete.