sábado, 9 de enero de 2010

HOY VIENE EL NIÑO JESÚS

Yo soy la primogénita, sólo fuimos tres hermanos, dos niñas, y mi hermanito que nació cuando yo tenía 7 años y medio; mientras tanto, los regalos del Niño Jasús, los acaparábamos nosotras.

A mis padres les gustaba mucho estas fechas, mi padre se ponía de buen humor, asistíamos a fiestas de Navidad y Fin de Año, y aunque en Venezuela se baila a los niños desde el vientre materno, mi padre destinaba la sobremesa de la cena para enseñarnos a bailar.


Beny Moré, Celia Cruz, Tony Camargo, Carlos Argentino, Daniel Santos, el gran Nelson Pinedo y muchos otros, fueron quienes nos alegraban la vida en aquellos tiempos.

Pero como en este mundo cuando menos pensamos aparece una tentación de morder manzanas, cuando tenía 5 años, hice un descubrimiento, observé algo fuera de lugar, en el cuarto de mis padres, al cual no me permitían entrar sin permiso.


Mis padres no tenían escaparate, a pesar de que mi papá era carpintero, sino un mueble de madera que se pegaba a la pared, que tenía forma de toldo o ménsula, con un travesaño para colgar la ropa, la cual era cubierta con una cortina que llegaba hasta el piso.


Observé que sobre ese mueble había un gran bulto amorfo, tapado con un cobertor; eso me extrañó, porque ellos eran muy ordenados y eso afeaba bastante, pero, desde abajo se podía ver la puntica de un objeto llamativo, me intrigó tanto que esperé el momento preciso, con mucho sigilo entré al cuarto y me colgé de la cortina como un gato, hasta llegar arriba, levanté un poco el cobertor y vi muchos juguetes, me asusté, bajé apurada, y me quedé callada, porque mi hermana era muy pequeña para compartir el secreto.


Llegó la fecha de Navidad, fuimos a una fiesta en una casa vecina, y como estaba tan acostumbrada al control que mi padre ejercía sobre nosotros, yo también lo controlaba a él, y pude notar que se ausentó por un rato de la fiesta; a su regreso nos fuímos a casa, y "a dormir que mañana viene el Niño Jesús".


Al amanecer, qué alegría, los juguetes que el Niño nos había traído estaban a los pies de la cama, ¡eran los mismos que yo había visto días antes!, callé para siempre, porque en aquellos momentos la verdad no me haría libre, esa osadía hubiera significado un doble castigo, por entrar sin permiso a la habitación, y por husmear en lo ajeno, a riesgo de caerme con cortina y todo. Además, me dí cuenta que había perpetrado algo, había develado el mito.


Cuando cumplí 7 años, justo dos días antes de Navidad, mi padre me tomó por los hombros y en una actitud muy solemne me dijo que tenía que decirme algo muy importante, se sentó y me colocó frente a él y muy pausadamente me confesó que la historia de que el Niño traía los juquetes no era cierta, que eran los padres, que era una costumbre y bla bla bla, me miró a los ojos como pidiéndome perdón, tal vez captó en mi cara de sorpresa una decepción; no le dije nada, y me pidió que no le dijera nada a mi hermanita.


Ese día comprobé lo que ya sabía hace años, por la gran curiosidad que me despertó algo fuera de lugar en mi casa. Me sentí muy triste, comprendí que había llegado a una cierta mayoría de edad, aunque después de esa confesión seguí recibiendo regalos igual que mis hermanos, y a mis padres se les siguieron iluminando los ojos, al ver la alegría que teníamos con los juguetes que nos traía el Niño Jesús.


Hoy le sigo escribiendo al Niño Jesús y créanme, sigo recibiendo regalos.

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viernes, 8 de enero de 2010

MUCHO TIEMPO DESPUÉS

Muchisisísimo tiempo después de aquella expulsión del Jardín del Edén, me atreví a probar del fruto prohibido... Nací, y en un país caribeño, que tenía 4.485.785 habitantes, en una sociedad que ya se había orientado hacia los derroteros urbanos, favorecida por la explotación petrolera, y con apenas 4 meses y 9 días de haberse cerrado completamente el sistema de tranvías de la "Caracas de los techos rojos", que comenzaba a dejar atrás aquellos primeros símbolos tecnológicos para abrirse a obras de infraestructura de uso masivo.


Mis padres eran de Trujillo, estado occidental de la región andina de Venezuela, se vinieron a Caracas por mandato del Servicio Militar Obligatorio donde se alistó muy orgulloso mi padre; luego fue destinado a servir en Maracay, donde fuí a vivir hasta que cumplí los 16 años, cuando salí de bachillerato.


Recuerdo mi infancia marcada por el rigor paterno y la dulzura materna, rica en protección y celo, en disciplina y pulcritud, en obediencia y en trabajo bien hecho, en lineamientos religiosos, en austeridad y ahorro, en responsabilidad y respeto por la verdad, porque estaba obligada a informarle a mi padre al llegar de su trabajo cualquier infracción, desacato, o descuido de mi parte, lo cual siempre conllevaba al consecuente castigo físico, siempre bastante severo.


No recuerdo que haya habido un solo evento en que haya sido perdonada, excusada o al menos sólo regañada, el castigo físico era garantía de corrección. Y no era para menos, mi padre tenía miedo de que perdiéramos el rumbo de la vida honesta y de la unión de la familia, por eso, después de darnos el castigo, procedía con un discurso interminable, que me provocaba obnubilación, de tanto tener que mirarle a los ojos, en señal de atención y respeto.


Eran tiempos de dictadura militar, con una cultura religiosa opresiva y con un control social bárbaro, por eso en mi casa el control de la palabra era una virtud, "no se cuenta lo que se hace y dice en casa, y no se comenta lo que vemos en las casas ajenas", y punto en boca, como dicen en la Madre Patria.


La obsesión y el control de mi padre era matizado por la suavidad de mi madre, quien a su vez tenía una visión crítica ante la vida que nos tocaba a las mujeres; sin saberlo mi madre era una precursora del feminismo bien entendido.


Cuando nací mi madre tenía 16 años y mi padre 18, con una juventud y una buenmozura que lo hacía un conquistador, incluso cuando le apetecía, me llegaba de sorpresa al Liceo, me quitaba los útiles como un caballero, y mis amigas creían que era algún enamorado.


Mi madre era muy bonita, con su cabello negro encrespado con permanente, delgada pero con unas piernas españolas que le hacían sentar muy bien todos los vestidos. Prudente, de buen gusto, moderada en el comer y en casi todo lo que fuese para ella, porque para sus hijos, el amor de su vida, lo daba todo.


Mi madre era una cuenta cuentos extraordinaria, siempre era un momento propicio para la conversación, cuando lavaba cantaba boleros mexicanos, si escuchaba la radio bailaba y me enseñaba canciones; nos contaba eventos de su infancia, de sus travesuras y de la dureza de la vida campesina, y de cómo en aquellos tiempos, veía con esperanza el camino que conducía al pueblo, y como se prometía que algún día se iría de allí. Era el espíritu de la modernización que pulsaba en su pecho, y que luego fue plasmado por todos los venezolanos al impulsar las ciudades y la vida urbana.

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jueves, 7 de enero de 2010

...Y LA LLAMÓ EVA

Paso a paso, Yavé Dios fue creando su obra, con una concentrada y delicada atención, manifestando la esencia de los colores, texturas, aromas, formas, melodías, figuras, sabores; preparando el ágape de la vida. Minuciosamente fue separando la luz de las tinieblas, lo seco de lo mojado, lo alto de lo bajo, el macho y la hembra, ...lo bueno ...y lo malo, lo permitido y lo prohibido, el SÍ y el NO.


Fue creando la esencia de la dualidad, fue organizando el escenario, el camino estrecho y el camino amplio, según posteriores palabras de Jesús. Y cuando creó al hombre, lo creó a su imagen y semejanza, es decir, con conciencia, o con la semilla de ella.
Según esto, el Jardín del Edén ya contenía la semilla del mal, aunque sólo verbalizada, a través de la severa advertencia divina: 'no comerás del fruto de aquel árbol porque perecerás'; sin embargo, a simple vista aquel árbol no pareció atraerles, fue por la influencia de un tercero, como se convirtió en una posibilidad, en una tentación.


Y esta tentación, esta poderosa fuerza, se despertó en el interior de nuestros primeros padres, para convertirse luego en la chispa que mueve el mundo: ¡la curiosidad!, como gatos, impelidos por esa ansia de saber, conocieron y perecieron, no sin razón se dice que la curiosidad mató al gato, ese hermoso felino que nos enseña independencia, libertad.


El No se convirtió en ¿por qué no?, a través de la más osada, la mujer, quien probó la fruta y la compartió con el hombre, ¡como debe ser!, experimentaron el despertar de las sensaciones, un remolino de vibraciones, una explosión, un big bang, un éxtasis sexual, en su más amplia, pura y hermosa manifestación ...y dieron paso a una nueva creación, el mundo materializado, donde se cuecen habas.


De inmediato aparecieron los síntomas de la desobediencia, el conocimiento, ¡Oh, estamos desnudos!, es decir, expuestos; perdieron la inocencia, sintieron miedo, la desprotección que produce haber crecido. Un complejo mundo psíquico estaba en acción.


Yavé Dios debió saber todo lo que ocurría y no lo impidió, como un buen padre, se limitó a anunciarles lo que se les avecinaba, como adultos que tal vez eran ya, les proveyó de vestidos, y los despidió, creo que les dijo: "Vayan hijos míos, a crear, a aprender, a crecer, aquí está el Jardín, la casa primigenia esperándolos, para que regresen cuando hayan creado suficiente luz en el mundo, los Bendigo, siempre estaré con ustedes".


Y así fue, es y será, se dio inicio a muchas cosas que no había en el Edén, por ejemplo, los nombres, a Yavé Dios como que le interesaba poco la nomenclatura, pues, fue el hombre quien le dio nombre a los animales, y a su compañera la llamó Eva, palabra hebrea, Havvah, que significa vida, fuente de vida. ¡Cómo me había perdido de tan maravillosa historia!

miércoles, 6 de enero de 2010

COMIENDO LAS MANZANAS

Desde muy niña, justo en el momento en el cual me enteré de que Eva era mi nombre, la voz con la cual me llamarían hasta después de irme de este mundo -porque espero que me recuerden por alguna cosa que haya hecho, y si no, me borraré alegremente en el infinito- sentí una punzada en mi interior; llamarse EVA en un mundo católico, alumna de un colegio de monjas, no era realmente una identificación que me forjaría una personalidad dulce y tierna, como era mi deseo.


Por muchos años cargué con la culpa del pecado original, extraña manera de vivir, porque realmente yo era una niña dócil, disciplinada, obediente, prudente, muy capricorniana, para decirlo en términos astrológicos.


Mi madre era una persona muy "ver para creer", aunque de ella aprendí El Padre Nuestro, a encomendarme a San Miguel Arcángel, y a pedirle bendiciones al Padre María Claret y al Gran Poder de Dios, suficiente para mi madre. Mi padre, en cambio, era un creyente de cargar procesiones, devoto de la Virgen del Carmen, y con un pensamiento mágico que lo hacía sentir y presentir cosas que pasaban lejos. 






Asimilé la religión con el peso de la culpa y la desnudez reflejada en mi cara, era penosa, tímida, y prefería estar siempre detrás de los protagonistas, observando la vida como transcurría, pegada a mis estudios para "llegar a ser alguien en la vida", como decía mi papá.


Pero un gran día, cuando mis hijos estaban adolescentes, y al ponerme en contacto con estudios de gestalt y otros temas de crecimiento personal, asistí a una consulta con un gran psiquiatra junguiano, quien tuvo la llave mágica de desvanecer muchas ideas que tenía petrificadas en mi interior, logrando así iluminar el significado de crecimiento que tiene para la humanidad el acto de habernos atrevido a moder aquella fruta, fue para mí una revelación que fundió ese velo culposo que me arropaba.

Por eso sigo comiendo manzanas como hace toda la gente, porque sólo comiendo de ese fruto nos metemos en problemas, aprendemos de ello, para luego salir repotenciados.

La vida es un comer de manzanas, es decir, un atreverse a desobedecer permanente y un digerir de experiencias que nos llevan a dar luz a nuestra existencia. Eso sí, al desobedecer hemos de saber que ese manjar trae consigo consecuencias, que son nuestras creaciones, y por ello que nos corresponde a nosotros asumir.