Para muchos no es un secreto que la exaltación de algo o de alguien, a veces esconde una culpa, una vergüenza, o una manipulación; y con la mujer está muy claro, que hacía falta una día internacional, para dar tributo a un ser, que desde los años que tenemos de historia, ha sido un personaje de tercera categoría, teniendo en cuenta que los ciudadanos de primera eran los poderosos y los de segunda, los demás hombres. Tengo la sospecha de que la homosexualidad masculina tuvo su origen en esta recia actitud de discriminación hacia la mujer, la cual no era considerada como par, los hombres eran sus pares entre sí, y la mujer era un ser inferior.
Andando el tiempo, en 1977 la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), por fin, proclamó el 8 de marzo como Día Internacional por los Derechos de la Mujer y la Paz Internacional, después de muchas luchas de mujeres obreras en Europa.
Llama la atención la designación de Paz Internacional para el mismo día, tal vez porque la feminidad contiene esa cualidad, o tal vez una ironía, para darle a la mujer un regalo para aquietarla. Muchas luchas y logros, sin embargo, la mujer ha tenido que bregar por flancos muy duros, hasta sustituir a los hombres en sus tareas y responsabilidades familiares, y ejercer profesiones que le eran extrañas, por ser potestad masculina.
Hoy, en el hemisferio occidental, la celebración de este día, hace mucho énfasis en la capacidad demostrada por la mujer, para hacer las mismas cosas que hace el hombre, es reconocida socialmente su independencia no sólo económica sino personal, al punto de calificarlas como “guerreras”, y es aquí donde me detengo a pensar si esto es lo que tenían en mente las primeras mujeres inconformes con su destino.
Es posible que sí, en cuyo caso al menos son varios los escalones transitados, sin embargo, hoy, no creo que la mujer esté plenamente satisfecha; sustituir al hombre en sus deberes, descuidar la ternura y la filigrana que hay que tejer para formar a los hijos, vivir en soledad, incluso en compañía en matrimonios mal sostenidos, debatirse en un mundo materializado que apenas da respiro para un descanso, no creo que haya sido el ideal de la mujer de antaño, y si lo fue, es hora de revisar.
Falta mucho por sanar, si lo vemos como un dolor, la mujer de hoy ya sabe que puede asumir cargos masculinos, pero le falta lo más importante, reencontrarse a sí misma en su feminidad; basta ver las estadísticas de cáncer de mamas, para darse cuenta de la herida que tiene la mujer en su seno, en su leche materna, en su forma curvilínea, basta ver las incidencias de cáncer de la matriz, para saber que nuestro más confortable hogar, nuestra primera cuna está adolorida.
Percibo una especie de confusión, insatisfacción, vacío, no sólo en la mujer, también lo veo en el hombre.
El asunto femenino también es un asunto masculino, no somos opuestos en campos de guerra, somos dos lados de una misma entidad; el hombre no puede permanecer como espectador, mirando cómo la mujer maneja, trabaja y se encarga de los hijos.
Presiento que el discurso reivindicativo puro, pudiera estarse agotando, porque su contenido insiste en la confrontación en lugar de la cooperación, creo que hoy se trata de otra reflexión, al menos una revisión del estadio en el cual nos encontramos. En lo personal, siento una gran identificación por las luchas y logros de las mujeres de mi familia, las mujeres que he presenciado, de las que he aprendido en vivo, pero también siento un profundo dolor por lo que han dejado de lado, y por lo que han tenido que entregar en pos de una superación personal y la de sus hijos.
Este Día Internacional de la mujer me conmueve, y me pregunto: ¿por qué no hay también un Día Internacional del Hombre, para darle un espacio de orientación a un ser tan importante en la dinámica de las relaciones entre los sexos?
Esta falta de equidad, este vacío en enfocar al hombre en su ejecución y su relación, esconde o niega una realidad vital que está unida al problema femenino, porque los dos confrontan situaciones intrincadamente vinculadas.
Me asombra corroborar que el maltrato doméstico sigue siendo un fenómeno insidioso en todas los sectores de la población, sea cual sea de donde proceda, porque también hay hombres que sufren violencia doméstica; he visto con desconcierto mujeres de diversas edades que prestan poca atención en educar a sus hijos sobre el respeto hacia las mismas mujeres.
Por todo esto, estoy convencida de que el tema femenino no debe seguir excluyendo a los varones.