El viernes 14 de octubre de 2011, reflexioné
con un post que titulé DIFERENCIA ENTRE AMAR Y QUERER, hoy quiero re-insistir
en el tema, ya que son verbos que se han tornado pecaminosos, o prohibidos, y sólo
en determinados espacios sociales se usan, especialmente en círculos
terapéuticos, talleres de crecimiento personal y por personas que asumen la
energía sanadora que hace efecto en quien dice y escucha que lo aman.
Nuestra cultura occidental y latina ha
encontrado en los sentimientos una debilidad, quien expresa un sentimiento tan
hermoso como el amor, es percibido poco fuerte, cuando es precisamente el amor
la energía que fortalece, que sana, que libera. Amar, además de ser un estado
delicioso, enriquece el alma de quien lo siente, es decir, que tiene doble
efecto sobre el amado y sobre sí mismo.
Debo aclarar que me estoy refiriendo al AMOR en
mayúsculas, no al amorcito minúsculo que sentimos con celo, posesión, egoísmo,
dominación e inseguridad. El amorcito, que se vuelve odio apenas tenemos un
desencuentro, el que conocemos, el que creemos que es amor, aunque sin duda es la manera como llegamos al mayúsculo.
El amor en mayúsculas es una energía que se
hace presente cuando nos ubicamos en la divinidad que tenemos dentro y que nos
une como una red de lucecitas en el todo, en la existencia. Cualquiera podría decir,
“pero ese amor no es terrenal”, y tendría razón, lo que sucede es que del amor
minúsculo podemos trasladarnos al mayúsculo, sólo sabiendo que los sentimientos
son sagrados dones del creador.
Un día, supe de un joven bastante atractivo de
17 años, estaba enamorado de una chica, un tanto casquivana, como solían
calificar despectivamente a las mujeres de cascos alegres; él muy formal la
invitaba a un buen restaurante, donde sus padres solían festejar los buenos
momentos, además, le hizo un regalo muy costoso,
un perfume de marca, que logró comprar con mucho esfuerzo, pero la chica ni se
enteraba de la dedicación, y especialmente de la delicadeza con la cual ese
enamorado la estaba apreciando, y muy pronto le dio calabazas, por boca de
otras personas se enteró de sus amoríos con otro joven. No cabe duda que siendo
tan formal, este desaire lo dejó devastado, llegó a mí con sus ánimos en el suelo, y
le dije que realmente fue lo mejor que sucedió, que esa chica no tenía
condiciones para establecer un vínculo amoroso, mínimamente respetuoso, él se
quejaba de lo que había dado, no sólo de sus esfuerzos materiales para
agradarla, sino de haberle otorgado sus pensamientos e ilusión. Fue cuando vi
con claridad que eso que aquel joven tenía para dar era un AMOR en mayúsculas,
a pesar de que se inscribía en un amor tan terrenal como el que más.
Le dije con mucho énfasis, que ese precio
material y emocional que había ofrecido no era una pérdida, que era un producto
suyo, que había sido un regalo para él, que ese gesto puro, no se lo quitaba
nadie, que él había quedado por encima de la situación, aunque los amores no
correspondidos no necesariamente son errores ni equivocaciones, son simplemente
experiencias, formas a veces buenas para formar el carácter y la autoestima.
En aquella situación vi la oportunidad que
tenemos de amarnos, y eso se traduce en el aprecio de sí mismo, como la entidad
universal que somos, fuera de los límites de lo que esta realidad terrenal nos
parece imponer, es prioritario sentir amor hacia la esencia profunda de
nosotros mismos, al alma que somos, de allí parte todo trabajo de realización
personal.
Me he sorprendido al corroborar que cuando
oímos que alguien nos dice que nos ama, nos sentimos extraños, ¿Será que me
está vacilando?, no lo podemos creer, y resulta que no estamos acostumbrados a
recibir tales expresiones afectivas, caricias que son una fuente de vida y
alegría, pero tal parece que estamos más preparados para no ser objeto de amor.
Esto tiene sus raíces en los débiles hilitos de amor que recibimos en la
infancia, cuando lo que necesitábamos era un raudal de afecto, para construir
una sólida estructura de autoestima.
De allí que nos sintamos más cómodos o
naturales cuando las relaciones son toscas y sin profundidad, no sabemos
comportarnos en medio de una avalancha de caricias, lo he percibido cuando veo
que la gente se abruma al sentirse obligado a recibir afecto, porque se siente
comprometido ante un comportamiento que no saben asumir, a veces rechazan a
quienes les ofrecen esas manifestaciones afectivas.
Antes de los años sesenta, la expresión
amorosa era muy pobre en la familia, aún cuando la gente sintiera amor, en
cuyo caso se manifestaba con atenciones, protección, apoyo, cuidados, pero el
abrazo y la verbalización estaba mutilada, a tal punto que las parejas no
expresaban en público la cercanía afectiva propia de su relación matrimonial.
Por fortuna los sesenta dieron al traste con
muchas prácticas inhibidoras que la cultura arrastraba desde la colonia, al
menos mis hijos fueron depositarios de una manera de relacionarnos bastante
desalmidonada, libre, abierta, que nos proporcionó un ambiente relajado que
nunca sentí en mi infancia.
No obstante, las heridas afectivas aún hacen
estragos en la sociedad venezolana, muy reconocida por accesible, simpática,
abierta, de buen humor, sin embargo, es curioso que
en Venezuela la expresión "mi amor", se usa en cualquier lugar y
hasta para dirigirse a los extraños, y en contraste no se dice "te
amo". Somos capaces de decirle a un extraño palabras afectivas, pero a
quienes tenemos cerca les negamos las caricias verbales más significativas, no sólo para armonizar una relación, sino como alimento interno y equilibrio emocional.