sábado, 11 de agosto de 2012

AMOR EN MAYÚSCULAS


El viernes 14 de octubre de 2011, reflexioné con un post que titulé DIFERENCIA ENTRE AMAR Y QUERER, hoy quiero re-insistir en el tema, ya que son verbos que se han tornado pecaminosos, o prohibidos, y sólo en determinados espacios sociales se usan, especialmente en círculos terapéuticos, talleres de crecimiento personal y por personas que asumen la energía sanadora que hace efecto en quien dice y escucha que lo aman.

Nuestra cultura occidental y latina ha encontrado en los sentimientos una debilidad, quien expresa un sentimiento tan hermoso como el amor, es percibido poco fuerte, cuando es precisamente el amor la energía que fortalece, que sana, que libera. Amar, además de ser un estado delicioso, enriquece el alma de quien lo siente, es decir, que tiene doble efecto sobre el amado y sobre sí mismo.

Debo aclarar que me estoy refiriendo al AMOR en mayúsculas, no al amorcito minúsculo que sentimos con celo, posesión, egoísmo, dominación e inseguridad. El amorcito, que se vuelve odio apenas tenemos un desencuentro, el que conocemos, el que creemos que es amor, aunque sin duda es la manera como llegamos al mayúsculo.

El amor en mayúsculas es una energía que se hace presente cuando nos ubicamos en la divinidad que tenemos dentro y que nos une como una red de lucecitas en el todo, en la existencia. Cualquiera podría decir, “pero ese amor no es terrenal”, y tendría razón, lo que sucede es que del amor minúsculo podemos trasladarnos al mayúsculo, sólo sabiendo que los sentimientos son sagrados dones del creador.

Un día, supe de un joven bastante atractivo de 17 años, estaba enamorado de una chica, un tanto casquivana, como solían calificar despectivamente a las mujeres de cascos alegres; él muy formal la invitaba a un buen restaurante, donde sus padres solían festejar los buenos momentos, además,  le hizo un regalo muy costoso, un perfume de marca, que logró comprar con mucho esfuerzo, pero la chica ni se enteraba de la dedicación, y especialmente de la delicadeza con la cual ese enamorado la estaba apreciando, y muy pronto le dio calabazas, por boca de otras personas se enteró de sus amoríos con otro joven. No cabe duda que siendo tan formal, este desaire lo dejó devastado,       llegó a mí con sus ánimos en el suelo, y le dije que realmente fue lo mejor que sucedió, que esa chica no tenía condiciones para establecer un vínculo amoroso, mínimamente respetuoso, él se quejaba de lo que había dado, no sólo de sus esfuerzos materiales para agradarla, sino de haberle otorgado sus pensamientos e ilusión. Fue cuando vi con claridad que eso que aquel joven tenía para dar era un AMOR en mayúsculas, a pesar de que se inscribía en un amor tan terrenal como el que más.

Le dije con mucho énfasis, que ese precio material y emocional que había ofrecido no era una pérdida, que era un producto suyo, que había sido un regalo para él, que ese gesto puro, no se lo quitaba nadie, que él había quedado por encima de la situación, aunque los amores no correspondidos no necesariamente son errores ni equivocaciones, son simplemente experiencias, formas a veces buenas para formar el carácter y la autoestima.

En aquella situación vi la oportunidad que tenemos de amarnos, y eso se traduce en el aprecio de sí mismo, como la entidad universal que somos, fuera de los límites de lo que esta realidad terrenal nos parece imponer, es prioritario sentir amor hacia la esencia profunda de nosotros mismos, al alma que somos, de allí parte todo trabajo de realización personal. 

Me he sorprendido al corroborar que cuando oímos que alguien nos dice que nos ama, nos sentimos extraños, ¿Será que me está vacilando?, no lo podemos creer, y resulta que no estamos acostumbrados a recibir tales expresiones afectivas, caricias que son una fuente de vida y alegría, pero tal parece que estamos más preparados para no ser objeto de amor. Esto tiene sus raíces en los débiles hilitos de amor que recibimos en la infancia, cuando lo que necesitábamos era un raudal de afecto, para construir una sólida estructura de autoestima.

De allí que nos sintamos más cómodos o naturales cuando las relaciones son toscas y sin profundidad, no sabemos comportarnos en medio de una avalancha de caricias, lo he percibido cuando veo que la gente se abruma al sentirse obligado a recibir afecto, porque se siente comprometido ante un comportamiento que no saben asumir, a veces rechazan a quienes les ofrecen esas manifestaciones afectivas.

Antes de los años sesenta, la expresión amorosa era muy pobre en la familia, aún cuando la gente sintiera amor, en cuyo caso se manifestaba con atenciones, protección, apoyo, cuidados, pero el abrazo y la verbalización estaba mutilada, a tal punto que las parejas no expresaban en público la cercanía afectiva propia de su relación matrimonial.

Por fortuna los sesenta dieron al traste con muchas prácticas inhibidoras que la cultura arrastraba desde la colonia, al menos mis hijos fueron depositarios de una manera de relacionarnos bastante desalmidonada, libre, abierta, que nos proporcionó un ambiente relajado que nunca sentí en mi infancia.

No obstante, las heridas afectivas aún hacen estragos en la sociedad venezolana, muy reconocida por accesible, simpática, abierta, de buen humor, sin embargo, es curioso que en Venezuela la expresión "mi amor", se usa en cualquier lugar y hasta para dirigirse a los extraños, y en contraste no se dice "te amo". Somos capaces de decirle a un extraño palabras afectivas, pero a quienes tenemos cerca les negamos las caricias verbales más significativas, no sólo para armonizar una relación, sino como alimento interno y equilibrio emocional.

jueves, 9 de agosto de 2012

LO QUE DECIMOS Y LO QUE CALLAMOS EN LA COMUNICACIÓN AFECTIVA



El lenguaje es un extraordinario sistema ordenado de símbolos, a los cuales hemos dado un significado para poder comunicarnos; si vemos el lenguaje de esta manera, es lógico que debemos ser fieles a esos significados para seguir entendiéndonos. No obstante, el lenguaje no es sólo eso, estimo que la primera fase de la comunicación se opera en la mente, creamos una idea y luego creamos un sonido que lo represente; esto significa que hay ideas, construcciones mentales que existen en una cultura y no en otras, por ello no se pueden traducir.

El lenguaje no es un código estático, sino muy dinámico, en cada cultura, grupo, especialidad, congregación, partido político, deporte, bandas delictivas y en todas las miles de formas de agregar intereses y organizar adeptos, hay un lenguaje propio, que se alimenta de nuevas expresiones verbales, y que en algún momento pueden convertirse en nuevos símbolos que la Real Academia Española incluye en el diccionario.

Atentos a estas consideraciones, tendremos en cuenta que la dinámica lingüística permite la incorporación de nuevos vocablos que proceden de otros idiomas, (CIAO-CHAO); también se incorporan palabras de otras ramas lingüísticas como del inglés, que pertenece a la germana, y se usan tal cual y como son (OKEY). Otra manera de incorporar términos, es la adaptación de palabras de otro idioma al oído cultural, como es el caso de: GUACHIMÁN, que procede de dos palabras del inglés (WATCH  MAN, que significa HOMBRE que VIGILA)     

Esta manera de dinamizar la comunicación es propia de la complejidad humana; incluso el idioma es afectado por expresiones que se ponen de moda, se usan intensamente para desaparecer como llegaron. En lo personal no soy afecta a usar esas expresiones, ni coletillas juveniles que empobrecen la mente, y no lo hago por purismo sino porque las considero camisas de fuerzas que uniforman la comunicación de una manera bestial y afean la verbalización.

Una vez considerados estos aspectos dinámicos de la comunicación verbal, quiero abordar un tema que nos causa muchas complicaciones, porque surge en el mero corazón de la vivencia afectiva, lo cual está supremamente cargada de percepciones que distorsionan la comprensión de los actores, y todo esto porque el ser humano a través de su relación social, es quien crea el lenguaje desde su creatividad, y no al revés; el lenguaje no puede hacer nada para que la gente lo respete, incluso si recibiera ese respeto, las personas poseen un particular y único sentido de percepción, que es como una huella digital, de allí los comunes desencuentros entre las parejas.

En el ámbito afectivo esto se complica a su máxima expresión, al punto de haber creado mucha desdicha en parejas que incluso se dispusieron de buena fe a llevar una vida juntos, a convivir, porque no tienen la más mínima idea de lo que el otro está elaborando y concibiendo sobre la relación.

Vamos a darnos un paseo por nuestros más recientes antecedentes:
En los años sesenta, la liberación femenina creó, en el ámbito de las relaciones de pareja, un nuevo esquema mental, caracterizándose por la supresión, por parte de los hombres, de palabras que los comprometieran; la acción iba delante, y las relaciones sexuales se adelantaban como modo de vida que el hombre percibía como transitorio y la mujer como algo significativo y de hecho permanente; cada uno por su lado.
Hasta ese momento las relaciones de pareja tenían un procedimiento muy claro, petición de mano, noviazgo y boda, a partir de la cual se iniciaban las relaciones sexuales, pero en la década sesenta la sociedad perdió el control de las parejas jóvenes, quienes asumieron su autodeterminación a través del contacto íntimo, con una comunicación tipificada en el espacio de la diversión y el descompromiso. Esto dejaba totalmente desconcertadas a las mujeres aún enmarcadas en la concepción tradicional.

Se produjo un gran sismo mental, la música, las diversiones, las oportunidades, el trabajo, los estudios, cambiaron las expectativas de una sociedad que aún guardaba los valores de la sociedad rural.

La parejas vivieron con rapidez procesos inesperados, después de notables experiencias íntimas, no pasaba mucho tiempo y el deseo de variar de pareja, hacía que de pronto el hombre le dijera a la mujer:

“Esto se acabó, estoy con otra, te soy honesto, no te quiero engañar”

Esta expresión descalificadora de la relación como ESTO, el desparpajo de revelar una nueva relación y encima autocalificarse de honesto porque no quieren engañar, era un discurso muy común, y se planteaba como si ese argumento de separación no le reportara a él los mejores beneficios, al desembarazarse de una relación a la cual ya “le había tocado la hora”, según su insaciable deseo de cambiar de pareja y de vivir la vida loca de una juventud en pleno cambio de valores.

Hasta ese momento, cuando el hombre decidía separarse, la mujer desprevenida y romántica no se había dado cuenta que el engaño había comenzado desde el momento en el cual se inició la relación, un beso y relaciones sexuales no significaba para el hombre, un compromiso de compartir la vida en común, era sólo un desenfreno sexual permitido por la pastilla anticonceptiva y todo lo que de valores se desprendía de su uso.

La mujer quedaba devastada ante la categórica excusa del hombre:

“Yo nunca te dije que te amaba, ni te prometí matrimonio, y sabes que no lo podía hacer, porque aún no estoy divorciado y no te puse una pistola en la cabeza para que me aceptaras como soy”  

El caradurismo masculino superó entonces, todos los records de su historia, a través de una cuidadosa verbalización donde las palabras afectuosas eran usadas con premeditación, el hombre gozaba de patente de corso para liberarse de relaciones y de formalizar una relación matrimonial o de pareja.

Ya no había excusa para el galanteo sin consecuencias, era tácito que la mujer estaba en conocimiento de que las relaciones eran y seguirían siendo superficiales. Esto contribuyó a la proliferación de hijos sin padre, lo cual ya era un tema sociológico importante en la vida de los venezolanos.  Hoy la ausencia de padre es un asunto crucial, especialmente porque ya lo padecieron las generaciones mayores de hoy, y aún sigue siendo, no una variable sino una constante en la problemática sociocultural del país.

Llama la atención que en aquel tiempo, las separaciones matrimoniales estaban en boga, pero muchas no se concretaban en divorcio, pues mantener el estado de casado le reportaba al hombre mejores beneficios, pues estaban libres del conyugue porque vivían fuera del hogar matrimonial, y a la vez también estaban libres de contraer nuevos compromisos porque su estado civil era casado. En la realidad tenían una especie de estatus especial: eran “solteros protegidos”.

Fueron tiempos muy difíciles para las jóvenes formadas con valores familiares en medio de una vorágine modernista y feminista que más parecía machista, donde el "lavado de manos" al estilo Pilatos era tan frecuente, como frecuentes las relaciones sin compromiso masculino. La mujer tuvo que construirse de inmediato una referencia interna que le permitiera superar tal decepción, y como no le faltaba fortaleza, se propuso sobrevivir con los hijos que resultaban de dichas relaciones.

Estimo que esta ola de liberación femenina dio al hombre una gran oportunidad para hacer lo que siempre hizo, pero ahora sin la sanción social que recibía en la sociedad tradicional, cuando una relación sexual antes del matrimonio era un delito social que se pagaba con el matrimonio o en casos extremos con la muerte, cuando la joven tenía padre y hermanos. Esto ocurría a escasos años de la gran revolución sexual de los sesenta.

Lo que considero más notable en este proceso fue la manera como afectó el lenguaje, el cual fue utilizado como argumento racional al momento de dar por terminada una relación; fue como un permiso para que todos se libraran de los convencionalismos, lo cual le dio sin duda una ventaja al hombre, quien ya no tenía que confrontar a la familia de una joven, para obtener derechos sexuales sobre ella, sólo su propio consentimiento. En términos psicoanalíticos, el Súper yo, que tiene la función del control social, perdió energía ante la desmesurada fuerza del Ello, los instintos.

El hombre asumió una “honestidad”, muy cuestionable, cómoda, basada en el uso casi colectivo de pastillas anticonceptivas que la mujer consumía sabiamente, porque se encontraba frente al riesgo de muchos depredadores afectivos. Más valía prevenir embarazos en esta momento de destape sexual; no obstante, este mismo fenómeno fue propicio para la profusión de madres solteras.

En el otro extremo se encontraba la mujer, de diversas edades, por un lado, las casadas, enfrentadas a separaciones, consecuencia del mismo proceso de liberación, mujeres ahítas de vidas matrimoniales llenas de insatisfacciones; en segundo lugar, las jóvenes recién llegadas a la mayoría de edad, quienes se vieron enfrentadas a un mundo violentamente cambiante, experimentando la vida sexual sin compromiso personal y asumiendo sus consecuencias.

En otro estrato, surgieron las mujeres adaptativas, las que pronto se alinearon a los cambios, y muchas de las cuales hicieron historia al protagonizar la aparición de un notable y triste fenómeno, los abortos provocados.

En general podemos decir que la mujer venezolana se inscribió en las actividades modernistas y fue asumiendo la vida con una única perspectiva, el modelo masculino, lo cual hizo que se debilitara su feminidad, aunque la conservara a través de los afeites que tanta industria le ha dedicado al cuerpo y de sus pulsiones emocionales, conformando internamente una mixtura compleja.

Es tan fuerte esta tendencia, que hoy, los hombres perciben a la mujer como seres iguales, (lógico, esa era la meta feminista), es decir, suponen que es, piensa, siente y debe reaccionar de la misma forma que ellos, de allí se desprenden conflictos y desconciertos en ambos sexos. Es hasta divertido, que a veces podemos comprobar en los hombres ciertas actitudes receptivas, pasivas y la mujer se ve en la necesidad de confrontar, aclarar o poner en blanco y negro, -es decir actuar masculinamente-, situaciones que movilicen la relación.

Para ser justos, hemos de reconocer también que muchos de los hijos nacidos de aquellas relaciones conflictivas, de padres ausentes, han adoptado actitudes responsables, comprometidas y es ahora la mujer, las jóvenes de hoy, las que están asumiendo actitudes esquivas, irresponsables, y hasta deshonestas.

Al parecer muchas jóvenes de hoy no desean repetir la historia de sus abuelas, madres y tías, y deciden por una vida libre y sin compromisos, mientras otras, se quejan de estar solas por falta de jóvenes adecuados para establecer una buena y sólida relación. Desencuentros y contradicciones propios de estos tiempos.

Lo que decimos y lo que callamos en las relaciones afectivas siempre han marcado el estilo del momento; en el pasado la palabra era ley, hoy lo sigue siendo especialmente cuando en la defensa se argumenta: “Nunca te dije que te amaba”.