Sabemos que la muerte es un misterio, su ocurrencia nos impacta, nunca estaremos preparados porque sucede una sola vez en la vida, su presencia sobrecoge el alma, pero cuando se produce por decisión propia, el impacto nos deja vacíos.
Ante un hecho como éste, tendemos a sentir culpa, porqué no ayudé, o a sentir desconcierto, si pensamos que cada persona tiene libre albedrío.
Hace tres años que lo vi, fue un encuentro casual después de algunos años que no lo veía, conversé con él y lo percibí muy desmejorado; aquella estampa de hombre atractivo, ya no brillaba.
Sus ojos claros y cabello crespo, su estatura, su voz varonil y una dulzura que encantaba, era comparable con lo agradable que era cuando conversaba, y con su erudicción a la hora de hablar de temas profesionales. Podía pasar oyendo sus relatos horas y horas, pero también pude sentir en el fondo de su ser un grito de desesperación ante los sucesos que lo conmovían en su vida familiar.
Con su gran magnetismo, no sorprendía que todas las miradas femeninas fueran trás él, pero se comportaba como una persona común y corriente, con naturalidad y calidez, y con un don de gente ya casi extinto en la Caracas de fines de siglo.
Creo que de haber sido posible reunir a la gente que lo queríamos para enviarle energía amorosa en un momento determinado, habría tenido suficiente para recuperarse. Adiós amigo bello, que tu fuerza te lleve a los plácidos brazos del mundo celestial, que tus ansias sean tranquilizadas y que recuperes el sociego que la vida no te dió.