Hace muchos años, cuando Carlos Fraga tenía su programa “Los
astros y tu”, oí por primera vez esta palabra adjudicada a una especie de herencia divina, y no
olvido que decía: “Somos los hijos predilectos del universo”, yo lo entendía como
una audaz manera de entusiasmar, a quienes como yo, nunca habíamos pensado en
predilecciones, especialmente en nuestro mundo católico, pleno de culpas y pecadores de nacimiento; esta mácula original
funcionaba para diminuir nuestra autoestima, aún cuando considerábamos el punto de vista
científico. En este sentido, nada heredamos de los hebreos, quienes se
consideran el pueblo elegido.
Después llegaron muchos voceros del merecimiento, la
Kabbalah se popularizó y supe que desde siempre, los kabalistas apreciaron el
merecimiento como un vínculo natural con Dios, sin embargo, bajo un riguroso sistema de
vida, muy adulto, pues.
Se siguió hablando de este tema, y aunque lo apreciaba como
un planteamiento lógico, y aún con la insistencia de muchos autores que
escribían sobre prosperidad, no lograba borrar de mi cosmovisión la idea del
mundo, como un lugar de sufrimiento inevitable, lo cual me lo inspiró la cadena
alimenticia, "El pez grande se come al chico"; lo veía como una condena llena
de acontecimientos decretados quién sabe por quién, un destino escrito en las
estrellas, y cosas parecidas. Finalmente me transé por asumir que la vida está
integrada por dos categorías de hechos: 1. Por hechos preestablecidos, marcados
por el devenir del alma y por las herencias transgeneracionales, y 2. Por hechos
menores, que podemos determinar a nuestra voluntad o "Libre albedrío". Concluí que tenemos
cierta libertad de movernos, pero dentro de parámetros muy específicos.
Crecí creyendo que los actos inspirados en el amor, la
honestidad y el trabajo, producirían inevitablemente consecuencias positivas
inmediatas, una especie de camino a la felicidad, pero pronto me golpeó la
evidencia de que tener un comportamiento recto, justo, piadoso, no
necesariamente repercutía a que cayeran multitud de bendiciones del cielo, después
me di cuenta que escoger el bien es una idea perfecta, el asunto es que los
frutos no se recogen de inmediato, es cuestión de tiempo, pero, una cuenta de
ahorro segura.
Me sorprendía ver como la gente buena sufría desgracias, y
la requetebuena como Jesús, Gandhi y Martin Luther King, eran asesinados
descaradamente, mientras que gente despreocupada, irresponsable y delincuentes,
tenían éxito en sus andanzas. Esto tiene explicaciones diversas, desde
espirituales hasta las más materialistas, de lo cual no me ocuparé en este
momento.
Volviendo al merecimiento,
para cualquier desprevenido, se percibe como la consecuencia de su
comportamiento, el sistema de premios y castigos de la vida, tienes lo que te
mereces, pero, al leer a Ana Hatun Sonqo, no tiene nada que ver con eso. El
comportamiento personal bueno o malo, no están asociados al
merecimiento, o al menos al Merecimiento con mayúscula, del que habla Carlos
Fraga y muchos pensadores del momento.
Según Ana Hatun Sonqo: "El fluir del merecimiento tiene mucho que ver con el humor, la alegría y el gozo de la vida. Confiar que "esto también pasará" y saber que es así, es merecer".
El mentado Merecimiento, no se refiere a un intercambio donde se recibe multiplicado, según lo que se da, como puede ser apreciado lo karmático, sino que más bien se trata de una energía, un flujo de provisiones que emanan hacia nosotros y que se hacen concretas según estemos conectados con la fuente. Y ahora me pregunto: ¿Quiénes están conectados con la fuente, sin hacer ningún esfuerzo?, ¿a quién recuerdan cuando se habla de alegría, buen humor y gozo de la vida?, a esos maravillosos seres que fuimos en nuestra infancia, a quienes no les cuesta reir y jugar, y que se niega a morir en el olvido, y por ello se insiste como Niño Interno.
Según Ana Hatun Sonqo: "El fluir del merecimiento tiene mucho que ver con el humor, la alegría y el gozo de la vida. Confiar que "esto también pasará" y saber que es así, es merecer".
El mentado Merecimiento, no se refiere a un intercambio donde se recibe multiplicado, según lo que se da, como puede ser apreciado lo karmático, sino que más bien se trata de una energía, un flujo de provisiones que emanan hacia nosotros y que se hacen concretas según estemos conectados con la fuente. Y ahora me pregunto: ¿Quiénes están conectados con la fuente, sin hacer ningún esfuerzo?, ¿a quién recuerdan cuando se habla de alegría, buen humor y gozo de la vida?, a esos maravillosos seres que fuimos en nuestra infancia, a quienes no les cuesta reir y jugar, y que se niega a morir en el olvido, y por ello se insiste como Niño Interno.
Desde la fuente divina emanan bendiciones, que dieron en
llamar Merecimiento, y como dice Fraga, se debe a que tenemos el mérito de ser hijos de un Padre que provee, el asunto es que hemos crecido y olvidamos quiénes
somos y nos quedamos con la memoria cortica de lo que hemos visto en la vida
presente, desconectados del origen, huérfanos. Por ello, ahora podría entender aquella máxima rural, muy popular en el medio venezolano:
“Cada uno viene con su pan bajo el brazo”, tal vez se referían a que cada niño
nacía predestinado a recibir la herencia de Dios manifestada en provisiones,
oportunidades, expansión y creatividad.
No cabe duda, que hemos olvidado esa conexión, nos hicimos adultos y la magia desapareció, es una
realidad que está desdibujada de nuestro imaginario, debido a tanto impacto con
el mundo material, el Merecimiento es una bendición permanente, un flujo de
premios que no recibimos porque lo desconocemos; algo así como cuando nos
perdemos de un buen evento, porque no leímos las noticias, o no recibimos la
llamada por tener el teléfono apagado.
En un mundo dual como éste, somos espíritu y materia,
energía sutil y energía densa, pero tendemos a ver sólo una de ellas, si nos
plegamos por lo espiritual nos desconectamos de la tierra y si nos separamos de
lo espiritual quedamos atrapados en una realidad muy pesada. Así ha sido la
historia humana, en desequilibrio. Entiendo entonces, que el Merecimiento es
una fuente a la cual hay que reconectarse, que depende de nosotros recibir los
dones de esa fuente divina, que está disponible para todos, y que está por encima de lo que consideramos bien o mal. Escuchando y atendiendo a nuestro Niño Interior, podremos reanudar la sensación y la vitalidad de volver al candor infantil, que está protestando porque lo dejamos olvidado en un rincón del inconciente, porque esa conexión tiene una condición, asumir un buen estado de ánimo, aún cuando
pasemos por malos momentos, asumir que pasará, y esto lo podemos nutrir con agradecimiento,
y que sin perder el contexto completo, enfocarnos en las bondades del mundo, en
lo que logramos y tenemos, en lo que aprendimos o experimentamos, y visualizar
la potencia de esa emanación, hacer consciente que poco nos beneficia el mal
humor, la queja (no el reclamo) y la desesperanza.
Vale concluir que el Merecimiento es como el sol, que sale
para todos, pero que si vivimos encerrados en una cueva, difícilmente
sentiremos sus rayos, y a la vez, desperdiciamos el don de la alegría de nuestro Niño Interior.