¿Cuánto
tiempo se requiere para que el resentimiento social y personal hacia
dictadores, imperios, género, familia, amigos, y hacia la vida, llegue a disiparse?
¿Cómo
lograrían los pueblos oprimidos por el Imperio Romano, deshacerse del odio,
causado por esa brutalidad con la cual dominaban a todas las culturas a su
paso?, ¿o no se disipó?
¿Es cuestión
de tiempo?, lo cual desluce al resentido, pues nada hace por resolverlo.
¿Es cuestión
de perdonar activamente como recomiendan las tendencias espirituales de hoy?
¿O es
cuestión de Despertar?
En medio de
discursos y de respuestas encendidas, que se captan en las redes sociales,
podemos darnos cuenta del severo resentimiento que padece la sociedad occidental;
no me refiero a la oriental porque nada sé de ellos, no imagino cómo procesan
las opresiones todas esas sociedades de ojos rasgados.
El
resentimiento es un sentimiento rumiado, un estado de malestar que paraliza, que corroe, y una pérdida de tiempo y energía que mejor pudiera usarse en otras acciones nobles. Cualquier sociedad que desee justicia, estaría
invitada a dejar de ser la causa de lo que le atormenta, y no voy a repetir la
trillada expresión que alude al merecimiento del sufrimiento, pero bien
convendría mirar atrás, para detectar cómo se fueron armando los hechos y
descubrir cómo ha sido y sigue siendo nuestra participación.
Podríamos
pasar largas sesiones de discusión estableciendo responsabilidades y aún no
llegaríamos a nada, ese no sería el camino, lo importante sería entonces una
concienzuda reflexión o profundización interior, para alcanzar un estado de
serenidad, que nos permita encaminarnos hacia el tan cacareado
DESPERTAR.
Se comenta
con mucha frecuencia que la sociedad está dormida, y esto se interpreta como
que la sociedad está apaciguada, conforme, adaptada, indiferente, aguantando la
opresión de los poderosos, porque hay la creencia que define estar despierto como ser agresivo, fanático y respondón. Otra manera de estar dormido es seguir los
patrones impuestos por el poder formal, y participar en su consolidación y
permanencia, cual mayor ritualista.
Estar dormido
es una perfecta metáfora que se aplica estupendamente, en el nivel de
conciencia robótico. Es funcionar literalmente inconsciente, aunque estemos en vigilia.
Estar
dormidos es tener la mente invadida de pensamientos falsos, de creencias
limitantes, y en consecuencia, sentir un cúmulo de sensaciones que aprisionan, como
miedo, incapacidad, baja autoestima, sumisión, ingenuidad, impotencia, desesperanza, rabia,
y resentimiento, entre otras; emociones que no podemos calificar de negativas,
porque forman parte del menú emocional del ser humano, pero que si vienen en
cambote, son el espejo de pensamientos descalificadores, que se tornan en una
nube egrégora que más parece una prisión que otra cosa.
Por otra
parte, no sólo los que sufren opresión son tomados por este estado de
conciencia de tan bajo nivel, incluso quienes participan oportunistamente del
lado opresor, llegan a tales estados de vanidad y soberbia, que son
prácticamente robots complacientes de ese estatus
quo, es decir, marionetas propicias del sistema opresor, y eso sí que es
estar dormido.
Son múltiples
los ejemplos de gente dormida que se convirtieron en facilitadores de la
opresión de fuerzas extranjeras, a cambio de beneficios que les otorgan los poderes
impuestos por la fuerza; los fariseos pactaron con los representantes del
imperio romano, como facilitadores de la esclavitud de su propio pueblo, a
cambio de respeto por sus bienes y su voz sacerdotal.
De esta
manera podemos reconocer entonces, que despertar es
DARSE CUENTA, es detectar la fortaleza, el don que está en nosotros mismos, escondido y eclipsado por creencias y convicciones que no nacen de nuestro interior, sino que son ideas heterónomas, creadas por estructuras sociales, que hacen lo que sea posible para ser permanentes; ¿cómo es
posible que una opresión externa se disipe, si la estamos alimentando y regenerando con
este nivel de conciencia tan bajo?. Esto me recuerda un relato que refería una reunión de demonios que necesitaban esconderle a los humanos la sabiduría, y encontraron el lugar más propicio, colocarlo dentro de él, único lugar donde nunca buscarían, porque ellos mismos se encargarían a atraer su atención afuera, como hemos hecho hasta ahora.
Quedemos de
acuerdo entonces, que este despertar tan actual, no se refiere al acto
físico de atacar, agredir, amenazar, soliviantar, ni levantarse en armas, -lo cual está inscrito en la violencia, y en niveles primarios de conciencia- sino que se trata de estar conscientes del
poder interno, de la fuerza esencial del espíritu, capaz de crearse a sí
misma, por la fuerza de la divinidad contenida en cada alma. Verdad interna, que
ha sido vedada a los pueblos por el poder doctrinal ejercido desde las religiones, el
poder político-ideológico, económico, militar y el gran poder de la
manipulación psicológica. Si recuerdan la película: "El nombre de la rosa", inspirada en una novela homónima, de Umberto Eco, se darán cuenta de lo que digo.
Reconocer que
somos más que un sofisticado engranaje biológico, y que contenemos en el
interior las respuestas de todas nuestras incógnitas, sin necesidad de
intermediarios sacerdotales, y que la existencia pasa por diversos escenarios,
con el fin de encender las lucecitas que permiten leer el libro del
conocimiento universal, es un paso hacia el despertar.
Sólo basta
con hacer un recorrido por nuestra experiencia en este corto período vital, para
descubrir que al menos dos o tres veces hemos dado en el clavo al reconocer lo equivocados que estuvimos, en una relación de pareja, en un
proyecto fallido, en una aspiración desgastante, esos momentos dolorosos nos
hicieron ver, el falso concepto que manejábamos antes. Son pequeños empujones
que nos sacuden para que abramos los ojos del alma.
Un despertar
de conciencia no teme, porque sabe lo ilusorio que es el mundo que
habitamos hoy, y puede en todo caso, disipar la energía sobre la cual se
sustenta el opresor: nuestra ignorancia sobre quienes somos. La ilusión de este
mundo no se refiere estrictamente al hecho de que lo más que podemos aspirar
estar en él, son cien años, sino al hecho de mantener en el imaginario colectivo un guión que oculta la verdad, a manera de bagaje cultural, o falsas bases ideológicas que hemos
aprendido en una sociedad que ya estaba en marcha cuando nacimos. Es una carga
ancestral de conceptos errados porque están basados en el poder del afuera, y
no en el poder interno, el cual ha estado ignorado desde tiempos inmemoriales,
por la presencia de líderes que se imponen y aceptamos.
Las abundantes
y significativas mitologías de antiguas y modernas culturas, nos revelan signos
del inequívoco deseo de los opresores por ocultar verdades, a fin de mantener
dominados a los pueblos, lo cual han logrado con nuestra propia participación,
es decir, con nuestra ignorancia.
El día,
cuando alcancemos discernir nuestra conexión interna, cuando pongamos en duda esas "verdades" que nos oprimen, nos daremos cuenta que
todos estamos unidos en una rimbombante secuencia de rayos, y que la única
diferencia que tenemos entre unos y otros, es el nivel de conciencia, el cual
estaría reflejado en una escala de miles categorías y miles subcategorías. Estimo
que cuando se alcanza una significativa masa despierta, pueden suceder dos procesos:
1- Que ocurra un desprendimiento de los rayos que
representan a los que han despertado, -siempre y cuando sea una cuota
significativa- para sustraerlos del proceso, como ocurre en las graduaciones
académicas, que sacan a los discípulos del juego hacia un nivel o estatus
superior, desde donde podrán ayudar de alguna manera a los que vienen detrás.
2-
Que el proceso incluya un trabajo integral, y que en conjunto se produzca el despertar colectivo,
bajo el impulso de los más avanzados, lo cual haría el proceso más largo o
lento, pero global.
En ambos casos, hay un apoyo de unos hacia otros, y no dudo que esto haya ocurrido muchas veces con muchas humanidades anteriores, en este planeta y en otros.
La
experiencia ha demostrado que un buen proyecto se ilumina con una buena
disposición, y especialmente un sentimiento donde se privilegie el bien hacia
los demás, aunque contemple altos niveles de disciplina. Tenemos el mejor ejemplo en
las actividades académicas, un exigente formato de estudio, proporciona al
discípulo la oportunidad de capacitarse y transformarse; así debe ser la vida
terrenal, una gran universidad.
Dicen los
sabios contemporáneos, que la música es un don que nos pertenece, un don propio de los seres
humanos; con él podemos encaminar cualquier proyecto de sumersión interna,
usemos esas preciosas armas sutiles que nos fueron entregadas en el origen,
para dar con el sendero -aunque estrecho y difuso- que nos conducirá a la
libertad.