He tenido la virtud de sentir empatía por todas las canciones del folklore de todos los pueblos del mundo, y si no las he oído todas, sé que me gustan. Las primeras que oí fueron las canciones españolas, en mi niñez muy cargadas de tristeza por los lamentos de los emigrantes obligados que vinieron de España, debido a las guerras europeas de la primera mitad del siglo XX.
Mi abuelo materno era español, de una gran familia europea que habían llegado mucho antes, en 1925 ya eran unos prósperos productores de café para exportación, caña de azúcar, que usaban para producir papelón, grandes campos de frutales, granos, ganado, para lo cual requerían contratar peones para el trabajo de todo el año.
Mi abuelo en particular era músico, tenía un grupo con el cual cumplía compromisos para amenizar eventos culturales y sociales. Sin embargo, a pesar de que la vida les sonreía, no sin un esfuerzo tenaz, eran de carácter rígido, fuertemente machistas y casi nada amorosos. Salvo la dulzura de las mujeres, todo era muy estricto, áspero.
El abuelo se casó con una criollita muy temperamental, nada dispuesta a soportar la dominación española, por eso lo dejó en aquel hogar repleto de frutas, alimento, trabajo y riquezas. Nadie supo más de ella, tenía 17 años cuando partió y nadie siguió su rastro.
Mi madre creció en aquellas montañas asfixiantes, con el único pensamiento y deseo de salir de allí algún día, impulso que a los 16 años, la llevó al centro del país con mi padre, para formar un nuevo y deslastrado hogar.
Por malabarismos del destino, que tejió una filigrana de tiempos y lugares, mi madre se encuentra con su madre escapada, cuando yo tenía unos meses de vida. Era una mujer altiva, rebelde, autónoma, dispuesta, libre, desprejuiciada, coqueta, fuerte, bien plantada, y allí surgió una relación a veces tensa, a veces fluida.
Recuerdo a la mamá de mi mamá, con sus cabellos lisos, enrollados en listoncitos de papel de estraza, -el usado en las pulperías para envolver las compras-, para lograr un encrespado de moda, como las artistas de cine mexicano y español, con sus "roba corazones" y su lunar en la cara, siempre incluidos en sus afeites.
En aquellos tiempos, 1950-55, la mamá de mi mamá tenía un buen carácter, sonreía, hacía bordados, cocía, le hacía vestidos de faraláos a mi hermanita, en telas de lunares, como los de las cantaoras flamencas, muy usados en esos tiempos.
Lo curioso de esta historia, es que aquella abuela rebelde que dejó a su déspota esposo español, con toda su familia, sus bienes y sus proyectos, ahora estaba unida a otro español, un andaluz. Recuerdo que tenía una voz inolvidable, una voz idéntica a la de Dyango, un sonido que le salía de una caja de resonancia que parecía un circuito de cuevas retumbantes. Así era la voz de aquel señor, atento, protector y dedicado a su trabajo comercial, a negocios de una y otra cosa.
Recogen esos tiempos, la nostalgia de los inmigrantes y en esta canción, "Suspiros de España", el compositor deja plasmada su rabia y su tristeza por separarse de su tierra, tomada por fuerzas inexplicables. No tuvo más remedio que salir para otro continente, que por travesuras del destino había sido en el pasado, el continente asaltado por las fuerzas de la corona española.
El contacto con españoles fue bastante frecuente en mi niñez, a pesar de aquel divorcio familiar con mis ascendientes cercanos, el sentir de España vivía en nuestras vidas, tal vez porque los llevamos en la sangre, en la memoria celular.
Ahora oiganlo en Las Voces para la PAZ:
http://www.youtube.com/watch?v=msVNrdivax0
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