"Hagamos
al hombre a Nuestra imagen, conforme a Nuestra semejanza;…”Génesis
1:26
Todos podemos estar de acuerdo con la gran
complejidad que implica nuestra condición humana, y cuestionar la palabra
sagrada predominante de nuestra cultura y la de otras culturas, sin embargo, el don de la
palabra es sin duda, una habilidad no sólo comunicativa sino esencial,
movilizadora de acciones.
Para muchos, y en esto me extiendo al mundo, en
cuyo caso son millones, la palabra pronunciada, encierra un secreto vital, lo
que decimos convoca su ejecución, por ello los hindúes se cuidan de pronunciar
sus miedos, porque son decretos que se hacen realidad. No obstante, hay quienes
no le dan ningún valor, y sólo la respetan si está escrita, extraña manera de
dividir la realidad.
La Programación Neurolingüistica, nos previene
de cuidar nuestro pensamiento porque que se convierte en palabra, y la palabra
en destino; esto ha favorecido el desarrollo personal. Quien lo contradice es porque
no lo ha querido comprobar.
En
el principio existía el Verbo, y el Verbo
estaba con Dios, y el Verbo era Dios. Génesis
1:1
Con la fuerza del verbo se hizo el mundo, el sonido, las notas musicales, la vibración de la voz, la sentencia divina, como lo querramos imaginar, se creó un impacto estelar, como cuando saltan los critales por efecto de un tono específico y sostenido de la voz, un big bang en miniatura.
La palabra es una llave que abre o cierra
procesos, que libera o aprisiona, porque la palabra no es sólo lo que se dice
sino lo que se oculta, hay palabras que en el silencio gritan tan alto que se
escuchan. Un secreto es una punzada directa al corazón, es la
alternativa de quienes se ven prisioneros de sus desgracias, de estar en el
lugar, en el momento y con las personas equivocadas, o más bien, con sus verdugos.
Dicen que las palabras se las lleva el viento, y es muy cierto, me imagino una sopa de palabras en el aire, chocando unas con otras, arremolinándose en grupitos, rechazándose por idiomas, ordenándose por ideas, me las imagino con manitas extendidas alcanzándose en la distancia, hasta formar una idea, para luego venir en una dirección inequívoca, la cabeza de quien las pronunció, como goomerang propicio, para regalarle a su creador el producto que les dió vida. Esto lo recoge la sabiduría popular cuando dice: "El que escupe para arriba en la cara le cae".
Hay palabras engañosas, manipuladoras, que
adormecen y logran beneficios de los engañados, y también hay palabras que
desengañan, verdades dolorosas que nos hacen perder la confianza y la
esperanza.
Hay palabras dulces, dichas desde el corazón,
verdades que expresan sentimientos, y que se suelen conservar como tesoros en
estuche.
Hay mentiras piadosas, que tienen la
virtud de salvar la integridad de alguien en un momento crucial. Por eso su uso sólo es propicio en momentos o situaciones muy especiales. Me viene a la memoria
la escena de la película: “Zorba, el griego”, cuando Zorba (Anthony Quinn) atendía
a Hortensia (Lila Petrova), en su tránsito moribundo. Sin embargo, las mentiras
piadosas a veces son usadas como excusa para esconder irresponsabilidad.
La palabra también es un valor, cuando se usa
para expresar honestidad, quien cumple su palabra es un caballero, o una dama,
como se usa indistintamente para declarar la nobleza de hombres y mujeres.
Hay palabras que salen de la boca de manera
incontinente, expresión de locura y desliz, muy frecuente en totalitarismos
desquiciados.
Hay palabras puras, pronunciadas en la
infancia, voces de niños que nos alegran la vida.
Hay palabras vacías, que no dicen absolutamente
nada, palabras que no tienen respaldo emocional, que se
usan como elástica que mantiene vínculos formales.
Hay palabras que despiertan conciencia, letras de canciones, poesías que estremecen, ideas leídas en buenos libros, como dice la conseja, tiempo enriquecido para el lector, nutriente que perdura hasta generaciones.
Hay palabras que matan y palabras que reviven,
palabras que animan y palabras que quiebran, palabras de renuncia y palabras de compromiso, palabras oportunas y palabras a destiempo.
Hay palabras que regulan, leyes obligadas, palabras que sentencian inocentes, dictámenes de condenas que ajustician sin razón.
Hay palabras vibrantes, que sólo se expresan
con gritos, son las que exclaman los oprimidos, los enojados, los injuriados, y
hoy los indignados.
También hay “malas palabras”, sentenciadas por
vulgares, que siempre agreden y que lucen muy mal en boca de cualquiera; sin
embargo, hay momentos en los cuales son efectivas para expresar la fuerza que
se anida en el interior, y terminan por explotar en la garganta del afectado.
Hay palabras inoportunas, que estremecen sin
sentido, y al pronunciarse ya no se pueden borrar, porque las palabras que
tienen significado emocional quedan en la memoria.
La palabra, don que nos diferencia de las demás
especies, es un brazo de nuestra condición de seres con capacidad de
raciocinio, es sólo un ejercicio de crecimiento, para mostrarnos nuestras fallas
y aciertos, nuestros impulsos y pasividades, nuestras sinceridades y omisiones,
por ello, para que sean productivas deben sustentarse sobre cuatro pilares: la necesidad o
utilidad, la oportunidad, el interlocutor y la honestidad.
Miguel Ruiz nos aconseja que seamos pulcros con
la palabra, por muy sabias razones.