Palabras como éstas, pocas veces han sido pronunciadas, tal vez el único que lo planteó fue Jesus; no he investigado si otra persona lo expresó, pero en occidente nos suena familiar por el impacto histórico que provocó toda su palabra.
Para esa época, hace 2000 años, amar tenía que tener un significado muy distinto a lo que hoy entendemos por amor, y sin embargo, en los oídos de aquellas personas tuvo que ser altisonante. ¡Cómo vamos a amar a nuestros enemigos!
En aquellas tierras pobladas por una gran diversidad de pueblos, que se relacionaban a través del comercio y la guerra, el amor poco tendría que ver en el mundo subjetivo de las personas.
Incluso los eventos de traiciones, daños y poder se escenificaban en las propias familias, era común en los reinos las negociaciones de matrimonios convenientes, la traición, el asesinato, la venganza y las alianzas insólitas solo para garantizar los intereses personales de algunos parientes.
Amar al enemigo tuvo que ser entendido como una locura, para unos pueblos acostumbrados a masacrar a sus contrincantes, y a quien les parecieran una amenaza, aunque fuera la propia madre.
No me he percatado si la creación de la religión a partir del cristianismo, en su devenir le hubiera puesto atención a esta premisa en particular, no al menos de manera directa; se ha tratado con énfasis la culpa y el perdón, como salida para el arrepentido, y para el ofendido porque lo aleja de la venganza. Pero un acto específico para lograr amar a quien nos hizo daño, no parece tener espacio en los protocolos formales religiosos, sólo está citado en el Nuevo Testamento.
Para el caso del pecador o transgresor, la iglesia desarrolló todo un protocolo, que conduce a alcanzar el perdón, pero donde se encuentra el meollo de amar al enemigo, es en el agredido, el que tiene una contienda contra otro, y no parece haber un procedimiento explícito para lograrlo, porque una cosa es el perdón y otra el amor.
Jesus expresaba su palabra sin dar explicaciones, ni justificaciones. Su mensaje fue encriptado, con un simbolismo que requería algún conocimiento previo para enmarcar sus disenciones, para poder entender claramente los argumentos que las respaldaban.
Al día de hoy, amar al enemigo sigue siendo un reto que pocos comprenden y menos emprenden, y no se confunda con perdonar, que es otro proceso, a lo máximo que se ha podido llegar es a no odiar a los enemigos y eso es algo. Se conoce de casos de personas que aman a su prójimo de tal manera, que mantienen un modo de relacionarse con los demás tan empatico que se han expuesto a agresiones y actos criminales, en manos de esos protegidos, lo cual sigue dando lecciones sobre cómo tener prudencia con los extraños y hasta los conocidos.
Tal vez esa premisa trate sólo de tener compasión, empatía, comprensión, identificación, piedad… pero ¿todo esto es amor?, ¿no se necesitará alguna acción que le exprese al culpable un afecto concreto por parte de la víctima?. O tal vez amar al enemigo sólo sea una renuncia a vengarse, considerando muy profundamente lo que motivó la agresión del otro.Tanto en los asuntos personales como en los procesos colectivos, el enemigo es una figura despreciada, aunque no se mueva un dedo para cobrar la ofensa.
¿No será que amar al enemigo es una simple opción de indiferencia ante la agresión, que coloca al agredido en una postura superior, al minimizar el hecho?. ¿no será que amar es integrar al otro en una totalidad informe, que lo desdibuja como agresor? Amar no necesariamente significa una acción concreta, sino también un respeto otorgado a distancia.
Lo único claro en esta premisa es que quien ama está en paz, quien ama se genera a sí mismo una condición bioquímica favorable, donde termina todo conflicto. Tal vez amar se refiera, por otra parte, a evitar de antemano la susceptibilidad ante los hechos de los demás. Una especie de manto poderoso que sólo da la sabiduría.
Todo indica que quien se beneficia es quien ama, porque en los casos más extremos, en el amado no hay certeza de que tenga algún impacto, porque en realidad ser amado, no cambia nada en la madeja de complicaciones que provoca un pensamiento y una actitud perversa, lo cual impide el contacto con el sentimiento amoroso, y al contrario lo percibe como debilidad del otro y superioridad propia