No cabe duda que tener buen humor es una virtud, y una condición que todos necesitamos en la vida; quien sabe reirse de sí mismo tiene un gran paso adelantado.
Pero la risa tiene sus facetas, se muestra con una motivación oculta o manifiesta, hay risa de alegría, de festejo, de reconocimiento, risa de aliento, la risa de retozo de los niños, hay risa instintiva, cuando algo ilógico o inesperado sucede, hay risa de complicidad, y hay hasta risa nerviosa. La buena risa tiene algo muy interesante, es tan contagiosa como un bostezo.
Hay una risa muy curiosa, la que ataca sin previo aviso, hay personas que son presas de incontrolables manifestaciones de risa, sin una causa aparente, o mejor dicho, debido a un impulso causado por cualquier estímulo.
Es un golpe de hilaridad incontenible, que a veces enfada a las personas allegadas, pero que es una reacción involuntaria, una condición personal, que ha perjudicado seriamente a muchas personas en su ejercicio profesional. La bella y simpática animadora de Antena 3, TV española, Patricia Gaztañaga, le suele suceder esta especie de ataque de risa.
Pero hay otro tipo de risa que responde a intenciones non sanctas, la risa de burla, la risa necia, sin asunto, la que festaja el mal ajeno, la que se alegra del triunfo mal habido, la risa hipócrita, la risa chillona y terrorífica de las brujas de cuentos, y la macabra risa que esbozaban los asistentes a los espectáculos del circo romano, cuando el emperador sometía a los cristianos a ser deborados por leones hambrientos.
Traigo a colación este último caso, porque en una ocasión, cuando leía un libro sobre vidas pasadas, la autora, una psicoterapeuta, refería que tuvo una paciente mujer, con una dolencia muy extraña, tenía paralizada la mandíbula, y le quedó con un rictus de risa desagradable, sólo comparable a la expresión del guasón, personaje de Batman.
Resulta que revisando sus antecedentes en vidas pasadas, el alma de esta mujer, encarnada casi 2000 años atrás, había reído a más no poder la matanza de cristianos en los circos romanos.
Es por eso que resulta tan desagradable la risa de quien se complace con la tragedia ajena, la risa de burla por defectos o condiciones físicas, la risa por la humillación de los demás. Incluso hay cómicos domésticos que se divierten haciendo reir a los necios, con ocurrencias que traspasan los límites del respeto.
El deseo de ser aceptado, de ser querido y apreciado socialmente, pasa por un temor ancestral a ser objeto de burla, a quedar en ridículo. Es un fantasma que ronda, especialmente en escenarios escolares. Los adultos no parecen darse cuenta de los sufrimientos de algunos niños y jóvenes sometidos a los abusos de sus compañeros, escondidos en escenas de humor, que más bien podrían definirse como agresiones pasivas, ocultas.
Cuando la crueldad se oculta en el humor, en la chanza, escudada en los valores sociales, como el deseo de ser aceptado, la belleza física, el éxito, el prestigio y otros atributos deseables, más vale estar alerta para no contagiarnos de risa necia y quedar como la mujer de la mandíbula paralizada.
Cuando la crueldad se oculta en el humor, en la chanza, escudada en los valores sociales, como el deseo de ser aceptado, la belleza física, el éxito, el prestigio y otros atributos deseables, más vale estar alerta para no contagiarnos de risa necia y quedar como la mujer de la mandíbula paralizada.