Cuando estaba en primaria me dijeron que
la familia era la célula fundamental de la sociedad, me sorprendí, puesto que
la familia que yo veía no era precisamente un lugar preparado; los padres de
las clases populares de los años cuarenta y cincuenta, no tenían formación
académica, lo cual me hacía sospechar de tal afirmación. No consideraba entonces, los componentes emocional, afectivo y ético del asunto.
Hoy, después de observar el
acelerado deterioro moral de la sociedad venezolana (para el mes de agosto 2012 se registraron 400 muertes por violencia en Caracas) y después de tantos años de experiencia
profesional en contacto directo con los seres humanos, tanto como compañeros de
trabajo, como sujetos de mi trabajo, no puedo más que reconocer -aunque existen notables excepciones- que es en el buen hogar, donde se forjan los hombres de bien.
La atracción de la vida urbana, el
sopor de la vida tradicional, las oportunidades de estudio y trabajo remunerado
para la mujer y la irresponsabilidad paterna, fueron el caldo de cultivo para
el surgimiento de una sociedad pragmática, que convirtió el recinto del hogar
en un lugar sólo para dormir. Parientes que duermen bajo el mismo techo, pero
que no se comunican ni comparten sus inquietudes, cada quien en lo suyo.
Todo comenzó con la ausencia de la
madre en el hogar y la introducción de la empleada doméstica como “madre”
sustituta; posteriormente surgió la guardería, institución fundamental dada la
escasa oferta de empleadas domésticas, ya que muchas de ellas dejaron el oficio
para dedicarse a la peluquería y actividades secretariales.
De pronto, la educación base que
estaba asignada a la familia, desapareció y se suponía que la Escuela la
sustituiría. Nefasto error, la Escuela no puede sustituir la formación
que los padres deben aportar a sus hijos; la Escuela apenas informa, y muchas veces
deforma. Aunque hay buenas excepciones, donde la mística profesional de
educadores complementan la información con la formación; son verdaderamente excepcionales, aunque nunca sustituyen la
educación del hogar, sólo la refuerzan.
En días pasados escuché esta
expresión:
“Niños educados por la Escuela,
niños mal educados”
Qué mala situación tenemos entonces,
y rectificar empieza por reencontrarnos con la familia, con una familia mínimamente
equilibrada.
Ahora, detengámonos en el criterio para definir MAL EDUCADO. Tendríamos que tener unos indicadores de buen y mal comportamiento, y a veces los criterios difieren, incluso dentro de la misma cultura. Encontramos que la sociedad tradicional o rural de donde procedemos, tenía valores muy determinados por la iglesia, basados en aquellos tiempos, en el temor de Dios y la amenaza de ir al infierno después de morir. No sólo eso, sino que la misma sociedad se atribuía el papel de juez y verdugo, causando en los miembros de la comunidad un control que variaba su severidad, según se tratase del lugar, al menos la sociedad andina era bastante rígida.
Los cambios urbanos generaron cierta dificultad para el control, o al menos el control se hacía en los pequeños grupos; sin embargo, el anonimato destruyó ese control y comenzaron a aparecer actitudes, modas y comportamientos públicos, que se escaparon de las manos de los anteriores custodios de la sociedad.
Apreciábamos entonces que la educación era una especie de mecanismo de adaptación y control social, más que un proceso de creatividad y desarrollo personal, basado en la disciplina del adulto, lo cual destruía la esencia del ser.
Ya en Inglaterra se había desarrollado una idea que llevó a cabo Alexander Neill, cuando creó la Escuela de Summerhill, donde se privilegió la condición benevolente del niño, se lo aisló de la influencia de sus padres y con un código de 10 principios básicos, crearon un sistema autónomo y libre de los valores de las sociedad.
No sabemos a ciencia cierta el éxito fracaso de este proyecto, ¿cómo se introduce un joven educado en libertad absoluta, -sin valores ni criterios religiosos-, en una sociedad con prejuicios, creencias y modos de vida plenos de conveniencias?. ¿Cómo responde un joven educado en Summerhill cuando se encuentra con hechos corruptos, escala de valores sin sentido, competencias asfixiantes en una sociedad que desconocía? Creo que un proyecto como éste debería instruir primero a los padres y conformar un Plan dentro de la sociedad, para que el niño reconozca que está siendo orientado por el camino del bien dentro de una sociedad corrupta.
En una ocasión leí que los pioneros de esta Escuela habían reconocido errores importantes en su propuesta, pero no le dediqué atención, supuse que debió cometer errores, dado que partió de un criterio, al menos dudoso para mí: la condición absolutamente pura del niño, cuando no tenemos certeza de que sea sólo la sociedad la que corrompe al ser, como afirmó Rousseau y el psicólogo Carl Rogers. No tenemos conocimientos demostrados sobre la naturaleza del alma humana antes de su encarnación, y esto nos llevaría a otro tema.
Allá en la sociedad, se afirmaba como era lógico, que la Escuela era la institución que instruía de conocimientos valederos para el desempeño laboral posterior, cosa que no dudo, en la academia se han logrado adelantos suficientes para dar al mundo bienes y servicios de calidad que apreciamos día a día. La formación ética es asunto de la familia.
Ahora con este descalabro social, ¿cómo podemos rescatar a la familia, cuando ese es un asunto tan personal?.
¿Será que ya nacieron o nacerán almas más
elevadas, que harán el cambio?, ¿será que las nuevas generaciones tendrán la
palabra, al traer del mundo espiritual un bagaje cultural avanzado? Si no fuese
así, tendríamos que experimentar una transmutación muy fuerte, al menos en los
países latinoamericanos requerimos con urgencia de cambios esenciales.