El lenguaje es un extraordinario sistema
ordenado de símbolos, a los cuales hemos dado un significado para poder
comunicarnos; si vemos el lenguaje de esta manera, es lógico que debemos ser
fieles a esos significados para seguir entendiéndonos. No obstante, el lenguaje
no es sólo eso, estimo que la primera fase de la comunicación se opera en la
mente, creamos una idea y luego creamos un sonido que lo represente; esto
significa que hay ideas, construcciones mentales que existen en una cultura y
no en otras, por ello no se pueden traducir.
El lenguaje no es un código estático, sino muy
dinámico, en cada cultura, grupo, especialidad, congregación, partido político,
deporte, bandas delictivas y en todas las miles de formas de agregar intereses
y organizar adeptos, hay un lenguaje propio, que se alimenta de nuevas
expresiones verbales, y que en algún momento pueden convertirse en nuevos
símbolos que la Real Academia Española incluye en el diccionario.
Atentos a estas consideraciones, tendremos en
cuenta que la dinámica lingüística permite la incorporación de nuevos vocablos
que proceden de otros idiomas, (CIAO-CHAO); también se incorporan palabras de
otras ramas lingüísticas como del inglés, que pertenece a la germana, y se usan
tal cual y como son (OKEY). Otra manera de incorporar términos, es la
adaptación de palabras de otro idioma al oído cultural, como es el caso de:
GUACHIMÁN, que procede de dos palabras del inglés (WATCH MAN, que
significa HOMBRE que VIGILA)
Esta manera de dinamizar la comunicación es
propia de la complejidad humana; incluso el idioma es afectado por expresiones
que se ponen de moda, se usan intensamente para desaparecer como llegaron. En
lo personal no soy afecta a usar esas expresiones, ni coletillas juveniles que
empobrecen la mente, y no lo hago por purismo sino porque las considero camisas
de fuerzas que uniforman la comunicación de una manera bestial y afean la verbalización.
Una vez considerados estos aspectos dinámicos
de la comunicación verbal, quiero abordar un tema que nos causa muchas
complicaciones, porque surge en el mero corazón de la vivencia afectiva, lo
cual está supremamente cargada de percepciones que distorsionan la comprensión
de los actores, y todo esto porque el ser humano a través de su relación
social, es quien crea el lenguaje desde su creatividad, y no al revés; el
lenguaje no puede hacer nada para que la gente lo respete, incluso si recibiera
ese respeto, las personas poseen un particular y único sentido de percepción,
que es como una huella digital, de allí los comunes desencuentros entre las
parejas.
En el ámbito afectivo esto se complica a su
máxima expresión, al punto de haber creado mucha desdicha en parejas que
incluso se dispusieron de buena fe a llevar una vida juntos, a convivir, porque
no tienen la más mínima idea de lo que el otro está elaborando y concibiendo
sobre la relación.
Vamos a darnos un paseo por nuestros más
recientes antecedentes:
En los años sesenta, la liberación femenina
creó, en el ámbito de las relaciones de pareja, un nuevo esquema mental,
caracterizándose por la supresión, por parte de los hombres, de palabras que
los comprometieran; la acción iba delante, y las relaciones sexuales se
adelantaban como modo de vida que el hombre percibía como transitorio y la
mujer como algo significativo y de hecho permanente; cada uno por su lado.
Hasta ese momento las relaciones de pareja
tenían un procedimiento muy claro, petición de mano, noviazgo y boda, a partir
de la cual se iniciaban las relaciones sexuales, pero en la década sesenta la sociedad
perdió el control de las parejas jóvenes, quienes asumieron su
autodeterminación a través del contacto íntimo, con una comunicación tipificada
en el espacio de la diversión y el descompromiso. Esto dejaba totalmente
desconcertadas a las mujeres aún enmarcadas en la concepción tradicional.
Se produjo un gran sismo mental, la música, las
diversiones, las oportunidades, el trabajo, los estudios, cambiaron las expectativas
de una sociedad que aún guardaba los valores de la sociedad rural.
La parejas vivieron con rapidez procesos
inesperados, después de notables experiencias íntimas, no pasaba mucho tiempo y
el deseo de variar de pareja, hacía que de pronto el hombre le dijera a la
mujer:
“Esto se acabó, estoy con otra, te soy honesto,
no te quiero engañar”
Esta expresión descalificadora de la relación
como ESTO, el desparpajo de revelar una nueva relación y encima autocalificarse
de honesto porque no quieren engañar, era un discurso muy común, y se planteaba
como si ese argumento de separación no le reportara a él los mejores
beneficios, al desembarazarse de una relación a la cual ya “le había tocado la
hora”, según su insaciable deseo de cambiar de pareja y de vivir la vida loca
de una juventud en pleno cambio de valores.
Hasta ese momento, cuando el hombre decidía
separarse, la mujer desprevenida y romántica no se había dado cuenta que el
engaño había comenzado desde el momento en el cual se inició la relación, un beso
y relaciones sexuales no significaba para el hombre, un compromiso de compartir
la vida en común, era sólo un desenfreno sexual permitido por la pastilla
anticonceptiva y todo lo que de valores se desprendía de su uso.
La mujer quedaba devastada ante la categórica
excusa del hombre:
“Yo nunca te dije que te amaba, ni te prometí
matrimonio, y sabes que no lo podía hacer, porque aún no estoy divorciado y no
te puse una pistola en la cabeza para que me aceptaras como soy”
El caradurismo masculino superó entonces, todos
los records de su historia, a través de una cuidadosa verbalización donde las
palabras afectuosas eran usadas con premeditación, el hombre gozaba de patente
de corso para liberarse de relaciones y de formalizar una relación matrimonial
o de pareja.
Ya no había excusa para el galanteo sin
consecuencias, era tácito que la mujer estaba en conocimiento de que las
relaciones eran y seguirían siendo superficiales. Esto contribuyó a la
proliferación de hijos sin padre, lo cual ya era un tema sociológico importante
en la vida de los venezolanos. Hoy la
ausencia de padre es un asunto crucial, especialmente porque ya lo padecieron
las generaciones mayores de hoy, y aún sigue siendo, no una variable sino una
constante en la problemática sociocultural del país.
Llama la atención que en aquel tiempo, las
separaciones matrimoniales estaban en boga, pero muchas no se concretaban en
divorcio, pues mantener el estado de casado le reportaba al hombre mejores
beneficios, pues estaban libres del conyugue porque vivían fuera del hogar
matrimonial, y a la vez también estaban libres de contraer nuevos compromisos
porque su estado civil era casado. En la realidad tenían una especie de estatus
especial: eran “solteros protegidos”.
Fueron tiempos muy difíciles para las jóvenes formadas
con valores familiares en medio de una vorágine modernista y feminista que más
parecía machista, donde el "lavado de manos" al estilo Pilatos era
tan frecuente, como frecuentes las relaciones sin compromiso masculino. La
mujer tuvo que construirse de inmediato una referencia interna que le
permitiera superar tal decepción, y como no le faltaba fortaleza, se propuso
sobrevivir con los hijos que resultaban de dichas relaciones.
Estimo que esta ola de liberación femenina dio
al hombre una gran oportunidad para hacer lo que siempre hizo, pero ahora sin
la sanción social que recibía en la sociedad tradicional, cuando una relación
sexual antes del matrimonio era un delito social que se pagaba con el
matrimonio o en casos extremos con la muerte, cuando la joven tenía padre y
hermanos. Esto ocurría a escasos años de la gran revolución sexual de los
sesenta.
Lo que considero más notable en este proceso
fue la manera como afectó el lenguaje, el cual fue utilizado como argumento
racional al momento de dar por terminada una relación; fue como un permiso para
que todos se libraran de los convencionalismos, lo cual le dio sin duda una
ventaja al hombre, quien ya no tenía que confrontar a la familia de una joven,
para obtener derechos sexuales sobre ella, sólo su propio consentimiento. En
términos psicoanalíticos, el Súper yo, que tiene la función del control social,
perdió energía ante la desmesurada fuerza del Ello, los instintos.
El hombre asumió una “honestidad”, muy
cuestionable, cómoda, basada en el uso casi colectivo de pastillas
anticonceptivas que la mujer consumía sabiamente, porque se encontraba frente
al riesgo de muchos depredadores afectivos. Más valía prevenir embarazos en esta
momento de destape sexual; no obstante, este mismo fenómeno fue propicio para
la profusión de madres solteras.
En
el otro extremo se encontraba la mujer, de diversas edades, por un lado, las
casadas, enfrentadas a separaciones, consecuencia del mismo proceso de
liberación, mujeres ahítas de vidas matrimoniales llenas de insatisfacciones; en
segundo lugar, las jóvenes recién llegadas a la mayoría de edad, quienes se
vieron enfrentadas a un mundo violentamente cambiante, experimentando la vida
sexual sin compromiso personal y asumiendo sus consecuencias.
En
otro estrato, surgieron las mujeres adaptativas, las que pronto se alinearon a
los cambios, y muchas de las cuales hicieron historia al protagonizar la
aparición de un notable y triste fenómeno, los abortos provocados.
En
general podemos decir que la mujer venezolana se inscribió en las actividades
modernistas y fue asumiendo la vida con una única perspectiva, el modelo
masculino, lo cual hizo que se debilitara su feminidad, aunque la conservara a
través de los afeites que tanta industria le ha dedicado al cuerpo y de sus
pulsiones emocionales, conformando internamente una mixtura compleja.
Es
tan fuerte esta tendencia, que hoy, los hombres perciben a la mujer como seres
iguales, (lógico, esa era la meta feminista), es decir, suponen que es, piensa,
siente y debe reaccionar de la misma forma que ellos, de allí se desprenden
conflictos y desconciertos en ambos sexos. Es hasta divertido, que a veces podemos
comprobar en los hombres ciertas actitudes receptivas, pasivas y la mujer se ve
en la necesidad de confrontar, aclarar o poner en blanco y negro, -es decir
actuar masculinamente-, situaciones que movilicen la relación.
Para
ser justos, hemos de reconocer también que muchos de los hijos nacidos de aquellas
relaciones conflictivas, de padres ausentes, han adoptado actitudes
responsables, comprometidas y es ahora la mujer, las jóvenes de hoy, las que
están asumiendo actitudes esquivas, irresponsables, y hasta deshonestas.
Al
parecer muchas jóvenes de hoy no desean repetir la historia de sus abuelas,
madres y tías, y deciden por una vida libre y sin compromisos, mientras otras,
se quejan de estar solas por falta de jóvenes adecuados para establecer una
buena y sólida relación. Desencuentros y contradicciones propios de estos
tiempos.
Lo
que decimos y lo que callamos en las relaciones afectivas siempre han marcado
el estilo del momento; en el pasado la palabra era ley, hoy lo sigue siendo
especialmente cuando en la defensa se argumenta: “Nunca te dije que te amaba”.
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