Parece un contrasentido, pero es
verdad, así como le tememos a la libertad, a la prosperidad, a la felicidad, y
a muchas otras cosas buenas, le tememos al amor, diríamos que simplemente le
tememos a lo desconocido; ya entrenados para bregar con los pesares, las cosas
buenas nos atemorizan y preferimos seguir viviendo en el mal que ya conocemos.
Digamos que es preciso profundizar algo, para poder tener una idea de lo que
puede estar ocurriendo.
¿Qué es el amor?, la percepción que
tenemos de esta palabra, concepto, o sensación, va a depender de las vivencias
que hemos tenido en relación con ella; lo que hemos vivido nos condiciona para
tener una visión de lo que ha significado y significa para cada quien.
En términos generales el amor es percibido
de manera distinta por las mujeres y los hombres, y en este punto me atrevo a
utilizar un enfoque muy simplista: las primeras más inclinadas al romance, a la
imaginación y el suspirar, y los segundos más inclinados a lo concreto, lo
pragmático, lo corporal.
Para la mujer de la cultura
tradicional, nuestras abuelas, el amor era algo inalcanzable, "una Lotería", como
decía mi madre, los maridos que tenían,
estaban lejos de proporcionarles el estado de placidez deseado, bien porque no se
habían casado con la pareja elegida por ellas, sino por la familia, o, por el
comportamiento machista e insoportable del elegido. En ambos casos, experiencias
dolorosas. A la mujer no le quedó otro camino que sublimar su amor a través de
la maternidad, el amor por los hijos, lo cual se concebía como un amor incondicional.
Hoy, la mujer ha cambiado su
percepción, y tal y como el hombre moderno y desprendido, asume que el amor es
un momento específico, un rato de disfrute sexual, más bien percibe el amor como un concepto recreativo. Las expectativas de las
abuelas ya no tienen espacio hoy, el amor para toda la vida, no es una
realidad.
Sin embargo, hay un despunte de un
nuevo enfoque en la mujer: la profundidad, que podría devenir de la romántica, pero
que incluye un elevado sentido de entrega que va más allá de lo que se
comparte, porque se ha incorporado un concepto más elevado del ser.
Para esta mujer, el amor es un
estado sagrado, que embellece a quien ama; no queda más que concluir que
resulta bastante difícil que una pareja sienta equivalentes sentimientos, ya
que cada persona trae consigo un mundo de condiciones, que ni ellas mismas conocen.
Sólo con pensar en la Sombra que traemos en el inconciente, nos podemos
imaginar los complicados procesos que se dan entre los hombres y las mujeres
cuando se acercan y comparten al menos, unos momentos en la cama.
Son muchas las heridas que llevamos
en el corazón, esto nos hace desleales, es tal el miedo a amar y a que nos
amen, que si vemos un signo de tales sentimientos salimos corriendo; esto no se
debe a que seamos precavidos e incrédulos, esto se debe a que nos invade un
miedo paralizador: miedo a cambiar, miedo a perder lo que hemos acumulado en la
vida, miedo a sentir, miedo a tener que responder a un sentimiento nuevo; se
activan las alarmas y la persona escapa.
Lo triste de esto es que esa
reacción es sólo eso, una reacción ante situaciones nuevas, pero con
referencias viejas. Hay quien dice que aún cargamos a cuestas el miedo por los
peligros que significaban en el pasado remoto, el enfrentamiento con las fieras
salvajes, nuestra memoria celular nos advierte de peligros aterrorizantes,
asociados a la oscuridad, la soledad y el desamparo.
En un mundo complicado como el que
vivimos, hemos creado una fuerte incapacidad de relacionarnos cara a cara, y
hasta de comunicarnos, debido a muchos miedos, entre ellos al contagio de
enfermedades, por decir uno; se está manifestando un fenómeno nuevo, el sexo
digital, la autosatisfacción a través de estímulos audiovisuales, lo cual dará
como consecuencia una soledad abrumadora. Una sociedad con corazones apagados.
¿Cómo podemos vislumbrar a la
sociedad del futuro? Como socióloga no me atrevo a proyectar una sociedad
mecánica, descorazonada, pragmática y fría. Esperemos que las nuevas
generaciones aporten al mundo, la calidez del amor en su mejor expresión y que
los seres humanos desarrollen la capacidad amatoria que nunca, -o sólo en casos
raros- conocimos, como humanidad. Ello implicaría una visión del otro, no como
un contrario, como un opuesto, como se percibe hoy, sino como una entidad
análoga. Como las alas de las aves, que son distintas por la posición que le
toca a cada una, pero análogas en su función.
Hoy y siempre hemos sido una
sociedad enferma, porque ese estado de desconfianza hacia los demás, y la falta
de capacidad amatoria de los otros, no es más que una patología que nos
convierte en animales en la jungla; depredadores y presas, pero sin orden ni
concierto.
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