Shaila creció en un hogar que
guardaba las tradiciones, era una joven brillante, hacedora de todas las artes
dadas a la mujer india de casta, alegre, dispuesta, enérgica y vivaz; querida
por sus padres, ordenada, pulcra y graciosa.
Ya cercana a su adolescencia, la
familia se dispuso a realizar los trámites para encontrarle el mejor marido que
fuese posible, el gurú cercano a la familia, se encargó del asunto, y pronto
tenían al candidato. Se trataba de un proceso delicado, había que demostrar
altura, pero no tanta, a fin de evitar que se afincaran en la dote que el padre
de Shaila debía proporcionar a la familia del novio.
Fueron momentos tensos, la visita,
conocer a los miembros de la familia, mientras ella permanecía callada, sólo
dispuesta a pronunciar palabra si fuera interrogada. Su corazón estaba
apretado, presentía que este acto no conduciría a su felicidad, pero no podía
oponerse, los adultos tenían la palabra y los ancianos la decisión, era
conveniente comprometer a los hijos muy jóvenes, para que no se distraigan y se
entusiasmen con otras ideas, las que vienen del extranjero. Pero Shaila era aún
muy jovencita, podían esperar para realizar el casamiento.
Un día de paseo a la luz del sol y
de alegres cantos de pajaritos, Shaila conoció a un joven que robó su corazón;
aunque era compatible con su casta, ella ya estaba comprometida, y ese pacto
familiar era indisoluble. Se encontraba en una situación bastante delicada. No
obstante, salía a escondidas para verse con su amado, y ya, cuando se
aproximaba la fecha de su boda contractual, huye de su casa con su amado.
La familia queda petrificada ante la
noticia, sin embargo, los hombres de la familia salen en su cacería, y logran
dar con ellos, ella, al verse acorralada y por temor a que maten a su amado,
decide regresar a casa y someterse al designio de su destino, escrito y
ejecutado por los jefes de la familia, vehementemente apegados a la tradición.
Su amado fue castigado por tal
desobediencia, expulsado de su casta Brahman, la cual reconquista posteriormente,
después de mucho sufrimiento por quedar exiliado tanto tiempo. Ella se casa
con el marido convencional, después de momentos angustiosos propios de una
mujer embarazada, ya llevaba en su vientre el fruto de su amor contrariado.
Nadie se percata de lo sucedido, y
el marido asume una paternidad inmediata y celebra el anuncio de la llegada de
un hijo que desea varón, premio añorado por las parejas, y consagrado por
los Dioses a quien tuviera merecimiento.
Cuando nace un varón, la madre es
más apreciada por sus suegros, y los padres se sienten orgullosos de tal
felicidad. Pero Shaila se siente prisionera, traicionada, superada por su
debilidad femenina y por la rígida disciplina hindú. Bulle en sus venas, el
reconcomio de su prisión y la humillación de su contrariedad, la luz de sus
pupilas se van haciendo opacas, y su cara asume un rictus desagradable,
recalcitrante, altivo e indolente.
El destino le reserva un mal mayor,
su marido muere antes del parto, razón por la cual no puede tirarse a la pira
con su cadáver, y emprende la vida estigmatizada de las viudas indias, a
quienes es negado todo derecho a herencia, les ordenan vestirse de blanco, raparse la cabeza al momento de la muerte del marido, y cambiar la señal
de la frente; señas con las cuales la identificará la sociedad.
El nacimiento de un varón mejora su
condición, como no se puede volver a casar no tiene más hijos, sólo el que la
naturaleza le concedió antes de su matrimonio y que ocupa el rango de
primogénito de su marido, con los derechos materiales de la heredad.
Ya pasados muchos años, casi en la
ancianidad, Shaila tiene una nuera con tres hijos varones y tres hembras,
habita una gran mansión, donde también vive su cuñado, y ahora, las esposas de
sus nietos. Es una mujer dura, amargada, odiosa, pesada, sólo habla para
agredir, cuestionar y descalificar a su nuera, a quien siempre acusa de ser culpable
de los desvaríos de sus hijos, quienes buscan caminos alternativos para zafarse
de los designios de la tradición.
Tanto Shaila como su amado,
sufrieron los embates de las decisiones de la familia y de la casta, ella lo
sufrió día a día, toda una vida como viuda, y él dedicándose a su recuperación,
en cuyo proceso se puso en contacto con la gente paria de la India, los dalits,
los que recogen el estiércol humano en las calles y lavan los baños y
suciedades de las castas.
Él se siente a estas alturas, un
hombre sabio, de carácter, defensor de la igualdad de la sociedad india y con
ello protector de los dalits. Su vida la dedicó a superarse, a rescatarse y su
carácter ha forjado una claridad y un criterio de justicia bastante notable,
ella en cambio, es la personificación de la amargura.
No cabe duda que por quedar viuda
tan prematuramente, la vida de Shaila ha sido un castigo, a su modo de ver, así
lo considera, y ya en la vejez, al reencontrase con aquel remoto amor, no deja
de apuntar hacia él con las más duras expresiones y la más fría proyección de
sus sentimientos. Ella llevó la parte más dura del destino que correspondía a
los dos, sin embargo, este sabio no entiende el porqué de su actitud, porque
tampoco sabe que ella tuvo un hijo suyo.
Tal vez una nueva huida hubiera
salvado a Shaila, pero esto no se planteó, la familia fue más fuerte, y su
amado se rindió ante su impotencia de cambiar la situación.
Cabe notar que este fenómeno es universal o
arquetípico, el ocultamiento de la paternidad de un hijo en camino; violaciones
de las normas sagradas y convencionales que seguirán siendo motivo de los
secretos bien guardados independientemente de la sociedad, cultura o casta.
En la sociedad occidental no ha
habido menos rigidez en las estructuras morales y religiosas, a mediados del siglo
pasado, se comienza a sentir una liberación tímida que luego se abrió a
mucha amplitud, y que hoy se considera como logros de libertad y discernimiento.
Llama la atención que las personas
que han tenido la audacia de transgredir normas, porque han seguido los
dictados de su corazón, y son sometidas a los rigores de sus jueces, se
convierten en los mayores defensores de las leyes que los castigaron. Una
reacción que parece nacer del deseo de venganza, dirigido equivocadamente hacia
quienes también desean liberarse de los rigores tradicionalistas. Son
verdaderos baluartes de la continuidad de los valores ancestrales y se erigen
en obstáculos insalvables para las nuevas generaciones.
Todos podemos estar de acuerdo, que endurecer
el corazón cuesta mucho, así como ablandarlo, ambos propósitos forman parte de
un proceso emocional muy complejo. Es cuando el dolor, en lugar de ayudar a
comprender la indefensión de los innovadores, se pliega hacia el reforzamiento
de la rigurosidad.
Tal vez someterse a la voluntad
ajena, crea un odio tan poderoso, que en lo sucesivo se desea estar plantado en
el papel del opresor. Esto mismo se observa en el personaje fuerte de la
película “Como agua para chocolate”, quien sufrió la renuncia de un amor
prohibido, desde su estado de casada, y vuelca sobre su hija menor un
despotismo y un destino castrador.
Juzguen suavemente a la gente muy
rigurosa, excesivamente pulcra, arraigadamente moralista, totalmente criticona,
locamente enjuiciadora, porque oculta algo, con ello sólo reflejan el trauma de su propia
mancha, la tortura de un pasado frustrado.
Este relato está inspirado en la
historia que presenta la genial producción brasilera de O Globo: “India, una
historia de amor”.
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