domingo, 24 de febrero de 2013

DE CÓMO MAMAJI ENDURECIÓ SU CORAZÓN

Shaila creció en un hogar que guardaba las tradiciones, era una joven brillante, hacedora de todas las artes dadas a la mujer india de casta, alegre, dispuesta, enérgica y vivaz; querida por sus padres, ordenada, pulcra y graciosa.

Ya cercana a su adolescencia, la familia se dispuso a realizar los trámites para encontrarle el mejor marido que fuese posible, el gurú cercano a la familia, se encargó del asunto, y pronto tenían al candidato. Se trataba de un proceso delicado, había que demostrar altura, pero no tanta, a fin de evitar que se afincaran en la dote que el padre de Shaila debía proporcionar a la familia del novio.

Fueron momentos tensos, la visita, conocer a los miembros de la familia, mientras ella permanecía callada, sólo dispuesta a pronunciar palabra si fuera interrogada. Su corazón estaba apretado, presentía que este acto no conduciría a su felicidad, pero no podía oponerse, los adultos tenían la palabra y los ancianos la decisión, era conveniente comprometer a los hijos muy jóvenes, para que no se distraigan y se entusiasmen con otras ideas, las que vienen del extranjero. Pero Shaila era aún muy jovencita, podían esperar para realizar el casamiento.

Un día de paseo a la luz del sol y de alegres cantos de pajaritos, Shaila conoció a un joven que robó su corazón; aunque era compatible con su casta, ella ya estaba comprometida, y ese pacto familiar era indisoluble. Se encontraba en una situación bastante delicada. No obstante, salía a escondidas para verse con su amado, y ya, cuando se aproximaba la fecha de su boda contractual, huye de su casa con su amado.

La familia queda petrificada ante la noticia, sin embargo, los hombres de la familia salen en su cacería, y logran dar con ellos, ella, al verse acorralada y por temor a que maten a su amado, decide regresar a casa y someterse al designio de su destino, escrito y ejecutado por los jefes de la familia, vehementemente apegados a la tradición.

Su amado fue castigado por tal desobediencia, expulsado de su casta Brahman, la cual reconquista posteriormente, después de mucho sufrimiento por quedar exiliado tanto tiempo. Ella se casa con el marido convencional, después de momentos angustiosos propios de una mujer embarazada, ya llevaba en su vientre el fruto de su amor contrariado.

Nadie se percata de lo sucedido, y el marido asume una paternidad inmediata y celebra el anuncio de la llegada de un hijo que desea varón, premio añorado por las parejas, y consagrado por los Dioses a quien tuviera merecimiento.

Cuando nace un varón, la madre es más apreciada por sus suegros, y los padres se sienten orgullosos de tal felicidad. Pero Shaila se siente prisionera, traicionada, superada por su debilidad femenina y por la rígida disciplina hindú. Bulle en sus venas, el reconcomio de su prisión y la humillación de su contrariedad, la luz de sus pupilas se van haciendo opacas, y su cara asume un rictus desagradable, recalcitrante, altivo e indolente.

El destino le reserva un mal mayor, su marido muere antes del parto, razón por la cual no puede tirarse a la pira con su cadáver, y emprende la vida estigmatizada de las viudas indias, a quienes es negado todo derecho a herencia, les ordenan vestirse de blanco, raparse la cabeza al momento de la muerte del marido, y cambiar la señal de la frente; señas con las cuales la identificará la sociedad.

El nacimiento de un varón mejora su condición, como no se puede volver a casar no tiene más hijos, sólo el que la naturaleza le concedió antes de su matrimonio y que ocupa el rango de primogénito de su marido, con los derechos materiales de la heredad.

Ya pasados muchos años, casi en la ancianidad, Shaila tiene una nuera con tres hijos varones y tres hembras, habita una gran mansión, donde también vive su cuñado, y ahora, las esposas de sus nietos. Es una mujer dura, amargada, odiosa, pesada, sólo habla para agredir, cuestionar y descalificar a su nuera, a quien siempre acusa de ser culpable de los desvaríos de sus hijos, quienes buscan caminos alternativos para zafarse de los designios de la tradición.

Tanto Shaila como su amado, sufrieron los embates de las decisiones de la familia y de la casta, ella lo sufrió día a día, toda una vida como viuda, y él dedicándose a su recuperación, en cuyo proceso se puso en contacto con la gente paria de la India, los dalits, los que recogen el estiércol humano en las calles y lavan los baños y suciedades de las castas.

Él se siente a estas alturas, un hombre sabio, de carácter, defensor de la igualdad de la sociedad india y con ello protector de los dalits. Su vida la dedicó a superarse, a rescatarse y su carácter ha forjado una claridad y un criterio de justicia bastante notable, ella en cambio, es la personificación de la amargura.

No cabe duda que por quedar viuda tan prematuramente, la vida de Shaila ha sido un castigo, a su modo de ver, así lo considera, y ya en la vejez, al reencontrase con aquel remoto amor, no deja de apuntar hacia él con las más duras expresiones y la más fría proyección de sus sentimientos. Ella llevó la parte más dura del destino que correspondía a los dos, sin embargo, este sabio no entiende el porqué de su actitud, porque tampoco sabe que ella tuvo un hijo suyo.

Tal vez una nueva huida hubiera salvado a Shaila, pero esto no se planteó, la familia fue más fuerte, y su amado se rindió ante su impotencia de cambiar la situación.

Cabe notar que este fenómeno es universal o arquetípico, el ocultamiento de la paternidad de un hijo en camino; violaciones de las normas sagradas y convencionales que seguirán siendo motivo de los secretos bien guardados independientemente de la sociedad, cultura o casta.

En la sociedad occidental no ha habido menos rigidez en las estructuras morales y religiosas, a mediados del siglo pasado, se comienza a sentir una liberación tímida que luego se abrió a mucha amplitud, y que hoy se considera como logros de libertad y discernimiento.
      
Llama la atención que las personas que han tenido la audacia de transgredir normas, porque han seguido los dictados de su corazón, y son sometidas a los rigores de sus jueces, se convierten en los mayores defensores de las leyes que los castigaron. Una reacción que parece nacer del deseo de venganza, dirigido equivocadamente hacia quienes también desean liberarse de los rigores tradicionalistas. Son verdaderos baluartes de la continuidad de los valores ancestrales y se erigen en obstáculos insalvables para las nuevas generaciones.

Todos podemos estar de acuerdo, que endurecer el corazón cuesta mucho, así como ablandarlo, ambos propósitos forman parte de un proceso emocional muy complejo. Es cuando el dolor, en lugar de ayudar a comprender la indefensión de los innovadores, se pliega hacia el reforzamiento de la rigurosidad.

Tal vez someterse a la voluntad ajena, crea un odio tan poderoso, que en lo sucesivo se desea estar plantado en el papel del opresor. Esto mismo se observa en el personaje fuerte de la película “Como agua para chocolate”, quien sufrió la renuncia de un amor prohibido, desde su estado de casada, y vuelca sobre su hija menor un despotismo y un destino castrador.

Juzguen suavemente a la gente muy rigurosa, excesivamente pulcra, arraigadamente moralista, totalmente criticona, locamente enjuiciadora, porque oculta algo, con ello sólo reflejan el trauma de su propia mancha, la tortura de un pasado frustrado. 

Este relato está inspirado en la historia que presenta la genial producción brasilera de O Globo: “India, una historia de amor”.

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