Ayer regresé de Maracaibo, fui a
visitar a mi familia política, muy mala palabra para designar a estos parientes
que siento como si fueran de mi sangre; mi suegra me comenta que se nos
aproximan meses luctuosos, en febrero por el recuerdo de la muerte de su
esposo, y en marzo por la del mío. Me dejó pensativa, porque ella, habiendo
sido una maestra del movimiento Espírita Kardeciano, conferencista
internacional, y mi fuente de inspiración para la calma interna, se sienta como
cualquier mortal, conectada con este triste sentimiento de abandono, que
significa la ausencia definitiva de nuestros seres amados.
Me quedé con la palabra luctuoso
dando vueltas en mi pensamiento, como recordando algo, y la investigué: Hubo
algo que se llamó Derecho Luctuoso, el cual se aplicaba en épocas medievales y
quizás hasta mucho después, que consistía en que a la muerte de un súbdito, los
señores y prelados, los cuales a veces eran los mismos, recibían una prenda
del difunto, bien sea por haber sido establecida en el testamento del
susodicho, o por el derecho de los señores a escoger su regalía. Esto me
recordó el Derecho de Pernada, y tal vez el de muchos otros “derechos”,
inventados por el abuso de los poderosos, que de alguna manera se ve reflejado en la leyes
sucesorales de hoy.
Esto me puso de frente al miserable
hecho, de que el hombre es peor que un depredador, porque no sólo devora
otras especies sino que su mayor presa son los mismos seres humanos; un caníbal
que se nutre de las más diversas formas de violación que hace al derecho a la vida y la libertad de elección, que
la divinidad nos otorgó como sus hijos amados.
Son diversas las formas de esta
depredación, pero todo reside en la actitud delictiva de los caníbales, lo cual
se manifiesta desde el más sutil vampirismo energético, de quienes se acercan a
los demás sin hacer daño aparente, pasando por la delincuencia simple y
explícita, por la devastación que produce la cultura machista, por las
tradiciones absurdas de pueblos donde aún existe la ablación del clítoris de
las niñas, hasta el burdo ejercicio del poder, donde se cuecen las habas más
duras que la cultura pueda reportar, y todo esto reside, en el ejercicio de
cualquier tipo de poder.
El poder político ha sido la fuente
más determinante de la dominación, porque tiene más alcance poblacional, sin
embargo, también es la manera de ordenar el comportamiento colectivo, puesto
que en tiempos de caos convoca la obediencia hacia la autoridad de un dirigente y su
sistema de gobierno, basta ver cómo Juan Vicente Gómez logró unificar al país,
a través de una dictadura que puso dentro de sus límites el comportamiento
caudillesco de la época.
Agotada como estoy, de la repetida
historia de abusos, que tienen sus asientos en el gobierno y sus leyes, en la
economía, en el dominio religioso y cultural, en el poderío armado, en la
delincuencia organizada o no, en los cargos claves, y en miles de formas de
poder ejercido en privado, los pueblos siguen siendo presa indefensa de las
manipulaciones que en términos sutiles los convierten en piezas de una entramada
base, donde se asientan las dictaduras, el populismo y los más degradantes
argumentos para succionar la energía colectiva, con la cual ejercer la mentira,
el disimulo y el descaro.
Ya deshecha la esperanza, concepto
que no me ha agradado del todo, por el sentido de espera que no soporto, y
porque siempre se basa en los mismos parámetros y en los mismos valores que la
sociedad arrastra desde que se puso en posición bípeda, no nos queda otra
opción que ver más allá de lo que ha sido el reiterado ciclo de errores, horrores
y dolores.
Tener una vida mejor, es un ideal
genuino, pero en el camino, por mucho idealismo que conlleve, siempre se ha
convertido en una nueva manera de hacer sufrir a otros; es decir, siempre hay
quienes padecen la dominación de quienes están en el poder, por ello hay que
dibujar un salto a otra dimensión humana, donde la necesidad de consumo y de
afecto, hayan desaparecido totalmente, un mundo donde los individuos tengan una
naturaleza superior, sean autónomos y felices consigo mismos.
Ya no se trata de un modelo donde
los oprimidos gobernarán sobre los que los oprimían y hacían sufrir, no se
trata de voltear la famosa tortilla, la cual siempre ha traído el mismo sistema
de explotación, siempre alguien perdiendo; sólo nos queda visualizar otra forma
de vida donde todas esas referencias hayan desaparecido.
Hoy, con la piel escaldada, vemos
que mientras el ser humano no supere sus apetencias desmedidas y su condición
de depredador, la sociedad no puede darse por satisfecha, porque donde exista
un ser que sufra, la sociedad tiene un trabajo que realizar. Estamos heridos de
todo lo que le duela a uno solo, no es cuestión estadística, es cuestión
humana.
Un mundo donde no existan fronteras,
presidentes, jefes, líderes, donde no exista la historia patria, porque ésta
nos habla de luchas y de defensa de lo logrado, ni militares, el sueño de
Einstein, donde exista la diversidad cultural, pero no la jerarquías entre las
comunidades; lo podríamos identificar como la promesa de esta nueva Era
Acuariana, nadie por encima de otro.
Imagino una alimentación distinta, una nutrición más energética que física y lograda por meditación o algo parecido, no habría vivienda como la conocemos, sino que la gente tendría un cobijo según su espectacular capacidad creativa, una vida libre; ¿cómo se le puede robar a otro su capacidad de obtener una aura de protección?. Quiero ver eso de cerca, y cuando lo vea ya me habré olvidado de cómo fue la crueldad de este mundo, pero que tenía en su esencia la semilla de aquellos tiempos de suprema felicidad, un mundo de plenitud, donde se expanda la visión individual y colectiva hacia la creación positiva.
Imagino una alimentación distinta, una nutrición más energética que física y lograda por meditación o algo parecido, no habría vivienda como la conocemos, sino que la gente tendría un cobijo según su espectacular capacidad creativa, una vida libre; ¿cómo se le puede robar a otro su capacidad de obtener una aura de protección?. Quiero ver eso de cerca, y cuando lo vea ya me habré olvidado de cómo fue la crueldad de este mundo, pero que tenía en su esencia la semilla de aquellos tiempos de suprema felicidad, un mundo de plenitud, donde se expanda la visión individual y colectiva hacia la creación positiva.
No faltará quien cuestione que la
felicidad se aprecia, porque hay infelicidad, y todo aquello de las polaridades
propias de esta época, pero, en esos mundos supremos, no será necesario la
polaridad, porque ya la gente habrá elegido lo justo, el bien y el mal son
propios de mundos infames aún.
Lo esperanzador de esto, y vuelvo a
usar este término, para darme a entender, en ese sentido puro de ver un camino
alternativo, es que hemos podido sustentar esta espera, porque siempre y sin
ninguna excepción, han existido esos personajes luminosos, que vibran por encima
del bien y del mal, que nos ofrecieron su visión sin corromperse y que en forma
abierta o anónima nos han alertado sobre esos estadios superiores, al cual
accederemos sin lugar a dudas.
La literatura está cargada de
modelos ideales, utopías, mitologías, doctrinas y filosofías que ofrecen mundos
mejores; no pueden estar equivocados tantos esfuerzos de maestros, pensadores, sabios, profetas y
científicos que vislumbran en sus propios lenguajes mundos supremos y justos.
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