martes, 22 de junio de 2010

LA LIBERTAD, PARTE I

Hablar de libertad es hablar de un tema ancestral y moderno,  siempre ha estado presente en la vida humana.  Estimo que hay que apreciarlo en dos dimensiones o contextos distintos:

En primer lugar, puedo imaginar la libertad como un estado del ser, donde no existe ninguna necesidad. Según esto, la libertad no sería una condición del mundo terrenal, porque como seres vivientes somos un mundo de necesidades físicas, emocionales y sociales. 

Si no tuviéramos necesidades seríamos libres, no tendríamos la  urgencia de defender las cosas y los valores que nos pertenecen. 

La necesidad creó la propiedad. Desde el mismo momento en que nuestros remotos ancestros tomaron una fruta para alimentarse, apareció lo mío o lo nuestro, el derecho a la tierra  de los que la habitaban, apareció la propiedad unida al territorio.  

Además, somos dependientes natos, dependemos de los demás al inicio de nuestras vidas, y luego dependemos de las relaciones que establecemos con ellos, por muy sanas que éstas sean.

Esto nos lleva a considerar que la libertad es una construcción o idea que expresamos como consecuencia de un reflejo interno; para efectos de comprensión, vamos a decir que es una concepción que ya tenemos en el alma.

En segundo lugar, vamos a revisar la libertad en el contexto terrenal, donde aún teniendo como impronta una serie de necesidades, ha sido una de las banderas que se han enarbolado desde los tiempos más remotos hasta hoy, particularmente para referirnos a la independencia política.

Los seres humanos hemos inventado la política, como un modelo de organización social, para dar respuesta a las necesidades colectivas. En el pasado le dimos carácter divino a las personas que llamamos reyes para justificar el poder que le otorgamos. Nos convertimos en subditos para dejar en manos de ellos en orden y la administración pública.

Este orden también involucraba el orden económico y de allí se ha tejido toda la malla social hasta hoy. La guerra ha sido el modo como hemos defendido la libertad del grupo,  es decir, la manera como deseamos vivir, especialmente independientes de los extraños, de los extranjeros.

Lo paradójico es que esa necesidad de protección hacia el de afuera, se ha visto localizada dentro, porque tanto los reyes de antaño como los de hoy se han convertido en nuestros mutiladores de libertad, al convertirse en depredadores internos.

En estos casos, la libertad pasa a ser entonces la primera necesidad del colectivo, lo cual casi siempre se paga con sangre.

En el contexto familiar, personal o íntimo también se expresa la libertad o su defecto, y dependiendo de la forma como nos relacionamos con los más allegados, tendremos más o menos capacidad para ejercerla. 

La peor de las condiciones, es tener nuestra mente encadenada, porque a cualquiera le damos el mando, una mente fanática por ejemplo, necesita un amo, una mente víctima necesita un victimario; en cambio una mente conectada trascendentalmente no la aprisiona nada, así nos lo han mostrado muchos héroes. 

La libertad más auténtica que podemos tener, es no temer nada, es la verdadera fe, la certeza de una poderosa conexión espiritual, por ello cuando pienso en libertad pienso en Jesús.     

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