Hace años leí un artículo de Carlos Sicilia, donde denunciaba el carácter delictivo del venezolano, afianzado en la aceptación de aquella vulgar expresión: "A mí que no me den, sino que me pongan donde hay"; nefasto refrán mexicano que se oía mucho en las películas del cine de oro.
Por un malabarismo transcultural, esta petición se convirtió en una carta de presentación en nuestro país, sin embargo, nunca la oí directamente de alguien, se dió a conocer en los programas humorísticos de la televisión, a través de los cuales nos enterábamos de todos los nuevos modismos que surgían en los medios delictivos y de las poblaciones con más bajo nivel educativo de la ciudad.
Hoy César Landaeta, calificado psicólogo clínico, nos reitera la versión de que Venezuela está poseída por la impronta del "pataenelsuelismo", la tendencia a minimizar el lenguaje en pro de un léxico malandro, la valoración de la viveza criolla, el uso y abuso de la "panadería" para realizar trámites ilegales, y la lista es larga.
Landaeta declara que se exilia de ese país o anti-país, que se muda al país honesto, el cual yo sé que nunca dejó de existir; él declara:
"Voy a cambiar la presidencia del “pataenelsuelismo” en mí, por algo más humano y parecido a la decencia que me enseñó mi padre."
Imitar esta decisión es el clamor de ese país; pero es que ese país honesto, correcto, trabajador, impecable, sí existe, fue el país que nos legaron hombres y mujeres del pueblo, de escasos recursos pero ricos en espíritu puro, quienes se sentían plenos tras haber hecho el mejor trabajo, de entregar una carga de ropa bien lavada y mejor planchada. La carga de ropa que entregaba mi madre en aquellos tiempos cuando el almidón era indispensable en los lavanderos. Fui vestida con impecables uniformes de primaria, que no se lograban percudir porque el piqué de algodón era revestido de una capa de almidón que nos mantenía hasta disciplinados.
Crecí en un hogar donde mis padres examinaban mis útiles para chequear lo que traía del colegio, ellos me enseñaron a arroparme hasta donde me llegaba la cobija, pero también me dieron la clave para agrandar esa cobija, a través del estudio, del esfuerzo, de la preparación y dando buena calidad en lo que hacíamos. Conozco mucha gente así, gente exitosa por amar la vida y el conocimiento, llenos de amor y solidaridad. Gente con ética de caballeros.
Ese país estaba y aún está en el corazón de muchos venezolanos, quienes no son capaces de repetir como loros los modismos que constantemente se ponen de moda y que desgastan la conversación, gente que no trafica con la adulación, que no acepta ni aceptó nunca transar con el partido de turno, que prefirió decir la verdad aunque en ello le fuera el empleo, gente decente de verdad, y aunque llevemos en la sangre la música, el humor y la diversión, gente con buen gusto que no se conforma con el desquiciado bullicio de sonidos malsonates que son capaces de eliminar mil neuronas por segundo, ruidos que embrutecen y anestesian por su vulgaridad y repetición.
Dicen que las cosas que nos enamoran de alguien son las mismas cosas que después nos separan; yo espero que de tanto vivir en la vulgaridad, los venezolanos que son afectos a esa tendencia malviviente se cansen y despierten.
No me siento aludida en estos análisis sobre la expresión colectiva del venezolano, y es que yo nunca fui lo se dice "normal", porque no bebo, no fumo, ni tomo café, no me gusta la comida chatarra, deploro el oportunismo, el carro último modelo me tenía y me tiene sin cuidado, nunca me fijé en el más conveniente candidato para casarme, porque para mí el mejor candidato era de quien me enamoré, no me gusta la política, prefiero dar lo mejor en mí en mi profesión, para mí primero es el deber y luego el placer, tal vez es que soy demasiado capricorniana.
Muchas veces me he preguntado: ¿a dónde se fue aquella Venezuela correcta?, ¿fué el petróleo el percutor de tanta anarquía?...
Ayer en un programa de TV que ya había empezado, vi a un brasileño de una comunidad que decía algo así: "la humanidad debe ir hacia la búsqueda de una raza pura", puse atención, por aquella oscura referencia de la segunda guerra mundial, pero aclaró: "necesitamos ser una raza pura, un hombre que ama y protege a su familia es puro, un hombre que educa y orienta a sus hijos es puro, quien cuida la naturaleza es puro..." Hablaba bien, hablaba de la verdadera pureza, la pureza del alma, de la conciencia.
Ya se están oyendo las voces de esa Venezuela pura, la que aún vive, y si no ha perecido hasta hoy, no perecerá y se logrará expresar, ya César Landaeta indicó el paso a seguir.
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