El mundo de las relaciones conyugales y familiares, son los escenarios donde
vivimos los eventos emocionales más dolorosos, aún cuando hay personas que poseen cierta
protección natural con respecto a las emociones. Nacemos como seres sedientos
de afecto, y somos los animales con la infancia más larga; por ello el trabajo
de nuestros padres es un proceso cargado de responsabilidades, pues depende de ellos sustentar nuestra estructura emocional.
Como colectivo, padecemos
síndromes que nos llevan a definirnos como una sociedad enferma, y esta definición
abarca desde los comportamientos insanos que pasan inadvertidos, hasta las
patologías mentales que requieren tratamiento psiquiátrico.
Para el observador común, sólo la
locura expresada en agresión y descontrol personal, es motivo de alerta y
preocupación, pero, los comportamientos insanos que incluso incluyen agresión,
como el maltrato doméstico, la baja autoestima, la descalificación y las
agresiones psicológicas cotidianas generalmente pasan inadvertidas, porque se
arraigan en la cultura como modos de expresión natural. Ahora no digamos de los problemas asociados con neurosis, resentimientos, abandono, hábitos, creencias, valores y muchos más que impiden la sana convivencia.
El matrimonio viene a ser uno de
los escenarios más afectados por esta dinámica, cuando una pareja se une, se
unen dos mundos, son dos cargas ideológicas que se enfrentan para construir una
relación o para crear un caos que se agrava si hay descendencia. La diferencia
entre estos dos caminos, está en la sanidad interna que tenga cada uno.
Aunque debemos partir del
principio de que “todos tenemos una patología”, porque todos tenemos asuntos
pendientes por resolver, porque si tenemos capacidades en unos aspectos,
fallamos en otros, es una sana decisión, la que asumimos cuando nos revisamos y
aceptamos la crítica, con el fin de resolver.
Cuando una pareja está inmersa en
dificultades, no siempre estas dificultades son sentidas por ellos, podemos
desde afuera observar una mala relación aunque los protagonistas no lo
detecten. Esto está inscrito en esa autodefensa del yo que no quiere ver, es la
negación defensiva de la psiquis que pulsa por negar la existencia de
problemas, y parece paradójico, a más intensidad del problema, más negación.
Este ha sido un tema muy debatido
en los últimos veinte años, abunda la literatura sobre desarrollo personal, y
la realidad de lo que ha ocurrido en estos años, es que las parejas cada día
duran menos juntas. Tal vez la duración sea una variable que hay que revisar;
la contundencia de “hasta que la muerte nos separe” ya resulta demasiado pesada
para sostenerla, quizás llegaremos a descubrir que hay momento en el cual las
relaciones de pareja llegan a su fin sin que medie la muerte, ni los problemas.
Ésta es una tarea que los estudiosos deben tener en cuenta, para hacerle
seguimiento.
He visto separarse parejas porque
ya no tenían incentivo para seguir juntos, aunque no tuvieran problemas
específicos, sólo que aquella magia que los unía se acabó, y tal vez no se
trate de la pasión sexual, tal vez sea sólo un asunto temporal, haber llegado a
culminar el ciclo que tenían establecido, quien sabe porqué razón.
Dentro de la confusión que un
tema como éste nos produce, es claro que tenemos que tener un criterio básico
para sustentar una relación, y me atrevo a determinar algunas consideraciones:
1-
Cuando la intensión es
crear una relación duradera o al menos comprometida, es indispensable conocer a
la persona. Hay sentencias que dicen que más une lo que no sabemos del otro que
lo que sabemos, pero mantenerse ignorante de quién tenemos a nuestro lado es un
camino seguro al fracaso. Las relaciones de pareja se fundan en la identidad
con el otro y saber sus antecedentes emocionales, sus carencias afectivas y sus
potencialidades facilitan el vínculo, o, en caso contrario, alertan sobre la imposibilidad de una relación feliz. La pareja es un mundo por
explorar, y aunque tengamos la información suficiente, siempre podría haber
algo oculto. Está comprobado que la ilusión del príncipe azul, conduce a desengaños muy dolorosos, y que lo que existe es
la “pareja compatible”(*), de allí la discusión e instrumentación que nos han aportado tantos escritores sobre el tema.
2-
Una vez un amigo que
se iba a casar me preguntó: ¿dime qué me recomendarías para mantener mi
matrimonio en armonía?. Le dije: trata a tu esposa como si la acabaras de
conocer, es decir respétala; es increíble que podamos ser más respetuosos con
los extraños y lleguemos al abuso con quienes amamos y compartimos la cama. Con
un extraño no nos damos el permiso de abusar, porque sabemos que corremos el
riesgo de ser perjudicados; pero el respeto con los seres cercanos siembra
relaciones genuinas aún cuando en algún momento se separen. El respeto al otro
es un sustento que se desarrolla con el respeto a sí mismo.
3-
Desarrollar la capacidad
reflexiva, para mantenerse en control de las emociones devastadoras. A veces
hasta una falsa información es capaz de desatar un caos, por la falta de
control emocional, y cuando la información es cierta es peor, porque hay razones
para la turbulencia. Por ello, no supongas, no asumas verdades sin
comprobarlas, pregunta a la persona correcta, no indagues donde pueden haber informaciones
mal intencionadas y desarrolla tu inteligencia emocional.
4-
Estructurar una
comunicación asertiva, que generalmente se realiza con la palabra. Cuando hay
problemas, los gestos y los mensajes corporales en medio de un mutismo corroe
la relación, es preferible conversar, exponer y resolver, la falta de
comunicación verbal crea un mundo de imaginación que en nada ayuda la relación.
Las
relaciones humanas en general pudiéramos considerarlas como un misterio, mi
madre decía que el matrimonio era una Lotería; en aquellos tiempos, eran un
albur, pero hoy hemos bajado a tierra, y hemos considerado aspectos que podemos
enriquecer, errores que podemos evitar, porque el amor que es la base de todas
estas razones, seguirá siendo el motor de la existencia.
Con estas sugerencias y muchas otras que apliquen en casos particulares, podemos garantizar un mejor ambiente emocional hasta cuando la separación es inevitable, cuando ya no hay amor conyugal, sino otro vínculo personal.
(*) Boris Daniel Saavedra (ThetaHealing)