“Tomar la justicia por su propia mano”, ha sido un delito desde que la sociedad se organizó bajo las leyes civiles del mundo moderno. Sin embargo, este sistema no ha garantizado la justicia plena, bien sea por dificultades propias del oficio, o por corrupción, también muy común en el ejercicio del poder.
En ambos casos los afectados se han sentido más que frustrados, y se han producido expresiones de justicia alcanzadas por sí mismos.
El Estado no justifica la venganza personal, porque el delincuente está sujeto a la ley, no obstante, ocurren delitos que no tienen castigo y ahí surge un personaje que impone su propia justicia, incluso con ironía.
Recientemente tuvimos en pantalla grande la película española LA PIEL QUE HABITO, la cual me hizo recordar otra muy buena producción argentina, EL SECRETO DE SUS OJOS.
Asombrosos planteamientos en los cuales se pone de manifiesto un deseo de justicia desenfrenado. En la primera, se exponen explícitos hechos de horror; condiciones patológicas de los personajes, en una trama que desencadena una secuencia de episodios que culminan en muerte y libertad.
Un médico afectado por la pérdida de su esposa y la consecuente demencia de su hija, secuestra y experimenta en el cuerpo de un joven que trató de abusar sexualmente de la última, y lo convierte en mujer. En condición cautiva, el joven es sometido a intervenciones quirúrgicas que lo transforman sólo por fuera, porque nunca perdió el sentido de su identidad verdadera, ni su contacto con la realidad que vivía, en manos de su captor, fortaleza que logra a través de los conceptos y ejercicios de yoga.
El médico planea y ejecuta un acto de venganza espeluznante, que transita por senderos de donde no hay regreso. El afectado dura seis años cautivo, y al final logra fugarse después de disparar a sus captores.
La “justicia por su propia mano”, surge como expresión de una venganza suprema favorecida por el poder y liderazgo profesional del médico, amparado en un narcisismo psicopatológico, al amparo de la privacidad y la bravura.
En el caso de la película argentina, un crimen queda impune, a pesar de que el culpable fue detenido, por el empuje de dos funcionarios honestos; el asesino y un personaje corrupto del poder judicial, -enfrentado con los funcionarios encargados del caso-, negocian, y el primero es incorporado al personal de la institución, incluso con autoridad para portar arma de fuego. Es el encuentro del mal con el mal, delincuente y funcionario corrupto, asociaciones muy frecuentes en los sistemas de poder de muchos países del mundo.
La justicia viene de manos del esposo de la víctima, un personaje invisible para los interesados en la impunidad, quien después de un duelo muy sentido, y con información clave proporcionada por los funcionarios que investigan el caso, hace un impecable seguimiento del criminal, quien había sido exonerado por malabares intra y supra institucionales.
El asesino es secuestrado y encarcelado en una casa de campo lejana a la ciudad, para cumplir cadena perpetua sin derecho a comunicación ni siquiera con su captor. Es impactante como el custodio del prisionero dedica el resto de su vida a una labor que nadie sospecha, por la insignificancia del personaje capturado.
A final, muchos años después, el film ofrece una impactante escena, cuando uno de los funcionarios, ya jubilado, recorre el caso, contacta al esposo de la asesinada y descubre que aquel hombre gris, pacífico, aunque con una férrea voluntad, es el guardián de un solo detenido, el asesino de su esposa.
El prisionero al ver a una tercera persona, le suplica que le diga a su captor que le hable, la incomunicación lo tiene devastado, el captor ante la expresión de asombro del funcionario, con gran serenidad le dice concluyentemente: “Usted dijo que era Cadena Perpetua”
No imaginaba el asesino que su compinche oficial, no lo resguardaba de “la otra justicia”, una suerte de efecto rápido y contundente, que lo privó de su vida, ¡qué paradoja! para él hubiera sido preferible que la justicia oficial lo juzgara, detuviera y tal vez con buen comportamiento podría haber logrado algún beneficio; al menos hubiera tenido contacto humano.
Una trama muy bien lograda, la nula visibilidad del esposo de la víctima, fue el factor de confianza para torcer las circunstancias, lo cual resultó peor para el asesino.
EL SECRETO DE SUS OJOS, dirigida por Juan José Campanella, me dejó encantada por la actuación, los diálogos, el tema y especialmente por la secuencia se interesantes escenas que denuncian corrupción en el sistema judicial, la preponderancia de la rencilla personal por encima de la ética profesional, y especialmente, la fuerza de personajes que creen en la verdad y en lo correcto.
En estas historias, la justicia por la propia mano, tiene visos opuestos, la venganza enfermiza y la frialdad del médico en “La piel que habito”, se transforma en horror, pero en “El secreto de sus ojos”, se siembra un deseo en el espectador, que culmina en justicia lapidaria.
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