No hay quien pueda rebatir el criterio de que una sana alimentación es parte de la garantía de una buena vida, y esto pasa por optar por una dieta balanceada, lo cual significa variedad, correcta combinación, cuidado con las proporciones y con el horario. Nada fácil en un mundo que ha transformado el concepto alimento en “cosa que se introduce por la boca”.
Comer y alimentarse son cosas distintas, el placer de comer se ha establecido con una fuerte connotación social, cualquier encuentro o celebración nos lleva al restaurante casi a diario; es una manera de recrearnos, de compartir y relacionarnos.
Cuando se trata de hacer el mercado, la mayor parte de los estantes de los supermercados están repletos no de alimentos, sino de cosas que se introducen por la boca; variedad de productos azucarados, con ingredientes tóxicos para conservarlos, colorantes y envolturas llamativas, que hacen efecto en el disfrute y en la satisfacción inmediata, en contra de la salud.
Consecuencia de esto, un creciente padecimiento de sobrepeso, y considerables niveles de obesidad, todo ello asociado a diabetes, problemas con la tensión y colesterol, cansancio, insomnio y baja autoestima, entre otras. Lo interesante del caso es que ante este desenfreno, y en contraste con la publicidad que valora la estética corporal, se ha producido un opuesto muy alarmante, la bulimia y la anorexia. Todo concatenado.
Por doquier se ofrecen desde fórmulas mágicas para resolver el problema, hasta “rigurosos” procesos de recuperación, digo rigurosos porque ir del desastre a la cordura requiere mucha rigurosidad. Por supuesto, esto pasa por integrar otras causas del sobrepeso, el sedentarismo, el estrés, -factor que hace dar muchos viajes a la nevera-, y el cambio de conceptos y creencias sobre el alimento como diversión o recreación, basta ver la gigantografía que se ha creado con las cotufas y las gaseosas en las salas de cine, sin decir que las cotufas sean dañinas, pero en todo caso, es un exceso.
Esta situación ha polarizado los puntos de vista y han emergido diversos planteamientos alimenticios que rechazan el consumo de químicos, carnes, lácteos, productos refinados y otras fórmulas complejas, porque hasta nos ha llegado un sistema de la medicina ayurvédica que asigna colores a los alimentos e indica el horario de su consumo.
El asunto no es aislado, es preciso entonces, reconocer los factores sociológicos que han propiciado un fenómeno, que afecta a gran parte de la población que comparte la cultura occidental.
La industria de alimentos procesados, vino a “resolver” un fenómeno crucial que cambió los hábitos de vida de la sociedad, por la incorporación de la mujer al trabajo fuera de casa; la madre ausente del hogar requería una producción de “alimentos”, que sólo requieren ser destapados y últimamente sólo introducidos en el micro ondas, esto a su vez resuelve el problema del poco tiempo disponible. Esto no se quedó allí, se generó un gran comercio con el azúcar, la harina de trigo y gaseosas, el comercio de la chuchería y productos azucarados que dan energía rápida y dan placer al gusto y calma la tensión momentáneamente.
A fines de los años sesenta, participé en una gran investigación realizada en los hogares del cinturón urbano que rodea la ciudad de Caracas, realizado por el Centro de Estudios del Dasarrollo (CENDES-UCV), denominado EL ESTUDIO DE CARACAS, el cual reveló cómo las madres, a diferencia de tiempos pasados, proporcionaban a sus hijos gaseosas para el almuerzo. Un cambio sorprendente de hábito, ya que estos líquidos eran usuales básicamente en festejos. La gaseosa se convirtió en producto de consumo diario, lo cual ha traído una seria incidencia de diabetes en niños y adolescentes. Luego, y para rematar la agresión estomacal, apareció el negocio de la comida rápida, que los padres usan incluso, para regular el sistema de premios y castigos de sus hijos.
En los años cincuenta esto era impensable, al menos mis padres no consentían comer fuera de casa, las chucherías eran cosa de fiestas, estaban pendientes del cuidado dental y de la restricción moral: un exceso de satisfacciones hace a la persona irresponsable. La diversión y recreación tenía su espacio, y con la alimentación no se jugaba. A los ojos de quien mira hoy, podría parecer excesivo, sin embargo, lo refiero para destacar el violento cambio de valores, que la sociedad venezolana experimentó en tan poco tiempo; un fenómeno urbano que impactó en todos los aspectos de la vida cotidiana, la alimentación es apenas uno de ellos.
Esto ha generado todo un cambio actitudinal, con el cual el consumidor poco reflexivo se siente protagonista de un fenómeno vanguardista, lo cual favorece el uso irrestricto de la tecnología en todas sus manifestaciones. Este tipo de consumo oral, es inobjetable para mucha gente, y sólo se enteran de sus efectos nocivos cuando se enferman y los médicos les prohiben seguir con la dieta irrestricta que venían llevando. Pocos se dan cuenta que la salud y la dieta están relacionadas y muchos asumen la dieta sana sólo durante la convalescencia.
“Que el alimento sea tu medicina y tu medicina sea tu alimento” Hipócrates
Muy lejos estamos de asumir este decreto, tan sabio y antiguo como difícil en estos tiempos, porque para hacer un buen mercado, es necesario informarse y manejar conceptos muy precisos para poder elegir los escasos productos sanos que ofrece el supermercado.
Si esta problemática hay que tomarla en serio, no menos serio es la pérdida de la lactancia materna, todo cayó por el mismo desfiladero, la madre salió de casa muchas veces obligada por la falta de padres responsables. La familia se transformó.
La alimentación tiene un propósito, la salud. Una adecuada nutrición es la base de un cuerpo saludable, en cualquier edad.
Hemos hecho un traslado hacia un tipo de organismo físico que se ha defendido de los agresores externos, adaptándose a ellos, a cada instante complejos procesos orgánicos se dan dentro de nosotros para procesar, asimilar y desechar lo que comemos. Hoy sí podemos decir que hay cosas que entran por la boca, que sí nos contaminan, a diferencia de aquella época cuando Jesús impostaba con sus verdades a los gentiles y fariseos.
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