-
Mujer: ¿Qué sientes cuando me miras a
los ojos?
-
Hombre: Siento que abro las puertas
de un templo que quiero adorar.
Es un texto repetido incansablemente, en la
publicidad de una popular novela televisiva producida en Miami, por demás
cargada de escenas que erizan por desproporcionadas y por notablemente cursis.
No cabe duda que las escenas de enamorados plasman con
dramática puntualidad, el carácter meloso de las relaciones de parejas en su
momento más exaltado, el enamoramiento, pero en estas historias no se mide el límite que las
convierten en escenas pobres, vacías, aburridas y de mal gusto. Cuando comparo
estas escenas con las que realizan los brasileños, me doy cuenta de la gran
diferencia de enfoque, creatividad, naturalidad y realismo, que ellos les
imprimen a todas sus historias, lo cual las convierten en obras magistrales.
El asunto es que los brasileños no improvisan ni
escatiman para hacer grandes producciones, se informan, se asesoran, y sus
diálogos, vestuario, escenarios, temas y todo lo demás, son estupendos, porque estructuran la ficción
del escritor, con opiniones de expertos de diversas áreas, lo cual les da un
carácter verosímil, natural y de mucha altura.
Sin embargo, no es un debate sobre actuación el tema que
quiero desarrollar, sólo que estas telenovelas tradicionales, inciden en la
retención de actitudes que ya deberían estar saliendo del imaginario popular. Después
de tanta violencia doméstica, ya las mujeres deberían estar seguras que ese
amor celestial no existe, que colocar atributos divinos en una persona es el
camino seguro para la decepción, porque nadie es una puerta de un templo para
ser adorado, y aunque alguien podría decir, “pero es una manera de ser
romántico”, el asunto es que quien lo vive se lo cree, y esta creencia está
inevitablemente acompañada de mucho drama. ¿Y cómo no va a estar empapada de
drama, si un amor celestial ¡es un milagro!?.
Lo más impactante de esto, es que, ¡cómo será el ser
humano!, que aún cuando no tengamos esos referentes de adoración divina hacia
una pareja de carne y hueso, aún así, las relaciones de pareja están cargadas
de decepciones, por otros factores vinculados con conflictos prácticos o
vitales.
Ya sabemos, por muchos expertos, que existen dos estados
afectivos, o etapas, en las parejas que pretenden una relación permanente: el enamoramiento
y el amor, el primero, es la sacudida febril que embarga a los protagonistas,
en los primeros momentos de arrobamiento, el segundo resulta de la
consolidación, compromiso, armonía que deviene cuando se maduran los afectos.
No siempre son dos fenómenos separados, hay quienes sienten amor desde el
inicio.
El primer estado emotivo es fabuloso, porque se vive en
cuerpo y alma la sensación de felicidad que todos deseamos experimentar, un
estado de seguridad y eternidad que nadie supone que acabará, ello se instala
por un tiempo, y funciona a través de procesos químicos que obnubilan la razón
y el entendimiento; nada que se le diga a quien la padece, llega a hacer mella
en su criterio, porque se pierde la capacidad de escucha y de reflexión.
En esa etapa la persona es muy vulnerable, y pueden
ocurrir eventos que compliquen la vida de los involucrados, pues, al perder el
autocontrol cualquier cosa puede suceder.
Aún cuando este arrobamiento atrapa a casi todas las
parejas, unas logran llegar al amor, otras se desvanecen cuando les pasa la
efervescencia; algunos psicólogos dicen que este período dura entre año y medio
a tres años; yo disiento un poco, a mí me duró más de diez años, maripositas en
el estómago, aceleración cardíaca, nerviosismo y felicidad.
Ahora quisiera poner la atención en la base sobre la cual
se establecen estas relaciones, las cuales sin duda responden a pulsiones
del inconciente, pero también a toda una referencia conceptual y ética, según
sea el nivel de información y formación que cada persona posea.
Si nos vamos al texto inicial, la chica le pregunta al
hombre, qué siente cuando él le mira a los ojos, una inquietud casi de
terapeuta, ella parece interesada en analizar al otro, sin embargo, es una
carnada para que él le dé una declaración que raya en la más profunda
cursilería, y encima, sustenta un hecho inadmisible, la divinización del otro.
Si supiéramos que la primera etapa del enamoramiento
desata proyecciones del inconciente, con el cual disparamos cualquier cantidad
de atributos que deseamos que el otro tenga, sabríamos que más vale comprender
que somos seres pares, y que no nos encontramos con una divinidad a quien hay
que adorar, ya que se corre el riesgo de que al producirse el primer
desacuerdo, se sufra un dolor triplicado, porque veremos a quien
colocamos en un pedestal, reducido a una dimensión minimizada, ni siquiera de par.
Cuando se nos derrumban nuestros ídolos el estruendo
emocional es grande, de allí que sea inútil colocar a un enamorado en una
posición de semidiós, en el pensamiento de: “dónde te pongo mi prenda, que no
te quiebres”, como decía mi sabia madre.
Este diálogo telenovelero además de cursi, refleja un falso romanticismo, y en esto quiero destacar que ser romántico
no radica en ser totalmente despegado del suelo, ni estar arrobado por ideales, un romántico de hoy, es una persona que endulza la vida con
el amor, que respeta al ser amado con la verdad aunque duela, que provee
caricias verbales y las sustenta con hechos prácticos, pero el romanticismo ha cobrado
mala fama, porque se ha mezclado con cursilería. He visto verdaderas
expresiones románticas en las historias de los brasileños, que no caen en el
mal gusto.
Tener sensibilidad para compartir una flor, intercambiar
regalitos, sin considerar al otro como un personaje de cuento, sino como un ser
de carne y hueso con sus problemas, es una manera de ser romántico.
El comercio se ha lucrado con estas debilidades, o
mediocridades. Recuerdo que un día llegó un enorme ramo de rosas rojas a la
oficina, -contenía no menos de cuatro docenas de rosas-, suspendido por tres
grandes globos y varios pequeños y adornado de peluchitos y trencitas
carnavalescas, que llamó la atención hasta a un ciego; era un enamorado que enviaba
su presente de cumpleaños a una compañera de trabajo, por supuesto, se
arremolinaron las chicas comentando que ese novio era ejemplar, pero yo lo percibí con
mucha sospecha, mientras más grande y especialmente público el regalo, más
sospechoso.
Me preguntaba: ¿por qué no le envió el regalo a su casa?,
eso hubiera evitado la dificultad de trasladarlo desde su oficina a su residencia,
donde debía estar; bueno, eso no fue posible, la chica prefirió dejarlo en su
cubículo, porque no lo podía cargar y no cabía en un carro, lo trajeron desde la floristería en una especie de moto con cabina. ¿Por qué no le
regaló una prenda y se la dio en la intimidad? Razones demás para desconfiar.
No faltó uno que otro sociólogo imprudente, que comentara
la cursilería de los globitos con leyendas de “Te amo”, y el desparpajo del
galán que se hizo publicidad con la notable habilidad de la floristería.
Cuando los regalos no se compaginan con la calidad de la
relación, se convierten en testimonios de la falsedad, quedan como evidencia de
la mentira y como recuerdo del fracaso inevitable, los cuales requieren una
buena dosis de pragmatismo o desdramatización, para superarlo. Hay una línea muy tenue que delimita el
romanticismo de la cursilería, pero por las dudas, los regalos personales,
háganlos en privado.
La concepción de que el otro es un enviado del cielo, ha
cegado a muchos, pero la idea opuesta de que los demás son sólo cuerpos para
ser usados sin amor, también; son dos extremos malignos.
Los expertos aún no se ponen de
acuerdo en esto, hay quienes ven las relaciones de pareja como verdaderos
escenarios de inevitables e insuperables conflictos, hay quienes dan toda una lista de
previsiones y otros que proveen mecanismos de auto análisis para fortalecer la
autoestima, y con ello obtener una buena relación o al menos, salir de ella con
mínimos rasguños.
La verdad es que estas relaciones se ven obstruidas por
sistemas emocionales personales, por el nivel de información que posean los
protagonistas y por las concepciones que se han establecido en el imaginario
social, los valores, creencias y sentencias que nos condicionan y nos impiden ser
libres y honestos en todas las actuaciones.
Los pedestales sólo son sustentos para estatuas de
muertos, héroes, escritores, artistas, y no para gente viva, siempre en
condiciones de defraudar; con frecuencia oigo a mujeres que llaman a sus
maridos: “mi cielo”, y cuando de desengaño se trata estas palabras resuenan con
más dolor.
No se coloquen en el peor lugar de las condiciones emocionales, la
de creer que encontraron a una divinidad, eso no existe. Lo que sí existe es la
persona que propone y expresa su amor honestamente, quien hace su trabajo de transformación y crecimiento, la que
dice la verdad y expone sus argumentos claramente, la persona que expresa su
verdadera intensión y lo demuestra con hechos. ¿Cómo se denominaría a una persona así?. ¿Una persona íntegra?, pero suena raro decir: encontré mi íntegro; ¿no será que es un Príncipe Azul de verdad, o no, ya está muy desprestigiado ese calificativo, qué creen ustedes?
2 comentarios:
Guaoooooo... Excelente tema Evita!!! Gracias por refrescar algunos ideas del romanticismo y esas cosas que a veces me parecen muy cursis jejejejejeje!!! Un abrazo desde el alma <3
Abrazos Diana, me preocupa ese mensaje permanente de la TV tradicional, que mantiene idiotizados a quienes se identifican con esos textos de mal gusto y de peor pronóstico. Un beso hija.
Publicar un comentario