Cuando de reproducción humana se trata, la
ciencia tiene la palabra, prevenir, hacer buen seguimiento de los embarazos
para un nacimiento feliz, y procurar resolver dificultades para concebir, han producido exitosas respuestas
en las investigaciones médicas, y dado muchas satisfacciones a las parejas.
No obstante, estos recursos se han
ampliado hacia planteamientos reproductivos, que por los momentos llamaré
pragmáticos, con la ligereza que eso significa. Cada día es más frecuente la
noticia de embarazos en mujeres que desean ser madres sin el molesto aditivo de
una pareja, o, simplemente, embarazos medicados, por carecer de pareja; es
diversa la motivación y las condiciones de quienes así lo deciden.
Este procedimiento se ha hecho cada vez
más popular, debido a que quienes más lo hacen público son celebridades de la
farándula, quienes por una u otra razón adecúan este compromiso personal a sus
labores profesionales.
Se observa que muchas mujeres jóvenes
se proyectan como madres solteras, de hijos que provienen de donantes de
esperma desconocidos, lo cual puede significar conflictos emocionales a
esos niños que no sólo no tienen padre, sino que son el resultado de un
procedimiento médico, que elimina la posibilidad de conocer a su progenitor.
Cabe preguntarse ¿cómo puede afectar psicológicamente
a un niño saber que su progenitor es una persona en la incógnita de la
existencia, un número en los tubos de ensayo de un laboratorio, un ser que ni siquiera puede localizar, para verle la cara y enterarse de
dónde proviene?, ¿será tan importante saber nuestro origen biológico?,
absolutamente sí, hay leyes específicas que prevén el derecho de los hijos de
conocer a sus padres biológicos; esto forma parte de un adecuado
desarrollo psicológico. Aunque hay quien piensa que el niño puede tener una
figura paterna en un tío o abuelo, pero, ya lo hemos visto en tantos niños abandonados por sus padres, realmente lo que necesita el hijo es a
su padre, no a un tío, y de esta manera se le condena a no conocerlo.
Sin embargo, la actitud en torno a
estas preguntas, tanto de usuarios como de científicos parece no estar
despierta ante las consecuencias que decisiones de este tipo puedan acarrear; he
oído argumentos que afirman que hay desordenes emocionales en niños que tienen
sus padres, que nada asegura que un hijo resultado de este tipo de reproducción
sea peor que el que conoce a sus dos progenitores.
Obviamente, hay una diversidad de
patologías, minusvalías y desencuentros con padres identificables, pero esa no
es una base que sustente la inocuidad psíquica de este procedimiento. Se ha
comentado que la salud física, emocional y mental viene muy marcada por las
circunstancias que transcurrieron desde la concepción hasta los siete años de
edad; no me quiero imaginar el desconcierto que puede sentir un hijo cuando se
entere que su progenitor es un incognito.
Ante estas posibilidades, y tal vez
porque la maternidad vino a mi vida de manera rápida y sana, soy de la opinión
de revisar muy bien las propuestas que implican donantes de esperma, un método
que anula definitivamente la relación del niño con su padre, y que de
hecho, parte de procedimientos que no devinieron de vínculos afectivos, sino de un
comercio biológico. Si a esto se agrega que una decisión como ésta parece, o da
la impresión, de que responde más al deseo de la madre de tener un hijo, -lo
cual puede estar incluso hasta mal sustentado-, y que no se piensa en la
conveniencia del niño, creo que hay que detenerse y poner una mirada ética en
el asunto.
Esta necesidad maternal también se ha
canalizado bajo acuerdos con hombres
conocidos, a quienes se solicita su aporte biológico o una relación sexual sin
compromiso, bajo la promesa de que la madre no exigirá posteriormente que sea responsable del hijo en cuestión. La
verdad es que éste es un acto desesperado, o un pragmatismo con todas sus
letras, plantear a una persona que done su simiente como si fuera sangre, con
la garantía de que no ejercerá su deber paterno es disonante, ¿no se
supone que nuestros fluidos son sagrados, que nos pertenecen y ante ellos somos los
únicos con derechos y deberes?, ¿no es esta propuesta corruptora de la dignidad
humana?.
Son temas para el debate bioético, que no
llegan a plantearse abiertamente por la falta de condiciones humanas en la
sociedad global, por la escasa posibilidad de establecer pautas tan íntimas que
respeten todos.
He visto con asombro que muchas mujeres
con visibilidad pública exponen estos planteamientos bajo el fundamento de
la liberación femenina, y el reclamo de sus derechos personales o algo por el estilo, bajo la premisa de: “yo puedo sola,
no necesito de una pareja”, cuando quien necesita a su padre es el hijo.
No perderé esta oportunidad para
señalar que como consecuencia de las prácticas de reproducción asistida, se han
creado situaciones controversiales ante una cantidad, cada vez en aumento, de
embriones congelados, que no tienen resolución hacia el nacimiento. La ciencia
y la sociedad ética deben conversar. Tal vez conversan, pero de espalda.
Finalizo diciendo que no todo lo que
resulta factible para la ciencia, resulta digerible para la conciencia.
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