domingo, 28 de abril de 2013

LA PALABRA PUTA



Dicen que es la profesión más antigua de la humanidad, cosa con la cual disiento, porque no es cierto que la mujer haya sido la primera en ejercer una profesión remunerada; al menos en la sociedad patriarcal y ahora machista, el hombre ha dominado el mundo de los negocios y el dinero.

A pesar de que esta palabra define a la mujer que vende su cuerpo para disfrute sexual de otro, a cambio de un pago en dinero o en especie, -lo cual es una referencia que sólo pone el enfoque en el comportamiento externo de la mujer-, esta palabra contiene un enfoque más profundo, que pone la lupa en la corrupción, en la descomposición del raciocinio que agrede lo más sagrado que tiene una mujer, su intimidad, sus órganos sexuales, creados para la función trascendental de procrear.

No en balde esta actividad femenina ha estado tan cuestionada por la sociedad, -con doble moral o con una sola-, que ha tenido los espacios más oscuros para su manifestación; sin embargo, hay historias antiguas que cuentan de actividades de prostitutas muy refinadas como la hetairas griegas, que tienen sus homólogas en otras culturas del mundo.

En reciente publicidad he leído un texto que dice algo como esto: "Nunca más despreciaré a otra mujer llamándola Puta". Esta afirmación trata de deslastrar la prostitución como insulto a la mujer, incluso afirma que en cada mujer hay una puta escondida, asunto que no discuto, puesto que es un comportamiento humano inevitablemente inscrito en el enfoque arquetípico de Jung.

No obstante, ese no es el asunto, no es excusa para ninguna mujer que escoja este comportamiento, sea cual sea su razón, que la prostitución es un arquetipo, porque si de arquetipos hablamos no terminaríamos de listarlos, y aunque la naturaleza humana posibilite la manifestación de este comportamiento, es una generalización simplista y en determinados contextos, inoperante.

El propósito de estos puntos de vista, suponen una justificación para elevar la prostitución a rango de actividad laboral reconocida legalmente, con lo cual podríamos esperar anuncios públicos de alguna empresa dedicada a estas ocupaciones. Lo irónico del asunto es que con todo ese ímpetu por formalizar en la cultura tamaño desempeño, no puedo imaginar el absurdo que sería que al considerarla una actividad económica más, las mismas mujeres que la ejerzan, o cualquiera otra, se sintiera orgullosa porque en su niñez sus hijas aspiren a ser prostitutas, como se siente una madre cuando su hija desea ser una maestra, ejecutiva, o ingeniera. No me queda más que pensar que ¡se publica cada locura!.

Sobre el argumento de que las prostitutas son trabajadoras sexuales, se ha armado toda una argumentación, que a mi modo de ver recicla aquella sentencia de que la prostitución es un mal necesario, una manera de solapar el deseo de institucionalizarla, enganchados en expresiones extrañamente feministas. Considero que si hay algo que realmente dignifica a la mujer, no es su derecho a ser una prostituta libre de la discriminación que ello conlleva, sino la libertad de escoger su manera de vivir, aún con las opiniones en contra. 

Me sorprende el interés en darle a esta actividad un rango laboral, incluso hay quienes ya las denominan trabajadoras sexuales. No me asombra que la sociedad de los actuales momentos se abra a proyectos tan sui generis, hoy podemos observar luchas en pro de las causas más inverosímiles.

Cuando estuve consciente de este término, experimenté un sentimiento de estupor, al imaginarme el estremecido mundo emocional de una mujer que tuviera la necesidad de vender su cuerpo para sobrevivir; sin embargo, no todas tienen este motivo, podía imaginar que habían mujeres que no tenían ningún prurito, incluso que podían disfrutar de esa manera de ganar dinero, y ganarlo en grandes cantidades. A lo que hago referencia es al valor que tiene el cuerpo como contenedor de creencias, pensamientos, sentimientos y emociones, además de una gran carga de hormonas, lo cual incorpora la dignidad, el respeto y la reverencia que le prodigamos a la intimidad, al sentido oculto de la vagina, a ese espacio privado que significa el inicio, asiento y la procreación de los hijos, de las nuevas generaciones.

Las religiones colocan en este aspecto el punto central de la espiritualidad, de allí las diversas doctrinas cargadas de mandamientos, sacramentos, rituales, prácticas, sentencias y tradiciones que danzan en torno a la sexualidad.

Es paradójico, pero muy comprensible, que en los últimos tiempos la palabra puta, como insulto, está adquiriendo otra aplicación, se expande a contextos diversos, es decir, no está estrictamente reservada a las prostitutas clásicas, sino a mujeres que se corrompen en cualquier ámbito de la vida, quienes trafican influencias, quien daña a cambio de satisfacciones personales, quien traiciona la confianza, quien realiza acciones fraudulentas, o en cualquier felonía que incurra una mujer; aunque una novia o esposa airada, siempre calificará de puta a la amante de su pareja, aunque la susodicha sea la más pudorosa criatura. También se señala de puta a la mujer casada que tiene relaciones extramaritales, y a las chicas que suelen manifestar tendencias promiscuas, aunque el sexo no signifique intercambio comercial.

Tal vez con esto se esté rescatando aquella expresión popular que hacía referencia a las “mujeres de la mala vida”, o “mujer mala”; no cabe duda que una mujer corrupta es una mujer muy mala, mucho peor que muchas mujeres atrapadas en la cadena de explotación sexual, que suele envenenar a la grandes ciudades del mundo.

No hay comentarios: