Dicen que
es la profesión más antigua de la humanidad, cosa con la cual disiento, porque
no es cierto que la mujer haya sido la primera en ejercer una profesión remunerada;
al menos en la sociedad patriarcal y ahora machista, el hombre ha dominado el mundo de los
negocios y el dinero.
A pesar
de que esta palabra define a la mujer que vende su cuerpo para disfrute sexual
de otro, a cambio de un pago en dinero o en especie, -lo cual es una referencia
que sólo pone el enfoque en el comportamiento externo de la mujer-, esta
palabra contiene un enfoque más profundo, que pone la lupa en la corrupción, en
la descomposición del raciocinio que agrede lo más sagrado que tiene una mujer,
su intimidad, sus órganos sexuales, creados para la función trascendental de
procrear.
No en
balde esta actividad femenina ha estado tan cuestionada por la sociedad, -con
doble moral o con una sola-, que ha tenido los espacios más oscuros para su
manifestación; sin embargo, hay historias antiguas que cuentan de actividades
de prostitutas muy refinadas como la hetairas griegas, que tienen sus homólogas
en otras culturas del mundo.
En
reciente publicidad he leído un texto que dice algo como esto: "Nunca más
despreciaré a otra mujer llamándola Puta". Esta afirmación trata de
deslastrar la prostitución como insulto a la mujer, incluso afirma que en cada
mujer hay una puta escondida, asunto que no discuto, puesto que es un
comportamiento humano inevitablemente inscrito en el enfoque arquetípico de
Jung.
No
obstante, ese no es el asunto, no es excusa para ninguna mujer que escoja este
comportamiento, sea cual sea su razón, que la prostitución es un arquetipo,
porque si de arquetipos hablamos no terminaríamos de listarlos, y aunque
la naturaleza humana posibilite la manifestación de este comportamiento, es una
generalización simplista y en determinados contextos, inoperante.
El
propósito de estos puntos de vista, suponen una justificación para elevar la
prostitución a rango de actividad laboral reconocida legalmente, con lo cual
podríamos esperar anuncios públicos de alguna empresa dedicada a estas
ocupaciones. Lo irónico del asunto es que con todo ese ímpetu por formalizar en
la cultura tamaño desempeño, no puedo imaginar el absurdo que sería que al
considerarla una actividad económica más, las mismas mujeres que la ejerzan, o cualquiera
otra, se sintiera orgullosa porque en su niñez sus hijas aspiren a ser prostitutas, como se
siente una madre cuando su hija desea ser una maestra, ejecutiva, o ingeniera.
No me queda más que pensar que ¡se publica cada locura!.
Sobre el
argumento de que las prostitutas son trabajadoras sexuales, se ha armado toda
una argumentación, que a mi modo de ver recicla aquella sentencia de que la
prostitución es un mal necesario, una manera de solapar el deseo de
institucionalizarla, enganchados en expresiones extrañamente feministas.
Considero que si hay algo que realmente dignifica a la mujer, no es su derecho
a ser una prostituta libre de la discriminación que ello conlleva, sino la libertad
de escoger su manera de vivir, aún con las opiniones en contra.
Me
sorprende el interés en darle a esta actividad un rango laboral, incluso hay
quienes ya las denominan trabajadoras sexuales. No me asombra que la sociedad
de los actuales momentos se abra a proyectos tan sui generis, hoy podemos observar luchas en pro de las causas más inverosímiles.
Cuando estuve
consciente de este término, experimenté un sentimiento de estupor, al
imaginarme el estremecido mundo emocional de una mujer que tuviera la necesidad
de vender su cuerpo para sobrevivir; sin embargo, no todas tienen este motivo,
podía imaginar que habían mujeres que no tenían ningún prurito, incluso que
podían disfrutar de esa manera de ganar dinero, y ganarlo en grandes cantidades.
A lo que hago referencia es al valor que tiene el cuerpo como contenedor de
creencias, pensamientos, sentimientos y emociones, además de una gran carga de
hormonas, lo cual incorpora la dignidad, el respeto y la reverencia que le
prodigamos a la intimidad, al sentido oculto de la vagina, a ese espacio
privado que significa el inicio, asiento y la procreación de los hijos, de las nuevas
generaciones.
Las
religiones colocan en este aspecto el punto central de la espiritualidad, de
allí las diversas doctrinas cargadas de mandamientos, sacramentos, rituales,
prácticas, sentencias y tradiciones que danzan en torno a la sexualidad.
Es
paradójico, pero muy comprensible, que en los últimos tiempos la palabra puta,
como insulto, está adquiriendo otra aplicación, se expande a contextos
diversos, es decir, no está estrictamente reservada a las prostitutas clásicas,
sino a mujeres que se corrompen en cualquier ámbito de la vida, quienes trafican
influencias, quien daña a cambio de satisfacciones personales, quien traiciona
la confianza, quien realiza acciones fraudulentas, o en cualquier felonía que incurra una mujer; aunque una novia o
esposa airada, siempre calificará de puta a la amante de su pareja, aunque la
susodicha sea la más pudorosa criatura. También se señala de puta a la mujer
casada que tiene relaciones extramaritales, y a las chicas que suelen manifestar
tendencias promiscuas, aunque el sexo no signifique intercambio comercial.
Tal vez
con esto se esté rescatando aquella expresión popular que hacía referencia a
las “mujeres de la mala vida”, o “mujer mala”; no cabe duda que una mujer
corrupta es una mujer muy mala, mucho peor que muchas mujeres atrapadas en la
cadena de explotación sexual, que suele envenenar a la grandes ciudades del
mundo.
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