Había una vez un pequeño país en una zona tórrida, bordada de colinas y cordilleras que refrescaban el clima, hasta el extremo de contener nieves perpetuas, cuyos habitantes eran muy simpáticos, amigables, de palabra fácil y emoción vibrante, con fuertes referencias de gestas libertarias, aunque carentes de historia milenaria, tal vez por eso eran tan olvidadizos; además, eran tan particulares, tan increíbles, tal vez porque llevaban en sus venas, sangre indígena guerrera, sangre de blancos invasores y la cadenciosa sangre de negros alborotaos, lo cual les daba una belleza, un humor y una simpatía, nunca vista en el universo conocido; era tan versátil su genética mestiza, enriquecida con una gran variedad de expresiones corporales, que igual se veían entre hermanos, hijos de los mismos padres, morenos de ojos rallaos, catires de pelo ensortijao, cabellos lisos con ojos achinaos, piel canela con narices respingonas. En su suelo yacían suficientes riquezas como para garantizarles un buen futuro, y gracias a lo cual, fueron el destino de inmigrantes creativos que sintieron ese suelo como su tierra patria. Un gentilicio como este, apenas podía tener discriminacion racial, era frecuente oír amistosas expresiones de "negrito", mi "negro bello", como ese "piazo'e negro", si las cosas habían sido desfavorables. Pero, el devenir trae sus estragos, y le sobrevino un infortunio de manera desprevenida, pronto se derrumbaron las instituciones y la depresión de su calidad de vida, marcaron estragos en la salud, alimentación y seguridad. No tardó en manifestarse un proceso obligado de exilio autoejecutado, lo cual dejó huérfanos a padres y abuelos. Una sensación de bajar a un foso, desde donde se conocieron los más tristes eventos, la más cruda realidad y la dependencia más soez, que desdibujó en los más débiles, los rezagos de dignidad que aún les quedaba.
Pronto, acabó de manifestarse toda la suciedad humana, hasta que ya no quedaba más, hasta que de pronto surgió un aire de renovación que trajo huracanes de cambio, hacia la restauración de un sistema de justicia en el cual desapareció el Estado, y surgió la Ética. Ya la política no era el camino que le daba el poder a unos pocos, era hora de colocar las instituciones en manos sabias y honestas, observados por un comité o junta no presidencialista. Esta sociedad estaba curada de líderes, de populistas, de profetas, de héroes, y por supuesto, de tiranos, esta sociedad había dado un salto hacia el humanismo.
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