domingo, 7 de marzo de 2010

A LA ESPERA DEL AMOR


Tal parece que las mujeres desde muy niñas hasta muy avanzadas en edad, tenemos una condición particular, la de mantener en nuestro corazón una chispa dispuesta a enamorarnos. Esto es especialmente cierto en los temperamentos románticos, aunque he conocido mujeres muy asertivas en su vida profesional y en otras áreas, y que son unas niñas en cuestiones amorosas.

Esta conclusión no es mía, en una ocasión cuando hacía un Curso sobre las Diosas Griegas, a cargo del psicólogo Luis Caldera, me sorprendió saber que este reconocido terapeuta decía que para la mujer no había edad para enamorarse y que había presenciado comportamientos similares en una chica de 20, 30, 40 y 60 años ante hombres atractivos de cualquier edad. 

Esto me llenó de optimismo, no sólo por lo que a mí me pudiera corresponder, sino porque esa afirmación habla muy bien de la mujer, porque siempre será una amadora genuina.

Las estadísticas nos hablan de muchas mujeres solas, es decir, sin pareja, al menos estable, sin embargo, he visto una tendencia, que ha aparecido en los últimos tiempos, mujeres que no desean compromiso de pareja, porque ya vivieron situaciones que no desean repetir, por lo cual prefieren mantener una relación sin compromiso, y si el hombre está comprometido con una situación familiar, mejor. Es como una copia del modelo masculino que disfruta y luego se lava las manos.

Esta nueva ideología no la comparto, al menos no calza  para mí, y aunque sé de los argumentos de César Landaeta en su libro: "Al infierno se va en pareja", soy de las que piensan que la vida en pareja es una relación indispensable, aunque compleja, ya que nos exige y nos gratifica, nos enseña y nos hace maestros, nos enriquece y nos hace mendigos, nos libera y nos oprime, nos da y nos quita, quizás hasta que logremos descubrir una pista, una quietud, una completud que de otra forma no lo podríamos lograr.

Al parecer las mujeres siempre estamos a la espera del amor, aunque eso de esperar no me guste tampoco, quizás por el riesgo de convertirnos en Penélope la de Serrat, la que se quedó en el pasado y cuando llegó su amor no lo reconoció, triste historia.   

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