martes, 19 de enero de 2021

AMA A TU PROJIMO COMO A TI MISMO

No cabe duda de que una de las fallas más comunes de las personas, es el amor a sí mismos.

La descalificación con la cual crecen los niños, y que se lleva a la adultez, forma parte de un proceso en el cual se disfrazan muchos sentimientos. Parece que todo está bien, y no es verdad, en el individuo, en la familia, en la escuela y en la comunidad se gestan situaciones que van estructurando una auto imagen y una percepción desvalorizada, que puede enmascararse en comportamientos de superioridad, de falsa tranquilidad, de fortaleza, de evasión, y muchos más.
“Aquí no pasa nada”, pero sí pasa. La sociedad sostiene unos valores en cada generación, y esos valores regulan las acciones y reacciones de los individuos, al punto de adecuar la realidad a modelos disfuncionales que se cargan hasta el fin de las vidas.

En mi juventud se premiaban los comportamientos extrovertidos, el atrevimiento sin consecuencias, el éxito con el sexo opuesto, la virginidad, lo cual regulaba las relaciones de pareja hasta de manera hipócrita, se valoraba la felicidad y el éxito económico, lo cual producía un comportamiento notable que hacía énfasis en disimular las penas; esto era tan acentuado, que el sufrimiento sea cual fuere su origen se escondía, porque nadie quería ser apreciado por lástima y desvalorización.
De allí que los hijos de padres divorciados y los llamados hijos naturales, es decir, nacidos fuera del matrimonio, en lugar de producir sentimientos de solidaridad, aprecio, respeto y apoyo, eran víctimas de discriminación social y desprestigio hasta entre los más allegados. Lo mismo ocurría con las familias que por desgracia tenían un hijo discapacitado, llegaban al punto de esconderlo y mantenerlo fuera de las miradas prejuiciosas.
Esta construcción social basada en el dinero y en las apariencias, emergían de las clases más afortunadas, y se extendían hacia abajo, hasta que llegaban a la clase menos favorecida, en la cual se manifestaban procesos críticos en las familias pobres, sin nada que ocultar, hasta llegar a las familias por debajo del último escalón, con miles de problemas que no escondían, porque realmente no tenían nada con qué ocultarlo.
El juicio social era tan despiadado que prácticamente los afectados eran tratados como culpables de su situación. El infortunio se convertía en la medida de la calidad de las personas. Los hijos de divorciados, madres solteras y sus hijos, personas en banca rota, afectados por enfermedades mentales y físicas, divorciados, y no se diga de las familias manchadas por actos delictivos, padecían en silencio sus penas, y en casa se decía: “Los trapos sucios de lavan en casa”.
Sin tener nada en contra de la privacidad, esta sentencia, iba más allá del buen sentido de privacidad, ya que ante un caso de maltrato doméstico las autoridades eran indiferentes, porque “algo malo había hecho la mujer para que el marido le pegara”, incluso en los divorcios en clases pobres, el marido llevaba siempre las de ganar, porque el machismo devenía de una tradición religiosa milenaria.
Por fortuna llegó la década de los 60 y dimos un salto notable, especialmente en la ciudad de Caracas, donde se apreciaba un saludable espíritu de anonimato, lo que hizo la vida menos pesada. Tuvimos tiempos de explosión de valores, especialmente por la pastilla anticonceptiva que le dio a la mujer un empoderamiento bastante razonable; se soltaron los corsés y se relajó un poco la presión social.
La sociedad venezolana ya no podía regresar al oscurantismo reciente, ¡por fortuna!
No obstante, el bajo nivel de autoestima siguió manteniéndose y manifestado con otras expresiones, y así, como nos amamos, amamos a los demás, así como nos descalificamos, descalificamos a los demás. Ya sabemos que vemos en los demás nuestro reflejo, por ello no es una aspiración que amemos a los demás como nos amamos, porque ello es inevitable, amamos tal como nos amamos.
En algún momento de los 80 se promovieron muchos esfuerzos por despertar en cada conciencia el amor a sí mismo, para que la sociedad supere sus atascos sociales. Quien se ama proyecta su amor propio en los demás, otra cosa es el egoísmo, eso no es amor a sí mismo, es perversión.

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