Cuántas veces hemos oído esta expresión, incluso en boca de gente que no cree en Dios, se ha asumido como un decir social, y perfecto para referirse a cualquier estado de descomposición social, que haya sobrepasado lo que pudiera considerarse normal o manejable.
No obstante, la naturaleza de esta exclamación reside en la creencia de que Dios es un Juez, y un juez despiadado, y realmente esa es la idea, porque se dice también que habrá un gran Juicio Final, que conducirá a todas las almas según su récord acumulado, unas hacia el cielo y otras al infierno.
No en balde la idea de Dios es tan temible. Toda esta concepción revela mucho el carácter reprobatorio de los humanos y se aprecia como una especie de velo que nos cubre a todos y que nos llevará inevitablemente a una desembocadura donde nos espera quien nos pondrá en el lugar que merecemos.
Independientemente de concepciones religiosas, hay personas que creen en una justicia transpersonal, una especie de fuerza natural que llega a alcanzar los destinos de cada persona, sin poder evitarlo, son los que se inclinan a creer que siempre tendremos que pagar nuestras culpas con los castigos o vivencias correspondientes.
Por eso la expresión es tan popular, no obstante, ofrece una opción: La Confesión, eso significa estar al día con nuestras deudas, con nuestros fallos y corregirlos. Se llame Dios o se llame karma (Ley de Causa-Efecto), los actos maléficos siempre conducirán a momentos de evaluación, la diferencia es que el peor y más duro Juez, no será exactamente Dios, sino nosotros mismos.
Las almas que somos, que habitamos dentro de nuestros cuerpos, tenemos la capacidad absoluta para juzgar nuestras acciones como Ego o como Yo, una vez que hemos dejado este cuerpo biológico. Dios está más elevado, en tareas más relevantes. Ya dio la orden de cómo funciona el sistema de la vida, me lo imagino presente en todos los lugares captando nuestro proceder y creando nuevos procesos de ascensión.
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